El ruido del filtro de agua. Ocho objetos con el nombre de Raymond Carver

Ocho objetos con el nombre de Raymond Carver. Un texto de Jorge Posada. Ilustración de Juan Astianax

 

 
 1. Elefante

Mi padre estaba vivo
me llevaba montado sobre los hombros.<
Yo era un niño de seis años.

Súbete aquí arriba, me dijo.
Tomándome de las manos,
me alzó en el aire
y me montó sobre sus hombros.

Estaba a mucha altura del suelo,
pero no tenía miedo.

El me sujetaba con fuerza.
Los dos nos aferrábamos el uno al otro.

Luego echó a andar por la acera.

Quité las manos de sus hombros
se las puse alrededor de la frente.

No me despeines.
Puedes soltarme.
Te tengo bien sujeto.
No vas a caerte.

Al oírle decir esto, noté la fuerza
con que sus manos asían mis tobillos.
Entonces le solté la frente.
Liberé las manos y extendí los brazos a ambos lados.
Los tuve así para mantener el equilibrio.

Mi padre siguió andando conmigo sobre los hombros.
Yo hacía como si fuera montado en un elefante.
No sé a dónde íbamos.
Quizá a la tienda a comprar algo,
quizá al parque, donde me sentaría en un columpio
y se pondría a columpiarme.

Raymond Carver en los últimos meses de su vida tomó algunos fragmentos de los cuentos de Chejov y los versificó. Era una especie de terapia. Los dos murieron a causa del mal funcionamiento de sus pulmones.

 2. Yeguas

He vivido con cuatro mujeres. Separaciones. Mudanzas. Al entregar las llaves a las caseras sentía que en la calle había yeguas. Animales blancos y negros. Saltaban. Con sus ojos enormes me observaban sin acercarse.

3. Lo que dijo el médico

Dijo que la cosa no tenía buen aspecto
que lo tenía malo de verdad
que había contado treinta y dos en un pulmón
y que dejó de contar
le dije me alegro porque no querría saber si hay más
dijo si usted es un hombre religioso arrodíllese en el bosque y pida ayuda
cuando llegue a la cascada la neblina le rodeará los brazos y la cara
deténgase y trate de comprender esos momentos
yo le dije no lo soy pero trataré de empezar hoy
dijo lo siento mucho
me hubiera gustado tener otras noticias que darle
dije Amén y él añadió algo que no entendí
y no sabiendo qué más hacer y para no hacerle repetirlo y a mí digerirlo
me quedé mirándole sin más durante un rato
y él me miraba a mí
me levanté y di la mano a quien solo me daba
algo que nadie en la tierra me había dado
puede que a fuerza de costumbre hasta le diera las gracias.

La primera mujer con la viví llama a la oficina. Está enferma. Un tumor en la base del cuello. Estuvimos juntos 8 años. En casas vacías y hermosas. Nos vemos en un café. Está muy débil pero aun así bromea. Tenemos 35 años, el centro de ningún camino.

4. Sí, para tenerlo claro una sola vez

—Llegué bien anoche.
—…
—Te dije que no llevaba dinero.
—Estaban tus amigos. Ellos te ayudaron, seguro.
—Sí, pero tú y yo fuimos juntos.
—Me dejaste sola.

R. se ducha. En el cuarto se maquilla. J. entra cuando ella se acomoda el bra. Le mira las costillas. El lunar grande en el hombro.
J. le pregunta si saldrá. R. contesta que sí. —¿Regresas? —¿Para qué?
R. fríe huevos. Los sirve en un plato hondo.

—Leí todo.
—¿Qué de todo?
—No hagas eso ahora.
—¿Quieres hablar?
—Sí, para tenerlo claro una sola vez.

Discuten. Es mediodía. En el muro que hay frente a una de sus ventanas, la enredadera está seca y cuatro mirlos mueven y arrancan los tallos. R. y J. no gritan. Son una pareja que se agotó. Un rincón con bolsas y envases rotos. Acuerdan que R. tiene dos semanas para sacar sus cosas. J. sale de la casa. Veinte minutos después llama al celular de R.

—¿Sigues en casa?
—Sí.

Ninguna otra frase.

 5. La importancia del nombre

Gordon Raymond Lish. Jay Clevie Carver. R. Lish. G. Carver.

En dos siglos un dato de una enciclopedia incomprensible.

 6. La pantalla de la computadora

El ruido del filtro de agua en la pecera. Desde hace horas. Duermo en la cama de mi hijo. Son las 3 am. Me levanto a orinar. Lo busco en el comedor. No hay nadie. La pantalla de la computadora encendida. Voy al patio. Está acurrucado bajo la escalera. Lo levanto. Lo llevo a la cama. El ruido del filtro de agua sigue. Me acuesto. Mi hijo habla dormido. En algún momento pienso que esas palabras son un mensaje para los animales de la pecera, para un padre distinto a mí.

 7. Lista de precios

Una fotografía de un centro comercial. Hombres y mujeres en distintas actividades. Cambian las vitrinas. Limpian el suelo. Ordenan ropa. Comen. Memorizan las listas de precios. Miran direcciones en sus teléfonos. Cada uno con la historia de sus padres, de sus amigos, de sus parejas. El matrimonio que perdió a su hijo en un mercado. Los vecinos que vierten vinagre en las macetas del pasillo. Los que siguen a dos chicas en el bosque y toman unas piedras antes de ocultarse. El chico de 16 que toca a su hermana. El hombre que al comprar un boleto de avión olvida su segundo apellido y necesita leerlo de la credencial que lleva en el bolsillo.

 8. Errand.

Chejov. 1897.

Maria Chejov, su hermana menor,
fue a visitarlo a la clínica los últimos días de marzo.

Hacía un tiempo de perros;
una tormenta de aguanieve se abatía sobre Moscú.
Las calles estaban llenas de montículos de nieve apelmazada.

Maria consiguió a duras penas parar un coche de punto que la llevase al hospital.

Llegó llena de temor y de inquietud.

«Antón Pavlovich yacía boca arriba
—escribe Maria en sus memorias—.

No le permitían hablar.
Después de saludarle,
fui hasta la mesa a fin de ocultar mis emociones.»

Sobre ella, entre botellas de champaña,
tarros de caviar y ramos de flores
enviados por amigos deseosos de su restablecimiento,
Maria vio algo que la aterrorizó:

                                 un dibujo hecho a mano
                                 —obra de un especialista, era evidente—
                                 de los pulmones de Chejov.
                                 (Era de este tipo de bosquejos que los médicos
                                   suelen trazar para que los pacientes
                                   puedan ver en qué consiste su dolencia.)

                                 El contorno de los pulmones era azul,
                                  pero sus mitades superiores estaban coloreadas de rojo.
                                 «Me di cuenta de que eran ésas las zonas enfermas»,
                                 escribe Maria.

Carver en «Tres flores amarillas» describe la fase terminal de la enfermedad de Chejov. ¿Buscó ahí su voz, su próxima lejanía? Lo imagino durante la concepción del cuento con un jarrón en las manos, de un lado a otro, impaciente. Ignora por qué lo lleva y qué hará con él, pero es incapaz de soltarlo.~