Golpe de estado
Cuento Edna Montes, intervención: Rodolfo JM
CANSADA, ESTOY CANSADA de vivir. Lo último que recuerdo fue la notificación en la pantalla de mi celular y haber corregido una línea de código. Mis días ahora son así, agotarme para evitar los recuerdos. Mi cerebro ya no se lleva bien con mi corazón, ambos desean cosas totalmente distintas, pelean todo el tiempo, ninguno sabe cuál será el ganador. Ayer volví revisar el clóset, la terapeuta dice que necesito avanzar con el duelo, meter tu ropa en bolsas de plástico, sacarla de allí; pero no puedo. Cuando lo intento me imagino tu cuerpo envuelto en ellas, frío, pesado. Siento las manos temblorosas, la boca seca, las piernas me fallan. Termino tirada en la alfombra, mirando al techo con los ojos húmedos. ¿Puede una relación sana volverse codependiente post-mortem? Tú y yo éramos normales. El trabajo, los amigos, cada quien su espacio para compartirlo después. Nosotros éramos una pareja ideal. Éramos.
Notificación: “ViajeroInter publicó en El Especial GDL”
En cuanto vi la notificación tomé el celular con las manos temblorosas, ViajeroInter fue el primero en fotografiar “El Especial”. No era la gran cosa, apenas un autobús borroso que se ponía en marcha, pero ver su nombre en la pantalla bastó para revivir la inquietud.
Todo comenzó días después de tu muerte, las redes sociales se llenaron con el eco de una anomalía en el transporte tapatío. Algunos pasajeros descubrieron una nueva ruta de autobuses que circulaban con el número 311 Especial. Daba igual si estabas en una punta de la ciudad y querías llegar a otra, te llevaba. Incluso si era en un sitio donde ninguna lo haría. Cobraba los siete pesos reglamentarios, pero tenía asientos cómodos, aire acondicionado y el chofer era amable siempre. ¡Sí, cómo no! Me tragaba todo menos lo de los conductores gentiles. Necesitaría ser uno de esos dioses hindúes con múltiples brazos para tener dedos suficientes para contar todas las veces que algún chofer me había gritado, puesto en peligro mortal, mojado con un charco o todo al mismo tiempo.
La noticia causó furor. Los periódicos publicaron de inmediato notas sobre el revuelo que causaba la ruta. Ya lo habían hecho con la aparición de una hada y la momia de una santa que abría los ojos (¿Te acuerdas de cuánto nos reímos de eso?), esto prometía más. Ninguna autoridad de vialidad tenía registro de una nueva concesión de transporte público, nadie podía informar a los reporteros. Los periodistas tampoco fueron capaces de abordar la ruta, o siquiera dar con ella. La gente que afirmaba haberlo tomado carecía de pruebas. Además no había queja, el autobús en cuestión te dejaba donde querías y el servicio era impecable ¿se podía añadir algo? La TV fue la primera en determinar que la noticia estaba muriendo, sin imágenes del “especial” no tenía sentido. Por otro lado, estaban quienes aseguraban que se trataba de una cortina de humo para distraer a la gente de una ola de desapariciones registrada por toda la ciudad.
Creí que el asunto perdería importancia. Incluso si a los medios les importaba un pepino, cada vez más y más gente juraba haber tomado el “especial”. Todos hablaban maravillas del servicio. Me parecía irreal, no obstante, me encontré a mí misma deseando poder toparme con él y abordarlo. Me sentí ridícula por eso, era un plan escapista, llevaba casi un mes sin salir de casa a menos que se tratara de algo inevitable; ya ni hablar de tomar el autobús. Había días terribles, casi todos, en los que no me sentía lista para afrontar la ciudad. Era un monstruo, uno lleno de recuerdos tuyos. Fantasmas de nosotros en cada banqueta. Contradictorio, podía vivir en nuestro departamento porque parte de mí esperaba que volverías a llamar a la puerta después del trabajo porque se te olvidaron las llaves. No podía soltar tu presencia, ni compartir tu ausencia con el resto del mundo.
Poco a poco la sociedad tapatía fue creando un furor respecto al “especial”, quienes los habían tomado eran una especie de privilegiados. El tema salía a flote sin descanso, yo leía todo tipo de testimonios en Facebook y Twitter; hasta revisaba los videos en Snapchat e Instagram. Nadie tenía fotos o pruebas contundentes del transporte. La gente que trató de transmitir en vivo desde la unidad falló miserablemente, no había señal, era como si la ruta quisiera mantenerse ajena al mundo real.
Creí que mucha de la gente que decía haber estado en el camión se estaba inventando la historia para llamar la atención. Yo no necesitaba hacerlo, tampoco era que tuviera amigos a los cuales presumir mi hazaña. Todos se alejaron de mí cuando moriste. No era como que hubiesen dejado de hablarme de la noche a la mañana, fue un alejamiento muy formal y apropiado. Primero dejaban de invitarme a fiestas porque querían respetar mi duelo. Las llamadas se iban espaciando más y más. Beto, Luis y los demás me dijeron de forma sutil que como tú ya no estabas mi presencia sólo les recordaba tu pérdida. No pude culparlos, después de todo no eran mis amigos, pero sabía que jamás le habrías hecho algo tan vil a alguna de sus novias o esposas si estuvieran en mi lugar. Detestaba como mi pena incomodaba a la gente, pero tampoco podía dejar de sentirla. Cuando perdí las ganas de salir, mis propias amigas empezaron a encontrarme deprimente también.
Mi familia quería que dejara Guadalajara y volviera con ellos, pero no podía. No estaba lista para dejar nuestra ciudad, nuestro departamento, aquello que todavía me quedaban de ti. Me conseguí un trabajo bien pagado como programadora a distancia para una empresa gringa. Era tan absorbente que casi no me daba tiempo de pensar; eso era lo mejor. En algún momento me di cuenta lo obsesionada que estaba con la historia del “especial”. No había un solo contenido del hashtag #EspecialGdl que se me escapara, en ninguna red. Empecé a dedicarle mi tiempo libre a peinar internet y recopilar la información referente al fenómeno de la ruta. Si estuvieras aquí te reirías, dirías que me evado, tendrías razón. Pero no estás aquí, no volverás a estarlo.
Un día, mientras revisaba Twitter, la vi. De algún modo alguien se las había arreglado para fotografiar el “especial” antes de tomarlo. O al menos eso afirmaba. En los días siguientes las redes se desbordaron. Algunos juraban que ese no era el vehículo en cuestión, otros que sí. Muchos pasaron sus ratos de ocio tratando de comprobar que la foto era un fraude, otros más se mantenían atentos para fotografiar el bus en cuanto lo vieran pasar. Desde ese momento el “especial” ya no era sólo un autobús maravilloso, sino un misterio el cual todos querían desentrañar. Quienes veían uno pasar o fotografiaban a gente abordando sólo conseguían difusos borrones. De pronto, todo Instagram estaba lleno de intentos de captar al “especial”. El primero en conseguir una foto decente, sin trucar, fue ViajeroInter.
La cacería continuó, había muchas preguntas en el aire, al personal de la línea pareció no molestarle. Algunos decían haberla abordado y hablado con el chofer, afirmaban que éste sonreía muy amablemente mientras permanecía en total silencio. Había tantas dudas en el aire: ¿es sólo un conductor o varios?, ¿el “especial” en realidad es una línea completa o sólo una unidad? Ninguna respuesta parecía acercarse. Revisé la cuenta de ViajeroInter, nada más que la foto.
Yo tenía en una carpeta todas las fotos que copiaba de las redes. También estaba al pendiente de testimonios de la gente que se había subido, incluso aprendí a distinguir los verdaderos de los falsos. En algunas ocasiones veía moñitos negros en las fotos de perfil de los testigos, cuando eso pasaba no había forma de saber si el vacío que anidaba en mi estómago me obligaría a reír o llorar. Era un volado. “La gente se muere todo el tiempo, no soy la única, entonces ¿por qué me siento tan sola?” pensaba. La información se volvía cada vez más escasa, los testigos cerraban sus cuentas en redes sociales muy poco después. 4chan estaba en llamas: los conspiranoicos del gobierno y los aliens hicieron acto de presencia para explicar lo de las cuentas, incluso juraban que los usuarios desaparecían de verdad.
Hace unos días, descubrí un patrón entre los pasajeros: la desesperación. Eureka. Eso me empujó a salir de casa. Inicié la cacería, necesitaba estar desesperada por llegar a algún sitio. Iba a encontrar esa ruta a cualquier precio. Las historias eran claras: no importaba si estabas en un barrio peligroso a las tres de la mañana o tu empleo dependía de una junta del otro lado de Guadalajara. Si estabas desesperado el “especial” aparecía y te llevaba a tiempo. “Olvidé” comprar mis ansiolíticos y me quedé en la calle a altas horas de la noche sin dinero para un taxi. Resultado: caminar 10 kilómetros de vuelta a casa y un ataque de pánico a media noche. ¿A quién trataba de engañar? No podía estar desesperada de verdad, aquellas eran burdas imitaciones de lo que pasaba por mi mente cada mañana al despertar sabiendo que no estarías a mi lado. Mi motivación se desmoronó lento causándome más dolor. Mi remedio ya no valía de nada, terminaba por agravarme la herida.
Vinieron días terribles, no conseguía dormir mucho y buscar cosas sobre el “especial” ya no me hacía ilusión alguna. Más de una vez me pregunté si estaba abusando de los somníferos para conciliar el sueño, apagar mi cerebro. Todas las preguntas sin respuesta volvieron a mí. Junto con los porqués desconocidos, llegó la furia. La culpa regresó para no abandonarme, aquella insistente voz en mi cabeza diciéndome que pude haberte salvado. Mi psiquiatra dijo que las recaídas eran normales, me ajustó la receta. Con mi nuevo coctel de medicamentos me sentía atontada, mi cerebro sólo parecía ser capaz de funcionar cuando estaba programando; para todo lo demás era una autómata. No veía diferencia entre vestirme o lavarme los dientes. Todo se realizaba por inercia, como si mi cuerpo estuviera tan acostumbrado que ya no requería ayuda de mi consciencia para nada.
A veces, dejaba de tomarme los medicamentos para demostrarme que podía volver a ser yo misma, nada más conseguía romper a llorar pensando en lo mucho que odiarías verme así. La diferencia entre un buen día y uno terrible radicaba en si era capaz de recordar todos nuestros buenos momentos sin desear estar muerta o no.
Notificación: “ViajeroInter publicó en El Especial GDL”
Mis monólogos amargos sobre olvidar el tema no valen de nada, la adrenalina me invade. Necesito con desesperación algo para aferrarme, un motivo para abrir los ojos cada día, moverme, salir. Mis entrañas se calientan mientras mis manos tiemblan, estoy furiosa, pero necesito seguir. Leo el mensaje, mi nombre de usuario está etiquetado junto a una frase corta “sal, ahora” ¿Salir de qué? ¿las redes? ¿la investigación? Mis pulmones se contraen con fuerza, mi corazón incrementa la velocidad, los músculos se tensan, el sudor empieza a perlar mi frente. Estiro la mano buscando el bote de las pastillas. Me detengo, tomo las llaves y la cartera, salgo corriendo de casa. Me da igual que sea de madrugada, no llevo el celular, no quiero saber más del estúpido “especial”, de nada.
Mientras dudo si cruzar o no la calle el bus se detiene frente a mí, es como si su letrero de neón con el 311 se burlara de mí. La puerta se abre. No pienso subir, empiezo a caminar, el autobús me sigue. “¡Pero qué chingados…!” las palabras se me mueren en la boca cuando te veo conducir el autobús. Todo encaja, desapariciones, últimas publicaciones, cuentas cerradas, un nuevo patrón, tu último mensaje: “Desesperado a morir. El autobús no pasa, Cielo. ” El mío: “Tarde hasta para nuestro aniversario?”
Un río de lava sube desde mi estómago e invade el resto de mi cuerpo. Aquel factor secundario que ignoré porque dolía demasiado. Fotos de perfil, moños negros, flores, lutos ajenos… lejanos. Rostros fantasmales apenas conocidos empiezan a pegarse a las ventanillas, me miran ansiosos. Mi cabeza dice que necesito huir ahora mismo, correr por mi vida. Tu sonrisa. Golpe de estado. Acerco mi mano a la tuya, doy el primer paso.~
Leave a Comment