Mas si ondeare un extraño cobijo
Un reportaje de Mael Aglaia, donde cuenta cómo el fútbol facilita la adopción de la bandera como un símbolo de identidad
EL TÍTULO DE la caricatura —desplegada al frente de la Casa de la Historia Alemana, como parte de su Galería de la Caricatura— dice «Finalmente: Alemania es otra vez normal». Años les tomó a los alemanes tal normalidad: no es sino hasta el Mundial del 2006 (año de esta caricatura) cuando los alemanes ven en sus banderas una fuente —acaso la mejor según algunos— de expresión para el apoyo del equipo nacional. De la selección nacional, pues en sí los fanáticos alemanes de futbol no suelen sacar o izar banderas para apoyar a los respectivos equipos locales (ni antes ni después del 2006); es solo con la bandera alemana que se inundan las calles a partir de aquel año en que, precisamente, Alemania hospedó al campeonato internacional de futbol. Quizá emulando al resto de seguidores de otras naciones, los alemanes, por fin, dicen expertos, se dan cuenta de la utilidad de la bandera: un artículo (más) para la demostración del apoyo nacional.
Cuatro años después la historia se repite y las banderas vuelven a ser tema junto con las trompetas africanas. Dos años antes, para la Eurocopa 2008, los alemanes volvían a echar banderas al aire y subrayar así el descubrimiento: un pedazo de tela es parte del uniforme deportivo. Recién en la Eurocopa 2012, las calles y casa alemanas confirmaron el gusto que llegó para quedarse: sacar la bandera… y ondearla.
En la citada imagen un peatón le cuenta al otro del porqué de su condición: «la Inspección me ha quitado la placa de circulación porque no tengo ninguna bandera en el auto». Para el evento deportivo la excepción se hace regla en cuestión de días; la caricatura es eso: ya no importa si se sabe o no del deporte, pero sí si se tiene o no la bandera en todo lo alto y ancho. La bandera toma el lugar del pasaporte, uno deportivo y, ya se ve, urbano. Antes de gritar los goles, los alemanes echan mano de los colores y tela para demostrar ya no solo la afición: más bien la afiliación. Porque en sí la curiosidad es que en los días de los recientes par de mundiales y Eurocopas, la afición alemana hecha bandera era ya no solamente aquella fiel seguidora del futbol, sino además todo aquel que se dijera alemán. Si antes, es decir, después de la Segunda Guerra, la demostración del origen germano causaba pudor o incluso vergüenza, el deporte vino a brindarle una oportunidad al alemán: demostrar sin pena alguna su origen.
La caricatura es la reversión de aquella vergüenza: pena que no se ondee la bandera. A seis años de aquella «primera vez», los alemanes mantienen esa filia (?) por su bandera. Todavía más, al calor de las celebraciones —y quizá por la prisa de estar a la altura de las circunstancias— no son pocos los que ponen sus banderas al revés: con el negro abajo; pero de eso a nada, algo. Y si los autos fueron los grandes protagonistas en el 2006, cada dos años van cediendo lugar a balcones, jardines, ropa, pegatinas (calcomanías), y coloretes en las mejillas de las muchachas: «negro, rojo y oro», la consigna.
Escribí demostrar cuando en realidad, para el aficionado, la cuestión principal es demostrarse. Es ya lugar común para un mexicano el «mas si osare un extraño enemigo» de su himno nacional, el atrevimiento elevado al barroco es parte del uniforme mexicano y aun contados osados disciernen el decasílabo, la mayoría hace del masiosare un entrañable amigo. Así, con fruición, la afición mexicana vuelve al himno su bandera. Competición tras competición, el canto mexicano en los estadios no deja de llamar la atención a los extraños —amigos y enemigos— y suele ser la carta de presentación. Banderas hay, sí, junto con los penachos, sombreros charros y demás parafernalia, pero el himno (junto con el «Cielito lindo»), su canto, son en sí lo que las banderas, dentro y fuera del estadio, significan para los alemanes: la demostración ideal del apoyo y «amor a la camiseta».
Extraño resulta el que no osa ondear la bandera. Antes que la playera (camisa, casaca) del equipo nacional, los alemanes, insisto, han hecho de sus banderas la bandera de su apoyo. Y, claro, celebraciones, pues poco ha importado el resultado final de cada Mundial y Eurocopa (tercer o segundo lugar): las victorias alemanas han sido lo suficiente en cantidad como para (de)mostrar la calidad de la afición. Esto es, si, por ejemplo, en el ronco pecho mexicano siempre ha habido cabida para el grito, todo indica que el ondeo de un alemán para con su bandera es por demás genuino.
Los británicos podrán vestirse con su bandera; los franceses, con sus boinas; los españoles, con «la roja»; los italianos, nel blu; los croatas, a cuadros; y otros tantos, con sus respectivos colores, pero los alemanes han optado por revestirse de banderas. Si con su himno han padecido —y hay de aquél que ose un über alles—, el futbol les ha brindado, literalmente, un cobijo, uno que en verano suele ondear ante propios y extraños, ¿es normal?~
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