El trato

Un cuento e #intervención de Carlos Rangel

 

EL ESCRIBIENTE ACABÓ otro cuento y lo mandó a las revistas que conocía. Rezaba porque alguna aceptara publicárselo. El visitante venía cada viernes con una botella de mezcal y se iba hasta el domingo. No era su amigo. El escribiente despertaba con resaca los lunes y lo primero que hacía era escribir un par de historias. Con el tiempo desarrolló el hábito de beber todos los días y empezó a llegar tarde al trabajo. Después de semanas de recibir correos de rechazo, o no obtener respuesta de algunos editores, supo que nadie publicaría su cuento.

Una tarde el hombre intentó darle dinero a su visitante, quería pagarle su parte del mezcal, pero fue rechazado con una sonrisa. El otro le dijo que el precio ya estaba cubierto, que la deuda entre ambos no se pagaba con dinero y que cuando el plazo venciera recordaría todo. El humo del cigarrillo invadió la casa del escribiente mientras las palabras se perdían en la inconsciencia del alcohol. Esa noche no pudo escribir.

Cuando quiso negarle la entrada al otro las piernas le temblaron y el corazón le latió en el pecho con una taquicardia que lo hizo tambalear. A veces el visitante lo miraba desde la esquina de su habitación mientras él escribía historias. Fumaba cigarrillos sin filtro y bebía mezcal de una botella sin etiqueta. Las quejas en el trabajo del escribiente aumentaron cada semana hasta que lo despidieron. Poco después su esposa lo dejó.

O pagas o te vas, gritó alguien desde el exterior. El hombre bebía con su visitante y escribía una historia. Fue a comprar comida con lo último que había en su cuenta. Al llegar a casa vio sus libros y ropa sobre la acera. Unas gotas cayeron del cielo gris. Se alejó con dos mochilas sobre la espalda mientras la lluvia mojaba su colección de poesía.

Caminó hacia un parque. Fue hasta una banca que estaba debajo de un techo de concreto y, alumbrado por un farol que se mojaba en la lluvia, escribió una historia en su carpeta vieja. Pidió limosna. Con el dinero compró una bolsa de pan, y después imprimió copias de su cuento que ofreció por comida. Fue a las oficinas de editoriales, revistas y fanzines para ofrecer su trabajo literario. La gente se quejaba de su olor.

El visitante llegó al parque con una nueva botella y dos caballitos. La gente salía de su camino. Fumaba. El escribiente le tendió su carpeta. El papel estaba manchado de grasa y tierra. El otro le preguntó si al fin recordaba el trato, la deuda, el plazo, cierto contrato y unas cláusulas que debió leer antes de firmar. El escribiente dijo que sí. Nadie le publicó ni una historia. Todo estaba escrito.

Bebieron por última vez. El visitante tomó la carpeta y se fue mientras el hombre permanecía en su lugar y cerraba los ojos.~