La violencia en el cine contemporáneo

Un ensayo de Pedro Alcoba

LAS DEFINICIONES DE la RAE no nos orientan mucho sobre el término violencia. Se habla de violento como «fuera de su natural estado, situación o modo», «que se hace bruscamente, con ímpetu e intensidad extraordinarias»  o bien que se hace contra el gusto de uno mismo, por ciertos respetos o consideraciones».[1] Parece que las definiciones, ante la irrupción de la violencia, suenan demasiado correctas y civilizadas. La violencia  es un modo de resolver un conflicto (interno o externo) que produce una resolución por la fuerza que se sale del modo natural causando por tanto un daño, del tipo que sea, en el sujeto o en el entorno. [2] Es ese daño que siempre se produce y su aspecto incontrolable lo que nos asusta de ella, salvo que su representación sea de tal modo superficial, banal y hueca que nuestros sentidos no perciban ya la amenaza.

 Violencia siempre la ha habido en el cine porque la violencia es, como hemos dicho, una resolución por la fuerza de un conflicto y el conflicto es la base del drama. De hecho, cuando se produce un conflicto político del tipo que sea,  la expresión violenta es hasta nuestros días y desgraciadamente una consecuencia, de ahí que sea consustancial al cine bélico. También encontramos violencia  en el cine policiaco de  los años treinta [3]. Pero no es hasta la aparición del cine negro y el thriller  en los cuarenta que podemos empezar a hablar de un mayor protagonismo de la violencia como un elemento más del cine, como en otros casos lo han sido la luz (cine expresionista) o la atmósfera (kammerspielfilm). El tratamiento de la violencia, que hasta entonces ha sido sutil, o se ha dejado fuera de campo, empieza a tomar protagonismo y vemos explosiones o disparos en pantalla. Sin embargo, todavía la estilización formal de un blanco y negro que sigue bebiendo del expresionismo y un código moral claro, aunque amenazado, en que se cumple la máxima de «el crimen siempre paga», no permite darle un mayor protagonismo. Paralelamente en Europa, el cine que surge con el neorrealismo italiano muestra una violencia realista, casi con la precisión de un documental [4] También volveremos a esta corriente.

A partir de la Segunda Guerra mundial el cine bélico y  el cine policiaco evolucionan hacia una mayor visibilidad de actos violentos en pantalla,  quizá por la experiencia directa de la guerra. La llamada por algunos «generación de la violencia» [5] muestra una violencia seca, descarnada y sangrienta. Pero no será hasta Arthur Penn (con la escena final de Bonnie and Clyde) y Sam Peckinpah, que encontraremos una verdadera apoteosis, en que  los realizadores se recrean en las escenas violentas como un  elemento estético (Peckinpah, pero también Sergio Leone a este lado [europeo] del Atlántico). Aún se estilizará  más con Coppola y los primeros Padrinos;  Scorsese (Taxi Driver, Toro salvaje) y De Palma (El precio del poder y Los intocables de Eliot Ness). ¿Se podría hablar entonces del término «violencia gratuita»? El efecto de la misma puede ser dramático y justificado, pero la  forma en que se muestra no.[6]

De hecho podemos ir más allá. Es precisamente el último realizador mencionado, o quizá su guionista David Mamet, el que muestra a las claras en Los intocables de Eliot Ness  una elección moral por parte de un protagonista del lado de la ley, que decanta la película del lado de la violencia como solución. Cuando el personaje encarnado por Sean Connery muere acribillado a balazos no es una escena muy diferente a la mencionada de Bonnie and Clyde o algunas de El padrino. Sin embargo, más adelante, el asesino pone a Eliot Ness al borde de la línea que no debería cruzar (la venganza al margen de la ley) y este la cruza. No es ya sólo violencia física, la violencia verbal que ejerce el asesino al regodearse en cómo murió el amigo de Eliot Ness fuerza  este a violentar su código moral y acabar con él de una manera extrema, lanzándolo de la azotea de un edificio. No hablamos ya de justicia poética porque no es la trama la que conduce hasta ahí, sino la elección de un personaje, sin embargo el publico se ve igualmente justificado y legitima de algún modo al personaje para hacer lo que hace. A partir de ahí se abre un camino en el cine que llegará hasta películas más actuales como Seven (David Fincher, 1995) ó Infiltrados (Martin Scorsese, 2006).

El debate que se plantea es este: ¿Es legítimo ejecutar sin que haya juicio a un ser execrable moralmente que ha producido crímenes y producirá muchos más? Es obvio que no y los personajes más sabios formulan que esto es una derrota moral, pero eso no quiere decir que al espectador no le satisfaga. En el cine actual las tendencias oscilan entre la banalización de la  muerte y la violencia como efecto pirotécnico en el cine de acción (la lista es interminable, pero podríamos incluir sagas como Terminador, La jungla de cristal [Die Hard], Rocky, Rambo,…) y determinados autores que siguen la corriente de Peckinpah y Leone, mostrando una violencia como elemento estético, de espaldas a la violencia real. Como más importante representante de esta corriente en la actualidad aparece Tarantino, cineasta en el cual el código moral no está totalmente ausente  pero es de un primitivo que asusta y la violencia, exagerada y espectacular, pierde todo anclaje en la realidad.[7] La violencia de Tarantino tiene puntos de conexión con Peckinpah y Leone pero también con la serie B americana,  las películas de género yakuza [8] o el gore. Tarantino muestra en películas como Pulp Fiction , Reservoir Dogs o  Kill Bill que ha elegido la corriente de la ficción que la violencia es excesiva e irreal, sin embargo utiliza los recursos técnicos de que dispone para mostrarla de la manera más explícita. Y es absolutamente representativo del cine norteamericano,  dominante en la actualidad, en el que sólo en el cine bélico la violencia parece tomarse en serio.

Frente a ello, el cine europeo ha seguido trabajando la veta que inició el neorrealismo. No dispongo de espacio para revisar lo que ha supuesto en la expresión de la violencia el cine francés de la Nouvelle Vague o sus epígonos (Bertrand Tavernier por ejemplo ha tratado bastante la violencia en sus filmes),  autores como Ingmar Bergman (cuyos desencuentros entre personajes son narrados una violencia verbal de una contundencia aún no superada) o el movimiento Dogma (violencia verbal una vez más en Celebración ―1998―  de Thomas Vitemberg pero también física extrema en muchos filmes de Lars Von Traer). Pero sí quiero detenerme en un autor actual que supone quizá el mejor representante de esta corriente: se trata de Michael Haneke. El director austriaco irrumpió de hecho en el panorama cinematográfico con una obra (Funny Games, 1997) que era desasosegante precisamente por el uso que hacía de la violencia en pantalla. No siempre mostrada directamente, lo que asustaba de la violencia de Haneke en este film no era la gratuidad al mostrarla, sino la gratuidad narrativa de que apareciera sin justificación alguna, dado que el personaje que la produce es un psicópata ―o un niño, como se dará en La cinta blanca (2009). La falta de criterio moral del personaje refleja, quizá, un mundo en el que la violencia no es ni siquiera una trasgresión, sino la simple emergencia de lo real, inesperado, incontrolable y brutal, en la sociedad. En otras ocasiones, Haneke deja fuera de la historia el conflicto interno que lleva al personaje a producir el acto violento (Caché, 2005), presentando la violencia como una irrupción sin aparente sentido que debe intentar manejar el espectador, sin ninguna concesión al mismo

A pesar de que las reacciones viscerales de ciertos espectadores a la violencia que muestran los autores mencionados haya sido similar (Tarantino  por lo excesivo, Haneke por lo descarnado), la cuestión que plantea el segundo es a todas luces mucho más inquietante. Mientras Tarantino maneja con habilidad de ilusionista los efectos visuales, sonoros y narrativos (sus imágenes resultan espectaculares, el contrapunto musical, efectivo y el desorden narrativo, logrado), al final se desvanece como un enorme juego que capta nuestra atención sin  pretender mayor calado que mantenernos entretenidos; sus fuentes están más en la propia ficción que en la realidad. Sin embargo, y aunque no concedo el mismo valor al film con que se dio a conocer (el mencionado Funny Games me parece a su modo efectista), Haneke es un representante  del único cine posible como respuesta seria al mundo después del 11-S, en que la irrupción del terrorismo internacional o la guerra (que nunca ha abandonado del todo a Oriente Medio,  África o Latinoamérica) es frecuente en las imágenes de actualidad que nos rodean. En su cine emergen de vez en cuando agujeros negros que se abren en nuestro mundo occidental, haciéndonos conscientes de que vivimos en una única realidad global interconectada y que la violencia está ahí fuera y no va  a desaparecer por mucho que cerremos los ojos.~

Referencias
[1] http://lema.rae.es/drae/?val=violento.
Muy parecida es la definición del María Moliner: “Se aplica a cualquier cosa que se hace u ocurre con brusquedad o con extraordinaria fuerza e intensidad”, añadiendo como aplicación a personas “propenso a enfadarse o encolerizarse o a tratar a otras personas insultándolas o atacándolas”
[2] Conflicto y violencia no siempre van unidos pero la segunda no se suele dar sin el primero, salvo que se dé “violencia gratuita”, tema al que volveremos más abajo
[3] Es escalofriante la violencia descarnada de algunas secuencias de El hombre que sabía demasiado (Alfred Hicthcock, 1934) o El enemigo público (William Wellman, 1931) y muchas otras películas de género policíaco.
[4] No se muestra a tortura al militante de la resistencia en Roma ciudad abierta (Roberto Rosellini, 1945), pero sí sus desastrosas consecuencias en su cuerpo.
[5] Anthony Mann, Nicholas Ray, Sam Fuller, Robert Aldrich, Don Siegel
http://www.miradas.net/2013/02/actualidad/breve-repaso-a-la-violencia-en-el-cine-usa.htm
[6] El ensañamiento en el asesinato del primer hijo del  “padrino” podría haber sido perfectamente evitable, la interpretación de Brando junto al cadáver de su hijo es mucho más efectiva para la función dramática.
[7] Si no véase Gloriosos Bastardos (2009) , en que se permite el lujo de distorsionar la verdad histórica en aras de una pretendida versión personal de la misma, por supuesto ficticia
[8] Género japonés que muestra historias de las bandas de gángster japoneses o “yakuzas” http://sangreyakuza.blogspot.com.es/2008/11/el-cine-de-yakuzas.html