En defensa del ocio

«Hay niveles, dicen algunos, en esto de utilizar el tiempo libre pues cuando se ama estar en el trabajo y vivir en él, entonces a la persona se le señala como un workaholic, un adicto al trabajo, una persona sin vida. La diferencia entre este ente y la persona que emplea su tiempo desde una actividad recreativa es que no está esclavizado. Uno emplea su tiempo libre para entretenerse, el otro hace de su tiempo libre un eslabón más de su actividad laboral, la cual depende de un tercero. Esclavo es uno, el otro amo»

La dinámica de la vida moderna

OCUPACIÓN ES UNA de las palabras que más resuena entre todas las personas. Todas buscan ansiosamente hacer algo, tener una actividad extra además de ir a la escuela o al trabajo, quizá tomar una clase de baile, un taller de música, practicar algún deporte, y un largo etcétera. El asunto es aprovechar todo nuestro tiempo, sobre todo el libre, para hacer lo que a cada quien le interesa. Esta dinámica incluso llega a los niveles escolares. En las escuelas donde se educa a los párvulos también se enfocan en la formación del entretenimiento, y nunca faltará quien compare esta formación con la que Platón propuso para la academia. Así, los niños que se quedan horas extra reciben clases de música, de teatro, de pintura, de escultura o de las actividades físicas más frecuentes: danza o karate. Y el padre está orgulloso de que su cría está en la mejor formación y feliz lo presume ante la sociedad: «miren a mi hijo, es un gran escultor», y tal afirmación genera la envidia de los demás padres… Quizá tengamos aquí uno de los motivos por los que los párvulos no saben estar tranquilos, calmados en un lugar sentados y poniendo atención a lo que se les pide.

Desde que uno es infante ya está inmerso en la dinámica de utilizar el tiempo libre para hacer algo. Pero ojo, que hay niveles, dicen algunos, en esto de utilizar el tiempo libre pues cuando se ama estar en el trabajo y vivir en él, entonces a la persona se le señala como un workaholic, un adicto al trabajo, una persona sin vida. La diferencia entre este ente y la persona que emplea su tiempo desde una actividad recreativa es que no está esclavizado. Uno emplea su tiempo libre para entretenerse, el otro hace de su tiempo libre un eslabón más de su actividad laboral, la cual depende de un tercero. Esclavo es uno, el otro amo (como diría nuestro querido Hegel).

¿Amo o esclavo?

Como diría Galileo allá en su juicio (bastante sano, por cierto) sin embargo… ¿quién es el amo y quién el esclavo? Seguramente se pensará de inmediato que es [amo] el que emplea su tiempo libre en una actividad recreativa; sin dudarlo es lo más lógico. Desafortunadamente no es así. Para empezar el tiempo libre deja de tener esa cualidad, la de ser libre, en tanto se establecen horarios, fechas, rigurosidad y cotidianidad. El tiempo libre frente al tiempo de actividad (escuela o trabajo) tiene su diferencia porque justamente no se encapsula y lo que hace es romper la rutina. En cambio, en cuanto que una actividad se hace cotidiana deja de pertenecer al tiempo libre. La libertad del tiempo radica en la ruptura con lo que se está acostumbrado a hacer. Desde este punto de vista se puede decir que el tiempo libre es imprevisible y por tanto es un momento de ansiedad.

Cuando el hombre se enfrenta al tiempo libre también se enfrenta a la ansiedad porque todo se sale de su dominio, de su control aparente de la vida. De ahí también la angustia que nace con el tiempo libre. Y es que la angustia y la ansiedad enfrentan al hombre con la nada, y la nada enfrenta al hombre con una aparente muerte, hermana del letargo que mora en el sueño. Cuando se tiene tiempo libre el hombre se percibe como un reloj descompuesto que ha perdido su función y que puede ser desechado.

Ahora bien, ¿por qué el hombre que emplea su tiempo libre en una actividad recreativa es también un esclavo? La manera como el hombre pierde su libertad al enfrentarse a la nada es cuando su temor a la nada misma hace que evada al tiempo mismo. Hay un autocastramiento del yo desde la misma negación del tiempo libre, desde la inutilidad. El hombre no se percibe como hombre sino como una máquina que debe hacer todo el tiempo algo. Esta es la primera de las maneras como el hombre pierde su libertad.

La segunda es en la transformación económica del tiempo libre. En cuanto el otro se da cuenta del temor a la nada, ése ente económico empieza a gestionar el tiempo, lo disecciona y dicta lo que es el entretenimiento. Aquello refiere lo que se debe ver, escuchar y hacer en el tiempo libre. El cine es un claro ejemplo donde el hombre salvaguarda su mecanicidad ante el tiempo libre. Se entretiene desde lo que el otro le dicta. ¡Ya ni hablar de los conciertos masivos! En ellos se imponen días y horas en las que el hombre tendrá que emplear su tiempo libre, y de paso enriquecer al otro.

La industria del entretenimiento nos ve como partes del engranaje del estar ocupados, del seguir siendo útiles. La industria misma, sin que por ello sea un amo (ser libre), nos determina en la esclavitud. Este súper poder adquiere su forma desde múltiples esferas. Incluso los que leen no se salvan de esta esclavitud. También están determinados en la industria del entretenimiento. Estas esferas han capitalizado a la nada como su mejor arma para lograr controlar a las personas. Así, el que emplea su tiempo libre es un esclavo.

¿Es la nada del tiempo libre una nada absoluta?

Esta pregunta tiene en sí una trampa argumentativa. La nada nada es y por ello no se puede hablar de ella (así lo señala también Heidegger). Pese a que la nada no es nada ocasiona en el hombre un estremecimiento tal de su existencia que causa angustia, ansiedad y temor. ¿De qué o respecto a quién? De sí mismo. Lo que el hombre ve reflejado en la nada es a él mismo en su condición más dolorosa: la de un ser desprotegido, la de un ser que no controla al tiempo ni a su persona. El hombre se percibe asaltado por la contingencia y la amenaza del mundo que le rodea. Por esta razón el mecanicismo creado durante milenios se fractura y el reloj deja de funcionar y se fusiona con lo que niega. El peligro es la condición que impera, peligro que también pertenece al destierro porque existir es ganarse la existencia siempre y en cada momento porque no es algo estable, fijo.

El peligro no sólo le pertenece al hombre, también a esa esfera de poder que busca entretenerlo y tenerlo conectado a un mundo placebo. ¿En qué radica el peligro al que se enfrenta la industria del entretenimiento? En el rompimiento del control como primer punto de partida pues el hombre que deja de temer a la nada y se afronta (a sí mismo, a sus demonios, a sus voces cautivadoras) empieza a escucharse, a buscar lo que realmente le satisface. Ello implica ya romper con el modo mecanicista en el que habita. La nada le muestra al hombre el silencio, y el silencio a la escucha de sí mismo que da pie al descubrimiento y al asombro.

Estar en la ruptura del tiempo es detenerse a escuchar y a mirar el mundo y a nosotros en el mundo. El detenerse en el tiempo tiene el modo del ocio. La ruptura del tiempo y el ocio no pertenecen al terreno del tiempo libre porque ambos son modos incontrolables pues llegan abruptamente. Aunque el ocio puede ser encaminado a la manera de los budistas y mediante la meditación o reflexión, no por ello quiere decir que sea algo que se pueda controlar. No todo el tiempo se puede estar en la ruptura, más cuando se está en contacto con la ruptura y se asume uno en el ocio, en el estado contemplativo, el mundo adquiere una apertura.

De ahí le viene a la industria del entretenimiento el temor. El hombre que deja que la ruptura lo atrape, que se detiene, no emplea su tiempo para entretenerse, para ocuparse en esa ruptura, sino que la contempla, la vive y la siente, se enfrenta y empieza a asumirse, a cuestionarse, a pensarse.

Aprovechar el tiempo libre no tiene nada de malo, de negativo, pero hacerlo siempre para evadirse, para no contemplar el mundo y contemplarse, lo único que hace de las personas son esclavos, gente que sigue lo que las esferas del poder determinan. Por eso el ocio debe resignificarse en estos tiempos en los que a toda costa se evade (con los audífonos, con los teléfonos celulares y sus múltiples aplicaciones, etcétera) el yo, porque tras la evasión del yo también está la del otro, la del hombre mismo.~