Pandora

Un cuento de Macarena Muñoz Ramos

 

Ella dijo que su trabajo consistía en la teatralidad del placer. Y dejó escapar una delicada bocanada de humo. No era una casa de putas ni un agencia de escorts. Más bien un club privado donde el cliente se dejaba llevar para cumplir sus fantasías. Entonces me miró. Sabía perfecto qué decir y de qué manera hacerlo para causar reacciones en los demás. Aunque, a decir verdad, no hacía falta que hablase. Bastaba con mirarla. Alta, curvas en su lugar, melena oscura que llegaba a los hombros, con un flequillo justo arriba de las cejas bien definidas, rostro de porcelana sin pizca de rubor y unos ojos pardos que se aclaraban o se oscurecían dependiendo de la luz. Calculé unos treinta y tantos años y que sobre todo, apreciaba la discreción. Por eso había acudido a mí.

Un tiempo en el ejército llegando casi sin proponérmelo a las fuerzas especiales. Otro buscándome la vida. Una temporada como ayudante de la fiscalía. Al final, decidí montármelo yo solo. Sebastián Sicilia, detective privado.  Treinta y siete años y un historial escueto de relaciones fallidas. Soy un lobo solitario, ¿qué le voy a hacer? El ejército te convierte en alguien que debe vivir el momento, sentir lo necesario para sobrevivir y ser eficiente. No dejar nada atrás.

Ama Nina, pidió que así la llamase. En su mundo, esos títulos eran necesarios y muy importantes. Cuando estrechó mi mano su contacto fue firme. Los años de manejar fustas y látigos, supongo.  Un cliente de confianza le había dado mis datos. Pero ella prefirió evitar la tecnología y visitarme en mi oficina. Tony, uno de sus empleados, había desaparecido dos semanas atrás. Sin embargo, lo que la preocupaba era el escándalo que podría ocasionar que se revelase quién había sido la última persona que lo vio y que Tony, iba por la libre cuando no estaba en casa de Ama Nina ya fuese sometiendo en los calabozos o a través de las videoconferencias. Versátil el chico, sin duda.

No era propiamente switch, como se les llama en el argot del medio a aquellos que lo mismo disfrutan dominando que siendo sometidos. Principalmente era  Amo, lo mismo de sumisos que de sumisas, pero cuando trabajaba por su cuenta, le gustaba más la carne que el pescado, ustedes me entienden. Aunque sin connotaciones sado.

La casa de Ama Nina contaba con una agenda que poco a poco se fue haciendo muy exclusiva. Gente con poder, gente conocida en el arte, gente de la alta política. La seguridad y la discreción eran los cimientos que sostenían aquel lugar. Dos años atrás, un acaudalado empresario perteneciente a una familia de renombre en el país, se había convertido en socio de Ama Nina. Ella sonrió, dejando ver sus blanquísimos dientes, cuando me dijo que era algo así como una muestra de agradecimiento.

El empresario, pongamos que su nombre es Efrén, había descubierto desde muy pequeño el trabajo del ilustrador americano Eric Stanton. Decía recordar que las primeras veces que se masturbó lo hacía mirando a aquellas chicas dibujadas que pendían de cadenas y cuerdas, que estaban inmovilizadas, con una mordaza en la boca, grilletes en los tobillos, zapatos o botas de tacones altísimos, corsés ajustando sus cinturas y grandes tetas. Con el paso del tiempo, pensó que debía ir a consulta con un especialista porque sólo ese tipo de mujeres le excitaban. Nunca lo hizo y pronto se vio comprometido con una chica más joven que él y de su misma posición. Una novia que sus padres se habían encargado de escoger. Cándida, tímida e inexperta. Con semejante  paquete se encontró Efrén en la noche de bodas. Ama Nina dijo que lo peor es que él comenzaba a sentir algo por esa chica. Así que intentó jugar al Pigmalión.

Efrén había descubierto la casa de Ama Nina averiguando aquí y allá. De manera humilde pidió primero ser espectador en sesiones con sumisas. Al cabo de un corto tiempo, Ama Nina consideró que Efrén estaba preparado y le ofreció la oportunidad de experimentar con una sumisa propia. Mikai, una exótica mestiza japo-occidental, de larga cabellera lisa que siempre sujetaba en una coleta alta, ojos maquillados para dar la impresión de ser aun más redondos, unas graciosas pecas por encima del puente de la nariz y de los pómulos, piel color lechoso y boca pequeña de labios gruesos siempre en tono burdeos. Había sido adiestrada por un viejo amigo de Ama Nina que convirtió ese mundo en su estilo de vida. Un Dominante con un pequeño imperio de venta de artículos sado a través de un sitio de internet. Mikai fue su devota sumisa por varios años. Lució con orgullo el simbólico collar de su Amo. Y se acostumbró a ese grupo de personajes que disfrutaban de sus aficiones de manera privada. Pero el Dominante perdía el interés cuando las sumisas dejaban de tener la frescura de las primerizas.

Ama Nina aconsejó a Mikai que hiciera de su placer una forma de ganarse la vida. Y es que la sumisa disfrutaba entregándose. ¿Una adicta al dolor? Más bien al poder. Son los sumisos quienes hacen a los Amos. Son ellos, desde su posición tan vulnerable ante los ojos de los demás, quienes dominan. Una palabra de alerta y toda la ceremonia se detiene. Y el Dominante puede caer estrepitosamente desde su trono.

Mikai se convirtió en profesional en casa de Ama Nina. Siempre obediente, siempre dócil. Por eso fue elegida para la primera vez de Efrén. Por eso, consideraron que serviría para adiestrar a Becca.

Stop. Me estaba liado con tantos detalles. Ama Nina apagó el tercer cigarrillo y sus ojos fueron puñales cuando mostré mi desesperación. Tony, Efrén, Mikai y ahora Becca. Al grano. Había que ir al grano. Tony llevaba desaparecido dos semanas y su jefa quería saber qué había pasado. Me la traían floja Efrén y las demás.

Ama Nina parpadeó de forma rápida. Descruzó sus largas piernas enfundadas en medias de redecilla y soltó la bomba:

-Tony se veía con Becca, la esposa de Efrén.

El empresario apuntaba maneras para Dominante gracias a la guía de Ama Nina y a la entrega de Mikai. Cuatro veces a la semana practicaba y al menos una noche pretendía hacerlo en casa con Becca. Pero el miedo y la torpeza siempre aparecían. Ama Nina que era capaz de percibirlo todo,  dijo que el amor no era suficiente. Que había que adiestrar también a Becca puesto que mostraba curiosidad y nada de rechazo.

En casa de Ama Nina y siendo dominada por Tony, Becca descubrió el placer y el poder. Pero era inútil intentarlo siquiera con su marido. Le sorprendió la primera vez que lo vio con la sumisa Mikai. La entrega total de aquella joven que lo miraba como quien contempla a una deidad. Y Efrén se crecía. Pasaba en fracción de minutos de ser un hombre comedido y cortés, vestido impecable y elegante, con un Patek Philippe Chronograph en la muñeca, a un hombretón muy seguro de sí mismo, de voz profunda y con un fuego en la mirada que Becca jamás había visto.

Y no había ningún intercambio sexual. En casa de Ama Nina estaban prohibidas las penetraciones de ningún tipo y el sexo oral. El placer residía en la dominación y en la sumisión. En aplicar y recibir correctivos. En llevar las riendas, el completo control de la excitación, o en dejarlas en manos de otros.

Tony que no era tonto y que ganaba un gran extra cuando trabajaba de forma autónoma vio la oportunidad con Becca. En una sesión, ella perdió los papeles y comenzó a chuparle la verga. Aquello fue un pequeño secreto que guardaron porque tampoco iban a confesar que poco después  Tony la había puesto a cuatro patas y que se corrió dentro de ella.

Así son las cosas, dijo Ama Nina. De la inexperiencia y de la candidez Becca pasó a pagarle noches enteras a Tony para follar como si no hubiese un mañana. Poco importaban las cadenas, los grilletes,  las fustas, los látigos y cuanta parafernalia sado existiese. Becca sólo quería follar duro. ¿Y Efrén? Bueno, Efrén la amaba pero disfrutaba la devoción de la sumisa Mikai y de su nueva personalidad dominante.

A Ama Nina le preocupaba su empleado pero más aún sus alianzas y sociedades. Cuando descubrió el lío entre Becca y Tony, no dijo nada porque Efrén estaba encoñado con Mikai. Becca sólo follaba y Efrén sólo dominaba. Nadie salía lastimado. Aquí paz y allá gloria. Pero si se hacía pública la relación entre Becca y Tony, ardería Troya.

Bien. En cuanto se despidió Ama Nina dejado tras de sí el aroma del perfume Obsession de Calvin Klein, traté de despejarme y poner orden en mi cabeza. La rutina de Tony era sencilla. Lo comprobé la mañana siguiente cuando me acerqué al gimnasio donde se ejercitaba dos horas diarias. Veintiocho años, natural de una ciudad del norte del país. Casi uno y noventa de estatura,  practicaba pesas para tonificar su cuerpo de ochenta y siete kilos y conducía una moto Kawasaki Monster. Discreto, según sus vecinos de aquel edificio antiguo remodelado. Así que su trabajo autónomo lo hacía en otro lugar. No llamé a su puerta. Vi que el correo se acumulaba en su buzón. Y por supuesto, descarté llamarlo al móvil.

Llopis, bueno, el comandante Llopis, solía echarme la mano. Su hermano Saúl había estado en la misma compañía que yo en el ejército. Pero murió en una misión de reconocimiento. A partir de que Llopis me conoció, me convertí en algo así como ese hermano pequeño que nunca más volvería a casa. Ambos sacábamos beneficio de esa relación. Fue de gran ayuda cuando trabajé para la fiscalía. Y lo seguía siendo ahora. Era mis ojos y mis oídos en la comisaría.

Nadie había reportado la desaparición de Tony. Ningún movimiento en su cuenta bancaria donde constantemente hacía grandes depósitos. Se notaba que era bueno en lo suyo. Y casualmente, una cámara de tráfico de esas que multan, lo pilló apenas saltándose un semáforo en rojo la noche del domingo 5, quince días atrás. Lo reconocimos por la matrícula de su moto. Esa había sido la última imagen de Tony antes de desaparecer.

Cuerdas de nylon hechas con  cuatro cordones torcidos y de doce milímetros de grosor. A Llopis le costaba respirar y se le notaba a través del teléfono. Dicen los forenses que son de las que se usan para navegación, muy flexibles para poder hacer nudos.

El aviso llegó a través del administrador de un edificio de apartamentos de lujo. Los vecinos habían reportado un olor nauseabundo creyendo que se trataba de las cañerías del piso de arriba. Lo que encontraron fueron los restos de un cuerpo en la cama del dormitorio principal. Algo  abotargado que había sido un cuerpo masculino con los brazos atados con cuerdas a los extremos de la cabecera. A Llopis no le correspondía atender esto pero cuando escuchó que el cadáver parecía tener un tatuaje en el hombro izquierdo, paró las orejas como sabueso. Tony llevaba una calavera mexicana con muchos adornos sombreados.

 

Fiel a la decisión de tratarlo todo de modo discreto, me apersoné en casa de Ama Nina. Una casona con aires de inicios del siglo XX enclavada en una zona en otros tiempos exclusiva. Ahora  conservaba su encanto gracias a las tiendas de alta costura, joyerías y restaurantes de lujo. Las mansiones se habían transformado en conjuntos de oficinas corporativas y sólo un puñado conservaban su condición inicial de casas-habitación. La de Ama Nina pasaba desapercibida a pesar de sus medidas de seguridad y de su ubicación en una calle apenas transitada.

Parecía un poco cliché pero una chica vestida como french maid con cofia y delantal blancos y la falda del vestido muy corta y con cancan, me condujo a un anexo de la casa que daba al jardín de atrás. Grandes ventanales que dejaban entrar la luz del atardecer daban la sensación de amplitud a una oficina decorada con el gusto y  la sobriedad de otros tiempos. Ama Nina estaba de pie, junto a uno de los ventanales. Llevaba puesto un vestido de tela negra de caída suave, de cuello redondo, mangas largas, grandes hombreras, cinturón ancho y falda estrecha que le llegaba debajo de la rodilla. Se dio la vuelta cuando escuchó que entré y antes de sonreír, me miró de arriba a abajo. Sí, ya. Hablando de clichés, yo no suelo ir con gabardina y sombrero a lo Bogart. Y creo que luzco bien mi metro y ochenta y ocho centímetros de altura enfundando mis piernas y brazos delgados y largos en una chaqueta de cuero negro, pero no la de tipo rockero sino con cuello redondo y sin solapas, pantalones de corte estrecho y acompañando el conjunto una sonrisa que a muchas mujeres les fascina porque dicen que es pícara. Supongo que en nuestro primer encuentro, Ama Nina mantuvo en alto todas sus defensas para estudiarme. Supongo que yo no noté su reacción mientras me perdía en sus piernas y su voz me envolvía.

El cadáver de los apartamentos de lujo era Tony. A pesar de los procedimientos de rutina que Nico, el forense, debía seguir, pude reconocer al empleado de Ama Nina. El dinero que me había dado ella dentro de un sobre blanco abultado, estaba dando sus frutos no sólo en lo indispensable como mis gastos diarios, sino en facilidades para poder trabajar. Nico era amante del hentai más duro y debía conseguirlo en lo más recóndito del mercado negro. No siempre corría con mucha suerte así que yo le echaba una mano con mis contactos. Nuestra amistad se basaba en esa colección que iba en aumento de películas de animación con monstruos o cefalópodos penetrando de mil formas a dulces chicas de enormes ojos y tetas y largas cabelleras vestidas con uniformes escolares. En esta ocasión, un par de deuvedés de un distribuidor muy oculto de Okinawa fueron la llave mágica para poder contemplar en directo y sobre una plancha, el cadáver de Tony y conocer los pormenores de la necropsia.

Sobredosis. Esa era la causa de la muerte. Ama Nina se dejó caer en un sillón. Imposible, dijo. Tony ni siquiera consumía anabólicos para tonificar su cuerpo. Pero no se trataba de sobredosis de estupefacientes sino de insulina.

Becca descubrió que padecía diabetes cuando su cuerpo rechazó las prótesis de silicona talla doble D que Efrén le había obsequiado por su aniversario de bodas. Sus tetas eran de tamaño normal con la peculiaridad de tener una enorme areola rosada en los pezones. Pero Efrén quería una réplica de los dibujos de Eric Stanton en carne y hueso. Becca no se opuso y aceptó divertida. Las complicaciones le borraron la sonrisa. Desde hacía cuatro años se inyectaba una dosis diaria de insulina. Por fortuna, no era con jeringuilla sino con una especie de bolígrafo de plástico que al oprimir uno de sus extremos aparecía una aguja fina y pequeña y apenas se notaba el pinchazo.

Ama Nina apagó su cigarrillo. Sus ojos parecían despedir destellos luego de varios parpadeos rápidos. Empezaba a descubrir que esa era su forma de mostrarse sorprendida. Sobredosis de insulina y cuerdas que se usaban para la navegación. A primera vista, nada podría relacionar ambas cosas.

—Efrén tiene un yate siempre a su disposición en el puerto —dijo Ama Nina.

Toing. Escuché claramente la campana que suena antes de comenzar los rounds en los combates de box.

Llopis logró meter las narices en la investigación. Pronto salió a la luz la forma que tenía Tony de ganarse la vida pero el comandante pudo conseguir que todo estuviese bajo control. Bien. Apenas un par de agentes muy discretos y siempre a lo suyo fueron puestos en el caso. Recogí a Llopis a las cinco de la tarde y tomamos rumbo hacia la casa de Efrén.

El Patek Philippe Chronograph relucía en la muñeca izquierda. La camisa arremangada nos permitió admirarlo. Delante de nosotros estaba sentado Efrén, con sus treinta y dos años y una mata desordenada de cabellos ondulados, la nariz un poco desviada desde la adolescencia debido a un codazo jugando baloncesto, y todo él amabilidad y cortesía. Hablaba de forma pausada y siempre dirigía sus ojillos claros al interlocutor. A veces acariciaba la mano de Becca que nos miraba de modo desafiante, sobre todo cuando describió cómo había comenzado todo con Tony.

Quizás otra chica de su posición social estaría avergonzada. Becca no. Disfrutaba como si estuviese bebiendo un buen vino todos y cada uno de los comentarios sobre Tony. Cómo la hacía gozar. Cómo en cuanto se olvidaron de aquello de Amo y sumisa, disfrutaron aún más. Por momentos, aquella chica bajita, de melena corta, con vestido de tirantes y sandalias de tacón que mostraban las uñas de sus pies con perfecta pedicura, se mostraba como una mujer que tenía claro lo que quería en este mundo. Y a veces se acariciaba el pecho de forma insinuante por encima del escote sin quitarnos el ojo a Llopis y a mí.

Yo estaba atento a las reacciones de Efrén. Pero ni frío ni calor. Como si oyese hablar a su mujer en otro idioma. Acariciaba sus manos y ponía énfasis en la alianza de matrimonio y en el anillo de compromiso con un diamante que emitía destellos rosados. Probablemente él era el bicho raro. Probablemente era capaz de poner en recipientes muy distintos el amor y la devoción y en otro el sexo y la lujuria. Me había costado creerle a Ama Nina. Ahora ya no.

Efrén tenía coartada para el día que desapareció Tony. Casi no iba a hacer falta comprobarlo. Pero no le dijimos que era el principal sospechoso.

Llopis no había abierto la boca desde que salimos de casa de Efrén. Parecía impactado. Dieciocho años en la policía y creía que ya nada iba a sorprenderlo. Yo lo miraba de reojo. Sus mofletes de hámster vibraban como si fuese a hablar, pero se detenía. ¿Cómo se podía vivir con una relación así? Violencia y domino por encima del amor. Algunos dirían que lo que Efrén sentía por Becca era un amor fraternal. Que sus desviaciones no le permitían más. Pero no se trataba de violencia sino de la adicción al poder sobre otra persona a quien no se ama (Mikai). Efrén consiguió abrir una caja de Pandora con Becca. Y para su mala suerte, pronto alcanzaron el mismo nivel. El marido ya no fue el más poderoso ni podía ser el dueño del placer de su mujer.

La moto y el móvil de Tony estaban desaparecidos. Al rastrear el número, la última ubicación que arrojó el GPS fue el edificio de apartamentos de lujo. No podíamos hacer mucho con el récord de llamadas y mensajes debido a que los clientes de Tony eran personajes muy conocidos que exigían discreción. Las escasas huellas que se analizaron no revelaban nada. Y Tony había recibido la sobredosis de insulina a través de un pinchazo en el cuello y no fue con una jeringuilla sino con algo mucho más fino.

Dos días después de nuestra visita, Efrén recibió en su teléfono una foto de Becca. Y por primera vez, Ama Nina hizo a un lado su discreción y me llamó. Efrén estaba fuera de la ciudad en un congreso  y Becca no respondía a sus llamadas. El número desde donde se envió la foto de Becca era el de Tony. Llopis y yo lo comprobamos sin dar crédito. Tony no pudo enviar esa fotografía.

Becca estaba desnuda, con una mordaza de goma metida en la boca, las muñecas sujetas con esposas, tumbada boca abajo y con el culo más elevado que el resto del cuerpo. Una dildo machine de dos vergas de grandes dimensiones la penetraban anal y vaginalmente. Esto es lo que no tienes cojones de hacer con tu mujer, estaba escrito de forma manual encima de la imagen.

Efrén decidió regresar de inmediato en un avión privado. Durante el vuelo recibió una captura de pantalla de un mapa que mostraba la ubicación del teléfono de Tony. Sí quería a Becca viva, debía acudir a ese lugar. Era una nave abandonada en los límites de un polígono industrial. Llopis trató de convencer a Efrén para que dejase todo en nuestras manos. Yo me adelanté a los agentes.

Mikai comenzó adorando a Efrén con toda la intensidad de su espíritu sumiso. Poco después, el  entusiasmo del Amo debutante que le impedía trabajar con otros clientes, hizo creerle que Efrén la amaba. Becca era incapaz de disfrutar siendo sumisa y Mikai fue la primera en descubrirlo. Fue ella quien animó a Tony para iniciar una relación vainilla fuera de la casa de Ama Nina. Fue ella quien le hizo ver a Efrén el error que había cometido tratando de convertir a Becca en sumisa.

Pero Efrén a quien amaba era a su esposa. Mikai había tenido que lidiar con monólogos interminables donde él le aseguraba que lo de Becca con Tony sólo era sexo porque la hacía gozar de formas que él jamás podría hacerlo. Já. Soy un  impotente vainilla, decía con una sonrisa triste. No me excitan las relaciones convencionales, ni siquiera el sexo duro. Necesito someter, poseer, castigar y recompensar,  saber que yo tengo el poder absoluto sobre tu placer. Que sólo de mí depende que te eleves al cielo o que te hundas en el último infierno.

En algún momento, Efrén cometió el error se hacerle creer a Mikai que podrían vivir su relación no sólo fuera de casa de Ama Nina sino en un total 24/7, esto es, que jamás dejarían de ser Amo y sumisa. Que harían una vida juntos en el mundo real y que Mikai le iba a pertenecer por siempre. Oh sí, el ideal de toda sumisa. Sin embargo, aquello sólo era un sueño húmedo. Efrén  jamás iba a abandonar a su esposa.

Mikai acudía con Johan, un estilista bastante conocido entre las esposas de algunos diplomáticos. No se le notaba la pluma y era bastante formal. Vivía enamorado de Tony, de quien era cliente frecuente.  Pero detestaba el juego de la bisexualidad. Mikai le comió la cabeza, le confesó que tenía un plan para vengarse de Tony y logró que Johan lo citara el domingo 5 en un apartamento de lujo que alquilaba por horas a través de terceros.

Cuando Tony llegó al apartamento se encontró con Mikai y con un tipo bajito, calvo y de barba muy  espesa que en un descuido y con tremenda agilidad, le golpeó en la nuca.  Desnudarlo y atarlo a la cama fue como coser y cantar.

Ama Nina había permitido que Efrén contratase a un maestro de bondage especializado en shibari. Quería aprender esa técnica japonesa y lograr someter y suspender a Mikai a través de ataduras estéticas. El maestro Hiroshi aprobó las cuerdas de nylon para navegación que Efrén utilizaba en su yate debido a su flexibilidad. Y cuando el curso terminó, Mikai guardó algunos metros que sobraron. Ciento cincuenta centímetros de esa misma cuerda habían sido suficientes para atar las muñecas de Tony a la cabecera de la cama.

En ocasiones, Efrén aturdía a Mikai con detalles sobre Becca. Fuera de ellos, nadie más sabía cómo se había dado cuenta de que padecía diabetes. El mismo cirujano plástico que operó a Becca fue quien tiempo después le puso las prótesis talla doble D a Mikai con éxito. Todo quedaba en familia y con la máxima discreción pues Ama Nina siempre enviaba a sus empleadas a esa clínica.

Tony recuperó el sentido y apenas logró distinguir que Mikai estaba sentada a horcajadas encima de la mesa para ocho personas del comedor. Subía y bajaba impulsada por sus rodillas mientras que con las manos se sujetaba la larga coleta. Debajo de ella estaba el tipo bajito, calvo y cuya barba espesa ahora no se notaba porque tenía la cara enterrada en el coño de Mikai. Era notoria la enorme erección  que abultaba sus pantalones deportivos.

Mikai abrió sus ojos perfectamente maquillados y miró a Tony. De pronto comenzó a jadear de forma exagerada y en un momento dado dejó de moverse. Después se alisó la minifalda mientras bajaba de la mesa. Tony intentó hablar, gritar, pero tenía cinta adhesiva cubriéndole la boca. Mikai sonrió mientras sacaba algo de su bolso. El tipo bajito, calvo y de barba espesa se acomodó el paquete y fue hacia donde estaba Tony. Se acercó tanto que no sólo sintió su aliento sino que pudo ver que llevaba rastros de los fluidos vaginales de Mikai en el bigote. Quieto, dijo y lo sujetó por la mandíbula. Tony intentaba zafarse, se revolvía en la cama. Y Ben, el tipo bajito y calvo, le dio un puñetazo. Lo último que Tony  alcanzó a ver fue a Mikai con algo parecido a un bolígrafo en la mano.

Insulina y cuerdas para navegación. Efrén iba a pagar caro sus desprecios y su amor cursi por Becca. Si no iba a ser  para Mikai tampoco sería para su esposa.

Ben exprimió los restos de un tubo de lubricante encima de las dos vergas de la máquina. Becca apenas podía respirar y tenía los ojos llenos de lágrimas. Suplicaba que ya no más pero la mordaza le impedía hablar. Deja de quejarte, le escupió a la cara Mikai. Estás tan mojada desde los primeros minutos que te sobra el lubricante. Qué guarra eres. Y Ben aprovechó el momento para manosear el coño depilado de Becca mientras le levantaba el culo. La puso en posición para ser penetrada y Mikai echó  a andar de nuevo la dildo machine.

Desde donde estaba noté que no había armas a la vista. Y que sólo eran una chica de estatura media que a lo mucho pesaba cincuenta kilos  y un tipo bajito un poco fornido. Quizás parecía demasiado fácil. Demasiado.

A partir de ese momento, los recuerdos se suceden unos a otros sin demasiado orden ni concierto. Aún  hoy escucho claramente el disparo de un arma que no era la mía, un cuerpo que cae y los pasos de unos  zapatos de tacón  sobre el suelo de planchas metálicas.

Supongo que para incrementar el entusiasmo de su cómplice, Mikai se apoyó en la orilla de una mesa, levantó su falda y se abrió de piernas. Ben acudió a ella como perrito faldero y hundió su cara peluda en  la entrepierna de la sumisa. Chupaba ansioso mientras gruñía y Mikai no le quitaba ojo a Becca que parecía estar a punto de desmayarse.

Aproveché esto y salí de mi escondite. Comprobé que llevaba la automática metida entre la espalda y el pantalón y me aclaré la garganta de forma ruidosa. Sí, les corté el rollo, qué pena. Di dos pasos hacia la izquierda y me agaché para desenchufar la dildo machine. Les apuntaba con mi automática  cuando me incorporé.

La amenaza de Mikai fue mayor. Se acercó por el otro extremo a Becca y en la mano derecha empuñaba el bolígrafo inyector. Guarda eso, vaquero o esta guarra se muere, me amenazó ella.

El plan era causarle un coma a Becca con una sobredosis de insulina. Aquello de matarla enchufada a una máquina que la follaba con ritmo constante sólo era una pantomima. Eso si Efrén no aceptaba culpar a Becca de la muerte de Tony. Con su esposa en prisión, Mikai lo tendría sólo para ella. Amo y sumisa por siempre jamás. Un bonito cuento de hadas retorcido.

¿Qué cómo supe esto? Porque Mikai cayó en el cliché del villano de película que revela sus malvados planes regodeándose delante de las víctimas. Sí es que en el fondo, por más raros que sean nuestros gustos sexuales, todos somos iguales.

Escuché pasos de zapatos de tacón a poca distancia de mí. Mikai miró sorprendida pero se acercó más a Becca. ¡Bang! Un disparo y Mikai cayó de espaldas. Entonces Ben intentó arrebatarme la automática. Forcejeamos. Era fuerte para su estatura tan baja. Al final le di un cachazo en la sien.

Efrén corrió hacia Becca y despacio la bajó del potro donde estaba atada. Se quitó el abrigo y cubrió a su mujer que apenas podía mantenerse en pie. El aroma del perfume Obsession llenó mi nariz. No hizo falta que me diera la vuelta. Sonreí.

Mikai tenía un rozón de bala de una 9mm en el hombro izquierdo. Nada grave. Una recuperación rápida y a prisión. A Ben le dieron siete puntos de sutura. Becca pasaría por quirófano para aliviar los desgarros que le provocaron las dobles penetraciones machacantes y quizás para una cirugía reconstructiva de vagina que estaba de moda entre las estrellas de Hollywood.

Ama Nina bebía sorbitos de té mientras me traspasaba con sus ojos pardos. Estábamos sentados frente a frente y casi podíamos hablar sin mover los labios.

—Tu secreto está a salvo conmigo. Llopis no se esforzará en averiguar quién le había disparado a Mikai. Cuando entró a la nave con sus agentes, ya todo había ocurrido.

Ama Nina sonrió.

—Tenía que remediar lo que yo ocasioné. Era mi responsabilidad —suspiró—. Aprecio a Efrén pero a pesar de que se ha asumido, aún desconoce la capacidad del poder que tiene. Quizás como dijo Marcel Proust: Ningún hombre es un completo misterio más que para sí mismo.

Dejé la taza en la mesa y apenas con las puntas de mis dedos, acaricié la rodilla de Ama Nina. Era algo que había deseado hacer desde la primera vez. Ella me miró de un modo que no supe descifrar.

—Sin conquistas ni rendiciones. Entrega mutua y nada más.

Se acercó a mí, me tomó el rostro con ambas manos y tras un delicado beso, me mordió el labio inferior.~