El amor que se quedó en los contenedores amarillos
Sobre el amor y nuestra incapacidad de demostrarlo. Un texto de Christian González Pessoa, acompañado de una ilustración original de Cristina Sánchez Reizábal.
ENTRE LAS PERSONAS no transcurren tantas transacciones importantes, quiero decir, realmente importantes. Una de ellas tiene que ver con querer guiar o querer ser guiado. Hay quien desde el comienzo de su vida creyó que tenía las respuestas, mientras que otras personas se la han pasado formulando y reformulando sus preguntas una y otra vez. Sostener o ser sostenido, mandar u obedecer, el poder, en definitiva, es una de las tensiones críticas de la existencia.
La otra es obviamente el amor: amar o ser amado, amarse lo suficiente, haber vivido sobre la piel el amor materno, o ir buscando a mamá o a papá en las potenciales parejas que vamos encontrando, qué se yo. El caso es que con lo que tropezamos constantemente es con no saber expresar lo que sentimos. Decir «te amo» no debería ser tan complicado, y sin embargo millones de personas a diario se encuentran con que es un muro insalvable. Hay quien cuando lo escucha a duras penas puede responder «y yo». Quizá es porque nos hace percibirnos inseguros, débiles, o solo porque nos avergüenza. La mera presencia de ese otro al que amamos nos hace tragarnos nuestras palabras y en el mismo momento en el que la frase se teje en nuestra mente algo la destruye y las sílabas se pulverizan en el aire como el espray que sale de los botes de laca. Nos pasa con nuestras parejas, pero mucho más con nuestros familiares, y aún más con nuestros amigos. Sobre todo entre hombres, aunque también entre mujeres. Muchas hijas han encontrado un abismo insalvable en decirles a sus mamás «te quiero», de la misma manera que entre camaradas decir eso mismo es tan extraño que provoca risa. Pero luego resulta que, según han escrito por ahí, cuando la gente se va a morir se lamenta de no haber expresado su amor de forma suficiente. Y entonces la pregunta es para qué atesoramos tanto cariño en los bolsillos del alma, si al final al atravesar la última frontera tendremos que hacer como con los esprays de laca en los aeropuertos, y dejarlo en un contenedor de color amarillo.
Pero lo más extraño de todo es que luego de todo esto, y aún reconociéndonos la incapacidad para expresar nuestros sentimientos, decimos que el motivo por el que no nos queremos es que los otros no nos han expresado su cariño lo suficiente: hijos que se quejan de que su padre jamás les dijo que les quería porque se pasaba todo el día fuera de casa, o chicas que se quejan de que sus parejas no les profesan el amor que necesitan para sentirse vivas. Las mismas chicas que no han podido decir a sus mamás «te quiero», y los mismos hijos que son incapaces de reconocer abiertamente el amor que sienten por sus camaradas.
Y así vamos por la vida, pidiendo lo que no sabemos dar, cruzándonos con otras personas que también llevan esprays de amor que se pulverizan en el aire sin dejar huella y que un día acabarán en un contenedor amarillo.
Y todo esto resulta un gigante contrasentido, porque entre los seres humanos no hay tantas transacciones esenciales, no hay tantísimas cosas de las que ocuparse. Guiar o ser guiado es una, y amar o ser amado es otra. Y quizá no haya ninguna más. Así que es probable que estemos dando muestras de una incongruente torpeza en nada menos que la mitad de las cosas importantes que ocurren entre las personas en nuestra vida. Ustedes verán.~
© Christian González-Pessoa.
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