Loretta Butterfly

Un texto de Carlos Barrera Sánchez

 

LA NOCHE DE sábado en Sextopia era la preferida por todos y llegaba a su punto más alto, con la aparición de Loretta Butterfly en la tarima cósmica del night club más exclusivo de la ciudad. Desde su llegada al club, la joven trigueña de ojos verdes y cabello blanco y azul era la sensación. Todos esperaban su única aparición semanal para verla salir a escena, siempre seria, llena de sensualidad y misterio, vestida como todos los sábados, de gabardina roja hasta debajo de las rodillas y botas altas y azules con pepas blancas que iniciaban donde terminaba la gabardina. Agolpados sobre las barandas alrededor de una tarima gigante, que giraba mientras caían haces de luz como estrellas fugaces, todos querían mirarla bailar y verla sonreír con la suave picardía que sólo ella sabía manejar, pero sobre todo, los presentes querían contemplar el ritual celestial que significaba despojarse de la gabardina roja mientras una mariposa azul, tal vez extasiada con el espectáculo, volaba con sutil coquetería a su alrededor. Y ella, Loretta, la diva de Sextopia, la reina del universo, la dueña de las miradas de todos, sólo esperaba la noche de sábado para salir a verlo a él, para bailarle a él, para deleitarlo a él, para complacerlo a él. Ella vivía para lograr la atención y aceptación de Santiago, visitante fiel de los sábados de éxtasis en Sextopia, que apreciaba todos los espectáculos de Loretta desde la zona VIP del lugar, acompañado de Alicia, su esposa.

En absoluto silencio y en la mejor mesa del lugar, Santiago y Alicia admiraban cada movimiento de Loretta, desde que salía a escena, hasta que se desvanecía completamente desnuda en medio del humo denso y la lluvia de estrellas que caían sobre la tarima móvil. La pareja llegaba una hora antes del espectáculo de Loretta, se acomodaba en la mesa de siempre, reservada un año atrás luego de pagar una importante suma de dinero, pedían una botella del vino preferido de Alicia, el Château Lafite Rothschild de Francia, y se disponían a esperar con paciencia para admirar a la mujer que les aceleraba el corazón a ambos. Con Loretta en el escenario, Santiago y Alicia se tomaban de las manos bajo la mesa, para sentir el uno del otro, las reacciones corporales que les generaba la mujer de las botas azules con pepas blancas.

El espectáculo de Loretta era calificado como mágico por los asistentes de Sextopia cada sábado, que no dudaban en ofrecerle al dueño del lugar sumas inimaginables de dinero por una noche con la reina de las divas del lugar. Ella, la diosa de la mariposa, sólo sonreía ante las insinuaciones y les señalaba a los interesados el letrero luminoso que se encendía durante el show y que decía: POR UN RATO DE PLACER, UN MILLÓN DE DOLARES TENDRÁS QUE OFRECER. Loretta no pensaba en dinero, no le interesaba cobrar por su cuerpo, no la distraían los lujos ni la seducían las ambiciones materiales, su mente, y tal vez su corazón, sólo tenían especio para Santiago, así que se inventó una cifra absurda para espantar a los interesados. Lo de ella era bailar, moverse en escena, cantar, sonreír y volver a bailar. El espectáculo duraba 60 minutos que le permitía derrochar creatividad y mucha sensualidad.

A los 30 minutos exactos dejaba de cantar para concentrarse en los botones azules de su gabardina roja. Parada en la mitad del escenario y con mucha suavidad, Loretta soltaba cada botón, mientras fijaba la mirada en alguno de los asistentes. Al final de la tarea, la gabardina se abría con suavidad para dejar ver el azul y rojo de su ropa interior. El estallido de júbilo del público era estridente, mientras ella, dueña del escenario, reposada y muy tranquila comenzaba a moverse al ritmo de la música con una sensualidad tan propia de ella, que la hacía única entre todas las demás bailarinas. Cada movimiento era suyo, cada gesto en su rostro le pertenecía y cada mirada del público la llenaba de más fuerza y erotismo. Se movía, caminaba, bailaba, se agachaba, se acostaba, se balanceaba en la barra vertical del escenario, se acercaba al público, se alejaba, le coqueteaba a su mariposa azul, volvía a bailar y volvía a caminar, siempre buscando la manera de acercarse a Santiago, de mirarlo y robarle a él más que una mirada.

Él, impertérrito ante ella, apretaba la mano de su esposa mientras buscaba la manera de contener la agitación de su respiración. Ella, amándolo en silencio, trataba de darlo todo cada vez que se acercaba a la mesa de la pareja de esposos. No había palabras entre ellos durante el espectáculo, pero entre los tres se cruzaban miradas permanentes y entrelazadas de deseo, lujuria, celos, rabia, pasión y amor. Él suponía que no habría preferencias hacia su mesa, a pesar de su condición de cliente especial, porque Loretta era de todos y de nadie. Ese era su principal atractivo y el juego que más hábilmente sabía aplicar. En el show de sábado de Loretta había siempre un poco para todos, así que a Santiago sólo le restaba esperar paciente a que alguna noche se cumplieran sus sueños de verla para él.

La noche del sábado en víspera de año nuevo, Santiago y Alicia llegaron un poco más temprano que lo habitual. Muy elegantes, se sentaron en la mesa de siempre, acompañados de un portafolio negro que acomodaron entre sus piernas. Pidieron al mesero una botella de Whisky The Macallan Fine and Rare Collection 1926 y se dedicaron a celebrar por el nuevo año. Agarrados de la mano, la pareja de esposos esperó paciente la aparición de Loretta, con la esperanza de recibir de ella algo más que una mirada accidental, y así fue. La diva de Sextopia cantó poco esa noche, pues estaba decidida a lograr alguna reacción en el hombre que se había adueñado de su corazón algunos tantos sábados atrás. Se desabotonó la gabardina roja con la suavidad de siempre, esta vez mirando directamente a Alicia, se despojó de su ropa interior mientras caminaba y bailaba, y cuando ya estaba completamente desnuda, se ubicó en frente de Santiago para moverse con toda la sensualidad que el amor por él le había ayudado a acumular. Primero inclinó su torso hacia él mientras movía con suavidad sus caderas para los demás, luego lo miró a los ojos y le regaló una sonrisa sutil, tratando de entregarle un anuncio de intimidad que se concretó cuando ella se agachó suavemente. Sentada sobre sus nalgas, con las rodillas flexionadas y juntas y sus brazos apoyados sobre el piso detrás de su cuerpo, Loretta Butterfly abrió sus piernas sólo para él, sin quitarle la mirada de encima. En ese momento, con el corazón galopante, Santiago apretó la mano de su esposa, que a su lado sudaba y respiraba con algo de desesperación.

Loretta estaba dispuesta a todo por él, quería declararle su amor en frente de todos, decirle que nunca antes ningún hombre la había tocado y que quería que fuese él el primero en hacerlo, quería decírselo en frente de Alicia, desafiarla, arriesgarse y jugársela por él. Se levantó para seguir bailando, para continuar moviéndose, unas veces con erotismo, otras con rabia, pero con cada movimiento, el público se estremecía de satisfacción. La efervescencia de la noche subía, el ambiente se hizo cálido y sudoroso y las luces, el humo, la música y las estrellas fugaces que caían por doquier, lograban envolverlos a todos en un ambiente realmente cósmico, pero ella sólo podía pensar en él. Con cada rutina de baile erótico, Loretta trataba de imaginarse la manera de saltarse la baranda para montarse en la silla de Santiago y decirle al oído todo lo que tenía para él, y justo cuando ya lo tenía decidido, cuando sus dos piernas entre abiertas estaban montadas sobre la baranda en frente de él, dispuesta a todo, Alicia sacó el portafolio de entre las piernas de Santiago, lo puso sobre la mesa y lo abrió dejando ver una cantidad exagerada de billetes de cien dólares perfectamente organizados unos encima de los otros. Alicia se puso de pie ante la mirada estupefacta de todos los presentes, la música se detuvo y sin soltarle la mano a Santiago hizo su anuncio a viva voz.

“AQUÍ ESTÁ EL MILLÓN DE DÓLARES DEL ANUNCIO, MI ESPOSO SANTIAGO Y YO QUEREMOS UNA NOCHE DE PLACER CON LORETTA BUTTERFLY”.

El público asistente estalló en gritos de alegría, Santiago asintió con su sonrisa mientras miraba a su esposa, aún con sus manos entrelazadas y Loretta Butterfly quedó congelada sin entender del todo el rumbo de los acontecimientos. El encargado de animar el espectáculo anunció con bombos y platillos aquella transacción sexual, suceso que fue acompañado por las risas, los gritos y los reclamos de la gente, pero sobre todo, por el nerviosismo de Loretta. El trio de la noche se retiró de Sextopia para buscar donde consumar el entramado erótico de amores, sexo, celos y pasión que acababan de negociar, aún con Loretta adormecida por el giro de la situación.

El camino hacia el hotel de lujo, previamente seleccionado por la pareja de esposos, le sirvió a la diva de Sextopia para organizar en silencio sus ideas. Poco a poco se fue incorporando y asumiendo el hecho de su nueva condición de millonaria, pero sobre todo, de sus obligaciones para acceder a su premio. Comenzó a entender que el rumbo de los hechos era la oportunidad perfecta para estar con el hombre al que se dedicó a amar en silencio durante los últimos meses de su vida. Subiendo las escaleras hacia la suite presidencial del cinco estrellas, Loretta comenzó a planear la velada para ofrecerle placer a Santiago, sin descuidar a Alicia. Su inexperiencia en la escena no la dejaba concretar ideas completas en la mente, pero se dispuso con fuerza hacia la situación, y antes de poder reaccionar, ya estaba entrelazada con ambos en la amplia cama de la habitación.

En su mente y en su piel solo había espacio para él, pero Alicia, concentrada en la intimidad de Loretta, encontraba siempre la manera de no dejarse apartar del espectáculo. Alicia buscaba los labios de Loretta mientras la tocaba para conectarse con ella a través de miradas de placer, pero la diva no dejaba nunca su tarea de lograr el contacto con la piel de Santiago. Era una cacería de placer entre tres sin moverse de la cama, no había libreto para ninguno, pero cada quien buscaba con manos y boca llegar con afán hacía su interlocutor preferido. Alicia y Loretta estaban ansiosas, cada una motivada por razones distintas. Alicia, experimentada, buscaba orientar a Loretta, que prefería la rebeldía fogosa en función de Santiago a pesar de estar viviendo su primera vez. Santiago trataba de organizarlas para maximizar la satisfacción de ambas, y entre sudor, miradas, gemidos, roces, besos y lágrimas disimuladas, Loretta logró brindarle placer oral a Alicia mientras era penetrada por Santiago. El ciclo sexual se reorganizaba cada tanto en medio de un desorden lleno de armonía. Mientras una tocaba y otra besaba, él penetraba hasta llegar a niveles inimaginables de placer compartido. Con el pasar de los minutos, el dolor de la primera vez de Loretta cedió, para abrirle paso a la decisión de buscar lo que consideraba suyo. La sincronización aumentaba y todos parecían haber logrado encontrar un rol para el éxtasis infinito. La respiración agitada de una, excitaba a la otra, y ambas, entregadas al goce comunal, lograban motivar más y más fuerzas en Santiago, que se desvivía por complacerlas a las dos.

A la mañana siguiente, Loretta despertó sola en la habitación, junto con un portafolio que contenía un millón de dólares, rodeado de rosas color violeta y una tarjeta que decía “GRACIAS”. Tardó tiempo en recuperarse del trance que le producían el millón de imágenes que viajaban de lado a lado en su cabeza. Sentía con sólo recordarlas. Las vivía nuevamente de manera intensa en su mente, en su cuerpo y en su corazón, pero poco a poco lograba volver en sí, ayudada por el olor de las rosas y del café recién preparado que la esperaba en la mesa de comedor de la habitación gigante.

Loretta no volvió a ver ni a saber nada más de Santiago y Alicia, pero los recuerdos de aquella noche especial encontrarían la manera de perdurar durante algún tiempo. El primero de octubre, nueve meses después de la noche de placer compartido, Loretta y Alicia, a miles de kilómetros de distancia la una de la otra, dieron a luz cada una a un hijo de Santiago. Ambas lo miraron y en la pequeña criatura vieron y recrearon las escenas de aquella noche, abrazaron a sus criaturas, los besaron con ternura y una vez que ambas lo bautizaron con el nombre de Santiago, murieron con su bebe en los brazos.~