El castillo de If: Libros en el cuadro básico de salud
Un texto de Édgar Adrián Mora
HAY EN Los maridos de mi madre (Paraíso Perdido, 2018) de Joel Flores (Zacatecas, 1984) un cambio de tono con respecto de sus entregas anteriores. En El amor nos dio cocodrilos (Vozed, 2012) prevalecía una búsqueda que mezclaba la referencia de lo extraño con homenajes velados o transparentes a autores canónicos del género cuentístico, como Allan Poe en el texto que le da título al volumen. En Rojo semidesierto (FOEM, 2013) por su parte, aborda la realidad violenta del calderonato para mostrar un mosaico de perspectivas con respecto de cómo esa violencia nos tocó de manera diversa, pero que a nadie nos dejó indemnes. En Nunca más su nombre (Era, 2017) recurre a la figura paterna y al ajuste de cuentas que implica confrontar la sombra de la ausencia, o de la presencia incómoda y otra vez violenta, de ese Pedro Páramo que muchos mexicanos parecemos llevar dentro.
Quizás sea sólo ese elemento, la figura conflictiva del padre, lo que se recupera en esta nueva entrega de Flores. Pero el tono ha cambiado. Hay una sensación de mayor intimidad en los cuentos incluidos en esta colección. No la experimentación de El amor…, tampoco la catarsis de Rojo… y, mucho menos (o al menos en un sentido distinto) el parricidio simbólico de Nunca más… Aquí hay ánimo lúdico, oído e intento de reproducción del habla cotidiana, vida de a pie y problemas menos profundos pero no menos importantes. Hay un disfrute por la escritura en una aparente renuncia a los grandes temas o a la búsqueda de una poética basada en el dolor.
Tres temas son evidentes en esta entrega: la memoria, la familia y la escritura. En el primer caso nos enfrentamos a voces narradoras que cuentan episodios de una vida que ocurre (ocurrió) en un pasado que, al ser evocado, vuelve a existir. Las voces son de personajes que recuperan aquello que los ha construido como los adultos que después descubrimos que son. Una especie de mea culpa, de “soy así por estas razones”.
Con respecto de la familia, ésta aparece como la referencia a un elemento del cual nadie puede desprenderse. El espectro es amplio: desde la negativa a madurar y construir una familia, según las normas que la Tradición impone; pasando por el intento de configurar una unidad a partir de los pedazos de experiencias fallidas; hasta la desintegración por no asumir la diferencia ni las ambiciones que encierra cada miembro de la familia dentro de sí.
Otra de las tesis que abordan estas historias tiene que ver con la escritura, con la ficción, con la literatura. Y la proposición es la mar de simple: crear, a través de la escritura, salva. Te ayuda a ligar personas que te envanecen a partir de la admiración que despiertas en ellas; te ayuda a sortear el bullying a partir de que tus talentos son escasos en el mundo del abuso escolar y del barrio; te permite darle finales distintos a historias cíclicas que siempre terminan en tragedia; te ayudan a recuperar a los hermanos (de sangre y de corazón) a quien lastimaste y extraviaste en el camino. La ficción, la literatura, la escritura curan y salvan. Debería haber libros en el cuadro básico de medicamentos del Sector Salud.
Así pues, son seis historias las incluidas en este libro. Historias que tienen vida propia, pero a las cuales las une y organiza los temas mencionados líneas arriba.
En “El amor dura” nos encontramos con la historia de la pareja atrapada en los laberintos del “deber ser”; en la trampa que implica la posibilidad de renunciar a la monogamia; y la forma cruel en que muchas veces descubrimos que si algo es demasiado bueno para ser cierto, no lo es en realidad.
En “El poeta del barrio”, un nerd que escribe poemas consigue que esta habilidad se convierta en su boleto de entrada a un mundo de adultos precarios (o adolescentes eternos): la clica, la banda, el barrio. Hay acá una necesidad de pertenencia de la cual no se pueden desprender aquellos aquellos que en la infancia nos vimos atraídos por los libros y el arte y que, debido en gran parte a esto, nos vimos condenados a un relativo exilio de la “normalidad” escolar y familiar. No es sino hasta cierta edad que esas afinidades electivas nos demuestran que nuestra soledad es sólo aparente.
“En otro idioma” explora el tema de la culpa y de los hechos de la infancia que nos marcan y a los cuales, a través de la ficción, otorgamos significados alejados de las causas reales. Esa culpa se convierte en un aliciente para hallar explicaciones alternativas a los hechos; cosa que, como sabemos, es uno de los mecanismos recurrentes de la literatura.
“La gravedad de los enamorados” nos enfrenta con la precariedad y lo provisional de las amistades adolescentes. Nos convoca a pasar revista a nuestras filias y fobias con respecto de un pasado que, la mayoría de las veces, resulta todo menos idílico. Hay aquí una forma distinta de significar un lugar común como el de los “lazos familiares”.
El cuento que le da título al libro es un homenaje a la figura materna. Pero no cualquier versión. Se habla aquí de la madre soltera, divorciada y en búsqueda de un compañero que le pueda ayudar a reconstruir un mundo que, merced de los fracasos seriales sufridos, ha sido dinamitado infinidad de veces. El protagonista de la historia, decidido Edipo redentor, decide dotar de ese nuevo significado la vida de la madre a través de las habilidades que posee: la escritura. Asistimos a un coito simbólico en donde la literatura funge como preservativo ante los golpes de la vida que afectan a la madre, pero más al hijo que asume el dolor de la progenitora como suyo. Llegamos a una conclusión que es lugar común: el amor de madre e hijo es el único verdadero. La diferencia es que el camino recorrido no es cursi ni de fórmula, sino complejo a partir de la escritura invertida en éste.
Finalmente, “Sedán 84” es una historia que remite al amor fraternal. A la manera en cómo los hermanos de sangre son, al mismo tiempo, amigos, enemigos, cómplices, orgullo y vergüenza. Es un relato en donde el recuerdo de quienes fuimos en cierta parte de la vida no puede separarse de quienes fueron aquellos que nos acompañaron en esa travesía.
Es así el camino trazado por las historias de Joel Flores. A pesar de lo que en apariencia podría parecer este libro, un libro sobre y para adolescentes, creo que tal clasificación es un tanto errónea. El lector ideal de este libro es un lector fronterizo. Lo entenderán y disfrutarán los lectores jóvenes que tengan un cierto bagaje de textos que les permita acceder a las otras claves de la historia, más allá de la anécdota. Pero también, y aquí me incluyo, el lector ideal es aquel que, disculparán la cursilería, ha aprendido a leer con el corazón y no sólo con la cabeza; es decir, aquel que asume en el contrato de lectura que el texto le va a decir cosas sobre sí mismo. Para ambos lectores funciona este libro.~
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