El futuro de la ciencia

«El futuro de la Humanidad está inseparablemente unido a la ciencia, por suerte o por desgracia. Lo que durante años fue amenaza ahora es riqueza y bienestar.»


 

El futuro de la Humanidad está inseparablemente unido a la ciencia, por suerte o por desgracia. Lo que durante años fue una amenaza, y repudiado como creador de paro y alienador de las personas, ahora es fuente de riqueza y bienestar.

Su papel como opresor de las clases bajas ha sido sustituido por el mercado, y su continua exigencia de mejores resultados, más beneficios, más consumo. La tecnología es, junto con el desarrollo sostenible, el motor del futuro bienestar de los seres humanos del planeta.

Los países que se suban al carro del desarrollo tecnológico y que consigan explotar sus recursos naturales de forma sostenible, serán los que consigan llevar a sus pueblos a un punto en el que la globalización no les deje rezagados. Eso incluye, por supuesto, ofrecer tecnología a las empresas, al consumidor, a los trabajadores y a los organismos estatales, con el fin de dotarles de medios competitivos que les permitan crear riqueza.

Espero que el lector note que no hablo de ningún régimen económico particular, pues creo que tanto en estados con gobiernos liberales, como estados socialistas o comunistas, el progreso tecnológico es posible. Más allá de que sean las empresas, las universidades u organismos públicos, (o una combinación de todos ellos), quienes generen la innovación, son los seres humanos quienes potencian, o detienen el progreso. No los sistemas económicos.

La ciencia como creador de riqueza. La ciencia, y su variante aplicable a la producción y al desarrollo, la innovación, suponen un camino directo hacia el desarrollo de los pueblos. Pero es un camino largo.

Requiere inversiones amplias, planificadas con años, incluso décadas de previsión. Una potenciación de la formación y la cultura, y más inversiones en universidades, no sólo para aumentar el número de universitarios, sino para mejorar la calidad de la formación.

Requiere, como hemos comentado en otro artículo anterior, una implicación de gobierno, universidades, empresas, e incluso consumidores, para combinar todos los eslabones de la cadena de la innovación y llevarla a un nivel que permita conseguir una evolución científica apreciable.

Y cuando ya parece que todo está hecho, aún se requiere más inversión y más dinero, por parte de las empresas, y por parte del Estado, para construir plantas de producción, más laboratorios, etc.

El resultado de todo este proceso es un beneficio a todos los niveles para la sociedad. Trabajadores mejor remunerados, empresas más competitivas, universidades de más prestigio, consumidores más satisfechos, naciones más ricos, estados con más recursos. Pero el camino es largo, porque conlleva un proceso de años o décadas, y los retornos a corto plazo son, cuando menos, escasos.

Los gobiernos, siempre acosados por el corto plazo de las elecciones siempre a la vista, anteponen siempre las inversiones que les garanticen unos pocos votos en el presente, a proyectos que mejoren el estado de fondo del país. Es una de las contradicciones de la democracia que sólo las empresas pueden paliar con su inversión privada. Pero nos hace preguntarnos si habría alguna forma de que un gobierno democráticamente elegido pueda comenzar a pensar en el futuro de su país, y que su posición geoestratégica en el mundo pasa invariablemente porque consiga fomentar el desarrollo tecnológico.

Nos hace plantearnos qué mecanismos pueden desarrollar naciones que no se decantan por el liberalismo a ultranza o por el comunismo centralizado para competir con las que sí lo hacen, y ofrecer a sus ciudadanos el mismo grado de desarrollo económico que ofrecen China o Estados Unidos, al tiempo que mantienen un estado de bienestar creciente para sus pueblos.

La única salida lógica para ello es una combinación de medidas que fomenten la inversión privada, que mejoren la eficiencia de las investigaciones públicas, y que cree un ambiente de innovación en las universidades, siempre aplicables a la industria y al consumo. Se ha hablado mucho de ello, pero no se consigue.

Y no se consigue porque no existe una voluntad por parte de los partidos políticos de llegar a acuerdos sobre este asunto. Porque prima el corto plazo, las críticas interesadas a cualquier precio, y porque suele ser usual que Gobierno y oposición no vean el interés del país por la mejora de la educación y la investigación, sino sólo sus intereses ante las próximas elecciones, y los intereses privados de quienes les apoyan.

Es por lo tanto, deber del pueblo, de los ciudadanos recordarles a sus gobernantes, y a los que aspiran a serlo, y a quienes les apoyan a ambos, que el desarrollo económico sostenido pasa por un acuerdo de todas las partes, un acuerdo real, sin medias tintas ni palabras torcidas. Que sus beneficios futuros dependen del consumo y a producción, y el potencial del consumo, en el mundo globalizado de hoy depende, de la competitividad técnica de trabajadores y empresas.

Que la inversión en I+D+i del Gobierno puede tardar seis años en dar beneficios, y quizás repercuta en sus rivales políticos si estos ganan las próximas elecciones. Pero de la misma manera, las inversiones del siguiente gobierno repercutirán en él. Se trata de convencer a un Gobierno para que inicie el ciclo, y a la oposición para que se comprometa a mantenerlo, y no lo pare cuando recoja los beneficios legados por el anterior gobierno.

Un vez más debe de ser el pueblo, y deben de ser las empresas privadas las que exijan este cambio a sus representantes.~