Hugo Chávez: Ya no se callará jamás
«Hugo Chávez: Ya no se callará jamás. Quizás sea injusto, pero lo cierto es que una frase en el momento justo, es la mejor síntesis para definir una figura.»
«Hugo Chávez: Ya no se callará jamás. Quizás sea injusto, pero lo cierto es que una frase en el momento justo, es la mejor síntesis para definir una figura.»
«Planteo este artículo como una pregunta porque aún no existe la perspectiva ni la distancia histórica para tener una respuesta, la intención es más bien plantear adecuadamente la pregunta»: ¿Hay masa crítica suficiente para que el movimiento suponga un verdadero cambio social?
«El 20 de Noviembre (20-N) estaremos votando en España para elegir al Presidente que nos gobernará en los próximos 4 años.»
¿Cuál es el destino de los hombres? ¿Por qué estamos aquí? ¿Para qué? Curiosamente, estas preguntas siguen sin respuesta después de tantos siglos desde que fueron planteadas. Incluso, me atrevería a decir, a medida que nuestros conocimientos y nuestras posibilidades de saber han ido creciendo gracias a la ciencia y a la tecnología, algunas de las respuestas que se habían dado hasta ahora se han demostrado incompletas o erróneas.
No planteo en este artículo encontrar la respuesta a ellas, si no abrir caminos y otras preguntas. Preguntas que ya han sido formuladas antes, pero que quizás alguno de nosotros no conocíamos, o no nos habíamos planteado, aunque las llevábamos dentro en espera de que aflorasen a la luz.
No quiero que este artículo se convierta tampoco en un debate sobre las religiones, pues como ya me he confesado a veces, no creo que ni yo ni nadie de entre todos los humanos pueda decir que sabe a ciencia cierta quién creó el Cosmos, al hombre o por qué. Sería como si creyésemos que una ameba, o un virus, se preguntasen los motivos del ser humano al que han infectado, o quien ha creado la presa donde habitan.
No. Este artículo habla sobre nosotros, sobre lo que sabemos y sobre quienes podemos ser.
Empecemos por el principio, o quizás el final. Sabemos que habitamos en un plantea que orbita alrededor de una estrella común, junto con otros siete planetas (lo siento Plutón, no he sido yo). Sabemos que esa estrella es una más, entre cientos de miles de millones de las que pueblan la galaxia, y por añadidura, una situada en un brazo exterior de la espiral que es nuestro hogar, la Vía Láctea.
Sabemos que nuestra galaxia no es especial, salvo por el hecho de que es la única que conocemos que posea vida, nosotros, entre cientos de miles de millones de oras galaxias, más grandes y más pequeñas, con múltiples formas y composiciones. Ahora, incluso, existe una teoría que plantea que este universo compuesto por trillones de estrellas o es más que uno e una variedad infinita de universos.
También sabemos que compartimos La Tierra con mil millones de especies de seres vivos, especies que van disminuyendo a medida que nosotros las vamos destruyendo. Y cada uno de nosotros no es, ni más ni menos, que una de las once mil millones de personas que han habitado este mundo alguna vez.
Bueno, llevamos medio artículo y hasta ahora sólo sabemos que somos muy pequeños. Pero pequeños, en el Cosmos, no es lo mismo que poco importantes. Cada uno de nosotros posee una vida, toda una vida, ni más ni menos, para cumplir su destino.
Trabajar, dejar un legado, crear una familia, divertirse, leer, saber…o cualquiera de las posibles combinaciones entre ellas. Nuestro destino lo elegimos nosotros. Pero ¿quién decide el destino de la Humanidad? ¿Cuál es?
Sería muy sencillo decir que el destino de los hombres lo eligen cuatro o cinco o diez hombres y mujeres poderosos, o echarle la culpa del cirio que tenemos montado a organizaciones secretas como el Club Bilderberg. Pero la verdad es que el destino de la Humanidad no pertenece a nadie. Ni es decidido por nadie.
A lo sumo, con mucho tiempo, dinero, esfuerzo y medios, un grupo poderoso de personas lograrían moldear una parte de este futuro. Serían capaces incluso de retrasar el progreso humano, de destruir la Humanidad, pero no podrían cambiar nuestros objetivos últimos de seguir vivos. A lo sumo, destruirnos y con ellos nuestro destino.
Porque si miramos la historia, si miramos al futuro, y si miramos al firmamento, comprendemos los lazos que nos unen a todos. Lazos que generalmente no se ven, lazos que casis siempre están ocultos, pero que se extienden como una tela de araña y que ponen frente al destino y al mismo nivel, a presidentes de gobierno y a niños moribundo de África.
Desde luego que, individualmente, cada una de esas historias tiene un drama humano detrás, un drama de hambre y penurias, de enfermedad o de éxitos, de pisar derechos humanos, o de trabajo sin pausa. Pero en el fondo todos caminamos juntos hacia un futuro común. Aunque a algunos les moleste verse incluidos en el mismo barco.
¿Hacia dónde va ese barco? No lo sé. Tal vez se dirija a un futuro en paz y unidos, en el que el Ser Humano se extenderá por otros lugares, o tal vez a uno donde nuestra ciencia idee inteligencias superiores que nos ayudarán a arreglar este mundo, o tal vez un mundo donde seguiremos ignorantes y ciegos ante la inmensidad del Universo, y seguiremos divididos por luchas intestinas, por envidias, odios y rencores. Por la falta de respeto y el egoísmo.
Pero tan vez, si cada uno de nosotros cambiásemos, si cada uno de nosotros fuese un poco más respetuoso con los demás, menos egoísta y más trabajador, en el sentido de que entre todos debemos trabajar por construir una Humanidad libre, y un hogar seguro para ella.
Quizás entre los seis mil millones de personas que habitamos este mundo, lograríamos alcanzar ese destino que nos aguarda, y que con tanta televisión, futbol y espectáculos nos han quitado de nuestra vista. Quizás todos nosotros trabajando al unísono consigamos lo que no han conseguido ni políticos, ni militares, ni empresarios. Alcanzar el destino de la humanidad, y ser nosotros quienes decidamos.
Antes de comentar las posibles economías de escala y las sinergias que pueden conseguirse en el Estado, creo que es necesario que aclaremos dos puntos: Primero, la motivación de este artículo. Segundo, qué son dichas economías y sinergias.
En cuanto al motivo de escribir un artículo sobre este tema, debo reconocer que es puramente egoísta y personal. Uno se cansa de oír siempre las mismas palabras en referencia al Estado. “El Estado no crea riqueza”, “sería mejor que cada uno gestionase todo su dinero”, “el egoísmo es la base del mercado, y de la creación de riqueza”, “la solidaridad impuesta destruye riqueza”…
Bien, creo que a estas alturas, en las que los defensores del libre mercado dan por sentadas todas estas aseveraciones, debemos realizar un esfuerzo que demuestre que el Estado, a pesar de sus fallos (fallos inherentes a cualquier organización o modelo en el que participen seres humanos) puede, y debe, crear riqueza. Y la mejor forma de demostrarlo es mediante las economías de escala, alcance y sinergias.
Economías de escala son los beneficios que conlleva una producción mayor para reducir el coste unitario de cada artículo producido, aumentando el beneficio y reduciendo los costes.
Las economías de alcance parten de un proceso aparentemente contrapuesto al de las economías de escala. Donde las economías de escala obtienen beneficios de la especialización y la producción en masa, las economías de alcance obtienen dichos beneficios de la producción de una gama de productos variados.
En la actualidad, gracias a las técnicas de personalización y adaptación de la producción y distribución (desarrolladas por las nuevas tecnologías y el transporte) ambas son compatibles, y por lo tanto deseables en su aplicación a las Administraciones Públicas y al Estado.
Las sinergias son un término más amplio que incide sobre los modelos productivos para conseguir mejoras en la eficiencia respecto a otro modelo basado en varias organizaciones. Por ejemplo, durante una fusión de empresas, las sinergias se pueden producir al unir departamentos financieros o de recursos humanos, al aumentar el tamaño y la base de clientes, y haciéndolo reduciendo los recursos empleados por las dos organizaciones iniciales.
¿Qué mejor sistema que el Estado para aprovechar sinergias, economías de escala y de alcance? Por ejemplo, en los servicios a los ciudadanos de los ayuntamientos, centralizando su gestión, se consiguen beneficios de servir a cientos de miles de ciudadanos (economías de escala), en diversos trámites administrativos (de alcance).
También se obtienen economías de escala en la compra a proveedores, donde el poder de compra del Estado (recordemos que el Estado no obliga a las empresas a vender) obtiene márgenes mayores a los que podría conseguir una gestión privada, y muchas veces incentiva la innovación en las empresas subcontratadas por el mero hecho de hacerlo.
Las sinergias se pueden producir, por ejemplo, en empresas públicas que centralizan procesos de varias ramas de actividad.
Esas sinergias también se dan en la centralización de algunos servicios en áreas como la Sanidad, Defensa, Protección Civil, fuerzas de Seguridad del Estado. El simple hecho de tener un organismo de centralización produce ahorros en costes respecto a la gestión privada, así como una mayor eficiencia en tareas de ámbito nacional.
De hecho, estos beneficios se hacen muy evidentes cuanto más mejora la eficiencia del estado, y cuanto éste se va liberando de trabas como la corrupción, la burocracia inútil, etc. De la misma forma que las empresas mejoran su efectividad a medida que se ajustan a fenómenos como los free riders, los “trepas” y la ambición de sus directivos que anteponen su beneficio al de los accionistas.
La concepción del Estado despilfarrador está muy arraigada en los países latinos y mediterráneos, y en nuestro país [por extensión]. Esta imagen no deja ver los beneficios que el Estado y las Administraciones Públicas crean, y de los servicios que provee a los ciudadanos. Sanidad universal, protección individual y territorial, educación, un imperio de la ley, la misma existencia de la propiedad privada es garantizada por policías, leyes y jueces pertenecientes al sector público.
Esta concepción parcialmente errónea del Estado sólo significa que deben realizarse ajustes en el modelo de las administraciones para conseguir que dichas economías y sinergias se produzcan, redundando siempre en un mayor y mejor servicio al ciudadano empleando los mismos recursos.
Debo añadir, además, que no creo que toda la discusión sobre la eficiencia de uno u otro modelo se deba circunscribir al ámbito económico. Cualquier persona capaz de reconocer la necesidad de prestar servicios a ciertos colectivos desamparados a pesar de que no redunda en beneficio económico alguno, y que son una clara pérdida que no acometería ninguna empresa, cualquier persona capaz de ver la necesidad de mantener estos servicios, entenderá de lo que hablo.
El intento de sustituir las administraciones públicas por empresas privadas derivaría en dos situaciones negativas. Una, la sustitución de las mismas por monopolios que terminarían siendo tan costosos como el Estado, o una multitud de pequeñas empresas que garantizasen el “libre mercado” pero que perderían todas las posibles economías de gama, alcance y las sinergias de las que goza actualmente el Estado.
Para quienes le reprochan falta de flexibilidad y de cercanía al ciudadano, sólo decir que la clave está en encontrar el punto óptimo donde se logren los mayores ratios de eficiencia y el mayor servicio a los ciudadanos, en el equilibrio y la combinación de las diferentes administraciones públicas, estatales, locales y regionales y comunitarias.
¿Significa eso que los responsables de dichas administraciones deben dormirse en los laureles? Ni mucho menos, pues es necesario, urgentemente necesario, reformar modelos como el universitario, el sistema de empleo de por vida, e introducir conceptos como la medición por objetivos en las administraciones más atrasadas. En otras, donde estos modelos ya se implementan, y se combinan con un creciente uso de las nuevas tecnologías, la eficiencia crece más y más.
En resumen, la aseveración de que el Estado no crea riqueza es totalmente falsa. Primero, porque el Estado tiene el deber de llegar allí donde la empresa privada no va a llegar, en la asistencia a los más desfavorecidos, la protección del medio ambiente, el tratamiento de enfermedades muy costosas y crónicas…¿O es de rigor que miles de familias soporten los gastos de enfermedades como el cáncer, la diabetes, el alzhéimer, el sida, que les llevarían a la banca rota, o que supondría incluso la muerte de muchas personas?
Para quienes sólo entiendan de números, pensad en las pérdidas que se producirían de producirse la muerte de dichos trabajadores, creativos, amas de casa, niños. Porque la privatización de la sanidad no conllevaría una reducción de los costes de la misma, ni del precio de los medicamentos. A lo sumo, un mayor poder adquisitivo que mal empleado dejaría a las familias indefensas ante los avatares de la vida. Llamadlo injusto, llamadlo Estado paternalista, yo lo llamo ayudar a quien lo necesita.
Segundo, el Estado sí crea riqueza. Hace carreteras, líneas de metro, aeropuertos, hospitales, proporcionan seguridad, curan enfermedades, bibliotecas, etc. Elementos que enriquecen la vida de los ciudadanos, que les ayudan en los momentos difíciles y que les exigen en los de bonanza. Hay una asignatura completa que estudia las empresas y las administraciones como elementos formados por relaciones.
Siendo estrictos, ni las administraciones ni las empresas crean la riqueza, son sus trabajadores y sus máquinas quienes lo hacen, pero son estas relaciones las que organizan la producción de bienes y servicios.
Es nuestro deber, por lo tanto, tanto colaborar como exigirle al Estado que aumente la eficiencia de sus relaciones internas, y con el ciudadano, para que maximice esta creación de riqueza. Es la única forma de demostrar que existe un modelo de gestión y creación de valor alternativo al paradigma liberal que se nos quiere imponer.
Debemos lograr que la administraciones públicas sean más eficientes, al tiempo que salvaguardamos la naturaleza solidaria de las mismas, la atención al desfavorecido, y que mejoramos el Estado del Bienestar.
La economía del país experimenta un desempeño paupérrimo respecto a su potencial, en buena medida porque en lugar de analizar los problemas y resolverlos, dominan los dogmas, mitos e intereses irreconciliables. La política mexicana se dedica a proteger y preservar grupos, valores e ideologías más que a darles viabilidad de largo plazo y, sobre todo, a cumplir la misión fundamental de la política: conciliar posturas e intereses encontrados. La capacidad de articular una estrategia de crecimiento de largo plazo queda inexorablemente subordinada a los intereses, pero sobre todo a la ignorancia que es producto de una visión ideológica más que pragmática del desarrollo.
Entre los países exitosos en términos del crecimiento de su economía hay dos denominadores comunes: han reconocido la dinámica de la era de la globalización y cada uno ha adoptado estrategias distintas para lograr una inserción exitosa.
China es un caso ilustrativo en más de un sentido. En los setenta, el gobierno chino decidió que era tiempo de salir del letargo en que los dogmas revolucionarios habían sumido a su país. De manera cauta en un primer momento, seguida de un proceso acelerado después, los chinos fueron tomando las decisiones que fueran necesarias para acelerar el proceso de crecimiento de su economía. Su manera de actuar ha sido casi exactamente la contraria a la que ha caracterizado a la política mexicana. Allá, el temor de perder la estabilidad y el control político ha llevado al gobierno a reformar todo lo que sea necesario con tal de que se mantenga un elevado ritmo de crecimiento económico. La prioridad medular ha sido mantener el ritmo de crecimiento. Así, mientras que en México el crecimiento ha sido magro en buena medida por la indisposición política a reformar, en China no hay reforma (económica) que sea imposible.
Chile entendió su posición en el mundo y se ha dedicado a explotar sus ventajas excepcionales, las cuales tienen que ver esencialmente con posición geográfica y recursos naturales. Reconociendo la vulnerabilidad asociada a la inestabilidad económica para cualquier economía, pero sobre todo para una tan pequeña y relativamente vulnerable, el gobierno chileno –igual de derecha que de izquierda- ha hecho casi una religión de la ortodoxia económica, lo que incluye no sólo las cuentas fiscales, sino también el ahorro público (a través del equivalente de las afores). La liberalización de importaciones llevó a los chilenos a identificar sus ventajas comparativas y eso se tradujo en una agricultura industrial de nivel mundial, y en cosas antes inimaginables, como la de convertir lo que muchos veían como una desventaja, sus mares fríos, en una nueva fuente de riqueza con el cultivo de salmón y otras especies marinas. En menos de una generación, Chile abandonó todos los dogmas y mitos típicamente latinoamericanos sobre el crecimiento económico, para convertirse en la envidia de toda la región. Fuera de Europa, sobre todo Irlanda y España, es difícil encontrar un ejemplo más palpable del éxito de una estrategia de desarrollo pensada, planeada y ejecutada.
No hay razón alguna por la cual no pudiéramos nosotros imitar esos éxitos. Pero el éxito depende de nuestra capacidad y disposición para aceptar el mundo como es y adaptarnos a esas realidades. Además, mientras que antes una persona competía por un empleo con sus vecinos en su cuadra o colonia, el niño mexicano que hoy nace va a competir por un empleo con un niño igual que él de Japón, Estonia, Irlanda y China. La posibilidad de que logre un empleo productivo y bien remunerado va a depender de dos cosas: su propia capacidad y capital (salud y educación), así como de las condiciones que haya creado su gobierno para atraer la inversión.
El mundo ha cambiado y exige estrategias de adaptación que sean compatibles tanto con esos cambios como con las características propias del país y su población. Lo que funciona en un lugar no necesariamente funciona en otros. La lección que arrojan los ejemplos exitosos es que hay que construir sobre lo que funciona, por ejemplo la exportación. Pero la visión burocrático-política hace lo contrario: ésta se reduce a tratar de salvar a la planta productiva vieja e improductiva. La clave debería estar en cómo crear nuevas fuentes de riqueza; no en preservar las de pobreza que sobreviven.
El problema es que esta concepción choca frontalmente con la noción que domina la mentalidad política en el país. Todos aquellos que crecimos en un entorno de aislamiento nos formamos bajo paradigmas del desarrollo que ya no son aplicables. El gobierno, los políticos y la burocracia pueden desear muchas cosas, pero lo que hace exitoso a un país en la actualidad es la presencia de un sistema moderno de regulación gubernamental que promueve al crear condiciones propicias para el desarrollo. El crecimiento de la economía mexicana se logrará cuando los políticos abandonen los paradigmas de su infancia y los substituyan con un reconocimiento pragmático de que el mundo de hoy exige nuevas maneras de pensar y actuar.
Artículo inicialmente publicado en el diario El Semanario (México, Marzo 23, 2006). Agradecemos al autor el permiso para la reproducción del mismo.
«El futuro de la Humanidad está inseparablemente unido a la ciencia, por suerte o por desgracia. Lo que durante años fue amenaza ahora es riqueza y bienestar.»
«El fracaso de la izquierda y la derecha en abrir caminos hacia el progreso para todos los miembros de la sociedad. Nuevo Anarquismo.»