Un quehacer para no salir corriendo
«Imposible enumerar las razones por las que cada cual sale a correr. Hay un sinfín de historias. Imposible también poner las manos al fuego por todos los corredores: cada cual (como aquellos jóvenes en Boston) tendrá sus particulares demonios.»
«¿Por qué el tumor pulmonar avisa tan quedo, y la herida en la uña tan fuerte?»
—Georg Christoph Lichtenberg, cita en Twitter [1]
«LÁRGUESE DE MI carrera y deme esos números», gritó el juez-organizador Jock Semple al perseguir a Kathrine Switzer, quien se inscribiera en aquella Maratón de Boston de 1967 con el nombre «K. V. Switzer» y solo así pudiera obtener números y registro formal en la carrera, pues las mujeres no eran permitidas oficialmente (es decir, las que corrían lo hacían sin número). No fue sino hasta cinco años después, 1972, que las mujeres tomarían parte ya de tan emblemática carrera a la par de los hombres. Para 2011, según dato en Wikipedia, aproximadamente un 43% de participantes en la Maratón de Boston eran mujeres. En 2013 —un siglo y seis años después del establecimiento del Boston Marathon— casi el mismo porcentaje, según estadísticas de la página del maratón, cruzó la línea de salida, pero solo un 29% pudo cruzar la meta (y el 57% de hombres saliendo se convirtió en un 45% llegando); en general, solo el 75% de participantes pudo completar esa maratón: un evento interrumpió la carrera a las cuatro horas y minutos de iniciada: un «juez» largó y arrebató números a los corredores. Un ataque terrorista.
Si las olimpiadas de 1896 inspiraron a la Boston Athletic Association para la celebración anual de una carrera atlética (de entonces 39 kilómetros pero llamada ya maratón) cada tercer lunes de abril, el Patriot’s Day —a su vez celebración, pero en memoria de las primeras hostilidades de la guerra de independencia norteamericana: ¿la paz del deporte por la guerra?—, la religión y la política motivaron el atentado terrorista de un par de jóvenes residentes de Massachusetts. Con dos bombazos a metros de la línea de llegada, este par impidió la celebración cabal de un evento deportivo. Tres muertos y 264 heridos se sumaron a los resultados de esta maratón —que incluyeron, por cierto, el séptimo lugar de la mexicana Madaí Pérez—, y otros primeros diez puestos en sus respectivas ramas de atletas de Etiopía, Kenia, Australia, Burundi, Portugal, Alemania y, por supuesto, Estados Unidos. Porque lo cierto es que este maratón, como los otros cinco del llamado circuito World Marathon Majors, es más bien un evento internacional. Aun sus particulares estándares de clasificación, en Boston corren miles de canadienses, cientos de británicos, alemanes, franceses, italianos, japoneses, mexicanos y australianos, decenas de argentinos, austriacos, chilenos, colombianos, daneses, coreanos y españoles, y la infalible élite africana. Juntos hacen más de 25000 corredores que, independientemente de su origen e ideología, al salir tan solo buscan llegar a la meta. Esa es la idea, ni más ni menos.
Eso mismo, salir y llegar, lo procuran millones de corredores, entre aficionados y profesionales, alrededor, literalmente, del mundo. Más que un deporte, correr por las calles y parques de alguna ciudad se ha convertido acaso ya en una forma de vida («estilo», dicen). Nada más natural: después de caminar, hasta hombres de más de sesenta años bien pueden verse aún corriendo. Hombres y mujeres, claro, porque ya se ve que incluso la discriminación por sexo ha tenido que pasar y enfrentarse, con uno que otro golpe, en la carrera, y se ha mantenido al margen. ¿Será posible que esa otra violencia por creer y pensar diferente se combata saliendo a correr?
Aquellos que estaban por llegar tras cuatro horas de esfuerzo (tiempo que, ojo, marca el límite y suele ser «frontera» entre los participantes de alto rendimiento y la gran mayoría) no pudieron concluir su carrera, y se quedaron a metros; otros, aquellos que representan al corredor promedio (con sus 4 horas y media según la estadística), ni siquiera pudieron ver la línea de meta: se quedaron a kilómetros. Así les tocó y así los tocó la violencia. No solo a ellos, sino también a los familiares, amigos y camaradas que se quedaron a medio camino de su celebración. El maratón se suspendió: siguió el azoro y acaso la empatía.
Un día antes, en un perfecto domingo de primavera, yo corrí el maratón de Bonn —uno de entre los más de 500 que se hacen alrededor del mundo— y lo terminé, oh ironía, a las cuatro horas. Ese fue mi logro: alcanzar ese tiempo en la meta. El lunes por la tarde, durante el merecido descanso, empecé a leer y oír la información que minuto a minuto corría desde Boston. Mis piernas resintieron aún más la carrera del día anterior. Flaqueé, ¡qué maneras las de la empatía! De un momento a otro era parte de una actividad de alto riesgo, de alto impacto: un atentado.
Imposible enumerar las razones por las que cada cual sale a correr. Hay un sinfín de historias. Imposible también poner las manos al fuego por todos los corredores: cada cual (como aquellos jóvenes en Boston) tendrá sus particulares demonios. Pero lo que puedo asegurar es que en ese momento, al correr, cualquier violencia solo es concebible desde el exterior; sea un fanático-sacerdote irrumpiendo en juegos olímpicos, un juez-organizador evitando la participación de una mujer, o unos jóvenes detonando bombas en medio de una muchedumbre espectadora, ni el corredor de élite Vanderlei de Lima, ni la pionera corredora Kathrine Switzer, ni las decenas de corredores promedio, esperan padecer algo que no venga de su propio cuerpo. Los dolores, quizá como en cada deporte, son parte intrínseca del ir corriendo, de controlar la caída (que es lo que finalmente se hace al correr). Parte de la preparación consiste en saber dominar los curiosos infiernos a los que por placer nos sometemos. Hasta ahí llega el corredor, asume solo su mente y cuerpo, y supone que cada cual hará lo mismo… al menos aquel que corra a su par.
He escrito carrera y no competencia: la maratón es así: solo se corre. Se compite con uno mismo. La maratón es sin duda un deporte individualista: al correr nos hacemos de vacío (que incluye desde la banalidad de la marca deportiva hasta el altruismo de alguna fundación patrocinadora, pasando por los pendientes del hogar y la oficina); con o sin música marchamos con el olvido del mundanal ruido y la violencia. ¿Escape? Es capa que escapa.
Hoy día se popularizan —como otrora el correr en sí— las aplicaciones (apps) para correr. Se lleva cuenta de los kilómetros y los tiempos, se socializa incluso. Cada quien puede correr para sí y para los otros sin importar la distancia. Sin importar tampoco el grito o pánico de alguna calle en el camino: cada quien a lo suyo. El dolor de un golpe (o muerte) a un semejante llega con el mismo sonido de un cáncer o un tumor pulmonar; la molestia del desgarre o contractura es lo que grita durante la carrera, como la herida en la uña del pie o sus ampollas. Así las tragedias. Entre pisadas el mundo sigue su marcha y a cada quien le tocará su parte.
No he visto en el correr, insisto, violencia alguna; la he sentido, sí, pero no he visto golpes que no sean los de cada pie sobre el asfalto. Solo he oído gritos de aliento (incluidos los del dolor que lo busca). Nadie calla al correr, cualquier silencio (de uno, la solitaria calle o el parque nocturno) lleva el eco del mundo, de la gente alrededor y sus problemas. Habla la cara del viejo abandonado en una banca, el coche mal estacionado, un claxon a mitad del tráfico, una bomba en la línea de meta. Los problemas continúan y se olvidan de uno como los corredores que nos rebasan, pero que a la luz de nuestro cansancio damos cuenta de ellos y no sería raro que los reconozcamos si los vemos más adelante, en otro lugar y hasta con otra cara. Sigue siendo imposible cercar y vigilar una ciudad a lo largo de 42 kilómetros: un maratón sigue siendo el anuncio público de una victoria (de una o mil batallas): impensable hacerlo a puertas cerradas. La vida no es muy seria en sus cosas, escribió y contó Rulfo, qué razón; por eso: se corre para no salir corriendo.~
[1] http://twitter.com/GC_Lichtenberg/status/119151673984815104
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