Ciberpunk en el cine: distopías cada vez más cercanas

Cómo el ciberpunk en el cine muestra distopías cada vez más cercanas. Un ensayo de Pedro Alcoba

 

SABEMOS QUE EL punk es principalmente un movimiento de protesta que nace en los 70 en la cultura anglosajona contra la opresión ideológica del establishment.[1] Aunque primeramente no surge consciente de su filosofía, con el tiempo se puede ver que lo que intenta es incomodar a los poderes establecidos que no respetan la singularidad del ser humano. Ahora bien, mientras que el punk es una subcultura y una filosofía, el ciberpunk no se declara su heredero; sino que más bien nace en los 80 como un subgénero, literario[2] y cinematográfico, con ciertos presupuestos bien definidos por sus autores (William Gibson, Bruce Sterling, Rudy Rucker y muchos otros). El ciberpunk plantea en la ciencia ficción el escenario hipotético y las últimas consecuencias si tecnología y grandes corporaciones siguen creciendo a la par como hasta el momento.

En sus distopías, la opresión de los sistemas (estados, corporaciones, máquinas,…) producen sociedades en que el hombre está alienado, el auge de la tecnología no ha conducido a un mayor bienestar, sino a un bajo nivel de vida («high tech, low life» lo define bien). Sin embargo, adscribir como se suele hacer a esta corriente películas que plantean un futuro diatópico y una estética futurista (Terminator, Robocop, incluso Akira tal y como se planteó en película), puede resultar confuso.

Porque el ciberpunk sí tiene algo más que ofrecer que un buen rato de entretenimiento. Según sus planteamientos, el esquema opresor de las corporaciones y los gobiernos generarán individuos cada vez más aislados y reacciones críticas cada vez más escasas; y la tecnología que hoy consumimos ávidamente se convertirá en arma de las corporaciones. Es fácil de ver en el juego de espejos que Phillip K.Dick establece en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que los distintos sistemas para detectar cuándo alguien es replicante pueden jugar tanto a favor como en contra de Deckard, al convertirle a él mismo en androide objeto de persecución.[3] O que la posibilidad de condensar la interpretación de un actor en algo consumible como una droga hará del mundo un lugar mucho más pobre y sórdido (hipótesis planteada en El congreso de Ari Folman, que por su brillante tramo final merece ser considerada ciberpunk).

En el cine, al igual que en la literatura ciberpunk, hay también un poder omnímodo que puede ser el Estado (Brazil), las corporaciones multinacionales (Blade Runner) o una inteligencia cibernética que tiene sometida a la humanidad (Matrix). Frente a él, individualidades aisladas se enfrentan o tratan de huir del sistema (Rick Deckard en Blade Runner, Sam Lowry y Harry Tuttle en Brazil o Neo y Morfeo en Matrix, la más dudosamente adscrita a esta corriente).

Lo fundamental del ciberpunk es la enorme distancia que hay entre las estructuras tecnológicas y el individuo, casi siempre aislado y –salvo Matrix- con serias dificultades para conformarse como movimiento de resistencia de más de dos personas.[4] Esta distancia llega a ser tanta que en algunos casos la solución es la locura (Brazil) y en otros la huida (Blade Runner) o perderse en un mundo de irrealidad (El congreso).

El ciberpunk ha de tomarse por tanto un poco más en serio, porque lanza al menos tres pronósticos para el futuro con visos de cumplirse si seguimos así:

  • Las metrópolis se convertirán en atmósferas insanas. Los espacios urbanos degradados que son marca de estilo del ciberpunk muestran que el crecimiento económico e industrial, lejos de crear más calidad de vida para todos, parece más bien que va a confinar a la mayoría salvo una élite –al menos en las metrópolis- a cubículos fuera de los cuales la polución y la suciedad campan a sus anchas (en ciudades como Pekín o Tokio esto empieza a ser una realidad).
  • La tecnología estará al servicio del poder y en contra del ser humano. El relato del papel salvador de la tecnología, contado hasta la saciedad en los microrrelatos publicitarios como ha mostrado Evgeny Morozov [5], se revela como falso en estos futuros distópicos. Deckard utiliza en la novela de Philip K. Dick una máquina para inducirse artificialmente emociones por su incapacidad para sentirlas, mientras que en Brazil el control burocrático camufla, más que corrige, los fallos del sistema.
  • El individualismo será cada vez mayor. El relativo aislamiento que vivimos cada vez que alzamos voces críticas frente al sistema no es casual, a las corporaciones les interesa mantener al individuo entretenido o anestesiado. Esta función narcótica queda en manos de burocracia (Brazil), emociones artificiales (El congreso) o, en el peor de los casos, de fantasías inducidas (Matrix).

Sean futuros distópicos lejanos u horizontes más cercanos de lo que creemos, fantasías de creativos con mucha imaginación o hipótesis perfectamente plausibles, las películas ciberpunk distan de ser tan solo un entretenimiento y se han extendido más allá de la pantalla para convertirse en una referencia contracultural. Frente a un control tecnológico de la información que somete al individuo, es posible también actuar frente a las corporaciones, desvelando sus mecanismos y entendiendo que la tecnología, si tiene algún valor, debe estar al servicio del hombre y no del poder económico. Aunque el ciberpunk no va más allá de plantear el problema, queda como reto para esta generación que la tecnología no convierta nuestro mundo en un lugar hostil, en el que como para el coprotagonista de E.T., estemos tan alienados de nosotros mismos que nuestro hogar nos resulte cada vez más lejano.~

 

Referencias

[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Establishment
[2] https://lasindias.com/indianopedia/ciberpunk-movimiento-literario
[3] Por cierto Ridley Scott desveló recientemente que efectivamente Deckard es un replicante (algo que no queda tan claro en la novela, por no decir que no es así). Lo no se entiende aún es por qué vive lo suficiente para la esperada segunda parte de Blade Runner, tal y como se ha señalado:
http://www.cinemascomics.com/resenas-de-cine-de-culto/36473
[4] Ya el propio Greg Graffin (vocalista de Bad religión) dijo que los punks no tienen una adhesión a un código de comportamiento, sino que se van identificando unos con otros por compartir una misma experiencia de alienación y el mismo proceso mental de crecimiento. http://web.archive.org/web/20120205174826/http://www.bad-religion.net/Espanol/manifiesto%20punk.htm
[5] Este autor lo describe como “la locura del solucionismo tecnológico”: http://elpais.com/elpais/2015/12/17/eps/1450358550_362012.html