La nueva ecología
TAL VEZ DEBAMOS reconocer algo que quienes llevan décadas luchando por la conservación del medio ambiente no quieren, o no pueden admitir. Quizás hemos perdido esta guerra. Batalla tras batalla se ha ido retrocediendo, y sólo pequeñas victorias han quitado el sabor agrio de la derrota haciéndolo más digerible.
Mientras nos centrábamos en proteger un hayedo, reciclar o defender una especie, hemos sido derrotados en las batallas importantes.
Tal vez sea ya imposible detener el cambio climático, o la destrucción masiva de la biodiversidad. Tal vez los organismos políticos y económicos de nuestras naciones hayan ganado la batalla y hayan impuesto su paradigma liberal en todo el mundo. Incluso en aquellos países que lo rechazan a priori, las multinacionales campan por sus respetos, haciendo y deshaciendo, sobre todo deshaciendo, el medio ambiente y a la gente que vive de él.
¿Significa eso que debemos rendirnos? En Palabras de Alan Moore, tan de moda ahora que se va a estrenar V de Vendetta, un film basado en una de sus obras, no. Nunca rendirse, ni ante el Apocalipsis. Así ¿cómo debe evolucionar la nueva ecología para poder tener una esperanza de supervivencia? ¿De retornar a lo natural sin renunciar al progreso?
La posible respuesta. Uniéndonos al enemigo. Jugando con sus reglas. Y siendo mejor que ellos en el juego. Stuart L. Pimm y Clinton Jenkins calcularon en un artículo de Scientific American (publicado en Castellano por Investigación y Ciencia), que con 5.000 millones de dólares se podrían adquirir los derechos de explotación de los bosques de pluriselva que permanecen vírgenes. A esa cifra habría que añadir una gran cantidad de dinero (digamos otros 5.000 millones) para educar a las poblaciones limítrofes en técnicas alternativas para aprovechar los recursos naturales y establecer economías sostenibles.
Evidentemente, proteger los recursos selváticos así adquiridos no bastaría para detener el cambio climático. Deberían adquirirse también otro tipo de recursos capaces de defender el medio ambiente, bien porque sean indispensables para nuestro planeta, bien porque ofrezcan alternativas reales a productos contaminantes o altamente destructivos.
Si los grupos ecologistas pudiesen organizarse para centrar sus esfuerzos en esas áreas, dejando las batallas menores a voluntarios que deberán redoblar sus esfuerzos, podrían reunir los recursos necesarios para ellos. Diez dólares por persona de cada país desarrollado bastarían ara poner en marcha la primera parte de la operación. Para la segunda, se necesitaría más.
Si las asociaciones ecologistas y ONG´s medioambientales, así como las demás que tengan interés en dotar a los países en vías de desarrollo de medios de subsistencia sostenidos y sostenibles, deberían promover la creación de empresas que ofrezcan alternativas a otras más contaminantes y destructivas. Por ejemplo, crear una empresa que mejore la investigación y las técnicas de producción de energías alternativas, como las placas solares o la pila de hidrógeno, podrían ofrecer una alternativa al consumo de petróleo. Piscifactorías modernas que cultiven algas y especies marinas para terminar con la sobreexplotación pesquera, investigación en materiales aislantes ecológicos. Los ejemplos son tantos, y los frentes abiertos tan amplios, que seleccionarlos será uno de los primeros problemas que deberán solventarse.
Desde luego, el dinero que debería invertirse sería ingente, más de lo que este tipo de asociaciones pueden reunir en este momento, por el momento. Pero a medida que los problemas se hagan más acuciantes será cuestión de supervivencia que más y más gente se de cuenta del problema, y se apreste a ayudar.
El objetivo de estas acciones es ofrecer una alternativa al liberalismo, y arrebatarle los recursos que va a destruir utilizando sus propias armas, el dinero y la presión política y social. Para ello, las principales ONG´s medioambientales deberán unirse y coordinarse, centrándose en esos objetivos, y dejando en manos de otras más pequeñas, o voluntarios individuales, la lucha por otros recursos (ecoaldeas, protección de bosques y parques, especies autóctonas, presión a los ayuntamientos y empresas)
La coordinación debería ser una prioridad, así como decidir qué recursos adquirir y donde invertir. Esta decisión no puede dejarse en manos de una sola asociación o persona, y su selección debe hacerse atendiendo a criterios de largo plazo, eficiencia e impacto. ¿De qué sirve proteger la Antártida si dentro de veinte años las emisiones de CO2 le habrán arrebatado los hielos eternos y las especies que allí viven hoy en día se habrán extinguido? Habrá que atacar el problema de raíz.
La rapidez de actuación y decisión debe ser similar a la de las empresas actuales, eligiendo los objetivos y realizando campañas de protección, compra e investigación de forma efectiva. Las organizaciones ecologistas deben evolucionar si no queremos perder más batallas. Puede que hayamos perdido la guerra que libramos para proteger la Tierra, pero la guerra que libraremos para proteger lo que nos queda, y nuestras vidas, no podemos permitirnos perderla.
Si queremos ganarla, los ecologistas deben mejorar sus formas de actuación, deben ser más rápidos, inteligentes y, en cierta forma, agresivos, en el sentido suave de la palabra.
A esto hemos llegado, a pelear por las sobras que nos quedan, para que nuestros hijos puedan sobrevivir. Para que el cambio climático no nos arrebate todo lo que amamos y que hemos construido, debemos luchar con las reglas que el mercado impone, ser inteligentes, seguir luchando, pero mejor. Aprendiendo a concentrarnos en lo importante, para no dispersarnos en batallas que, como en el pasado, mermaron nuestros recursos y nos han hecho perder la guerra frente a un enemigo incalculablemente más poderoso y abrumador.
Debemos adquirir los recursos que en el futuro las empresas querrán, para estar en posición de negárselos, y evitar que continúen destruyendo todo lo que quede. Y que lo sepan.~
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