Leer con la televisión prendida
Si algo tiene influencia en México desde hace medio siglo es la televisión. Antes de hablar de libros o cualquier otra publicación de texto, lo audiovisual (casi como la Coca-Cola) es lo que en todo hogar (sin importar el ingreso) no ha de faltar. En este ensayo, Mael Aglaia nos habla de la influencia de la televisión en la cultura –en México como ejemplo-, hasta llegar a formar parte de la identidad de la sociedad.
Si algo tiene influencia en México desde hace medio siglo es la televisión. Antes de hablar de libros o cualquier otra publicación de texto, lo audiovisual (casi como la Coca-Cola) es lo que en todo hogar mexicano (sin importar el ingreso) no ha de faltar. Todavía más, lo que seguramente es más fácil de enlistar en el caso (del) mexicano son los tres programas de televisión que más (lo) han marcado: Siempre en Domingo (1969-1998), El Chavo del Ocho (1971-1992) y 24 Horas (1969-1998). Todos de una sola empresa. Todos en horario vespertino-nocturno. Todos «estelares». Todos con una figura principal: Raúl Velasco, Roberto Gómez Bolaños y Jacobo Zabludovsky, respectivamente. Todos —dicen los que saben— parte ya de la cultura popular mexicana. Todos, dígase, modelos de entretenimiento latinoamericano.
El gusto musical de tres décadas tuvo un solo y definitivo filtro: el gusto del presentador Velasco y el aplauso, claro, de su público. El denominador común de la diversión infantil cupo en el barril de una, faltaba más, vecindad urbana. La noticia se escuchó por una sola voz que, al mismo tiempo, daba escuela a una pléyade de reporteros. Todo ello, además, acompañado, aderezado, con el bien de exportación de más éxito en la historia del país: la telenovela (producida también por la misma empresa), que en el 2008 cumplió con bombo y platillo sus cincuenta lozanos años. Así, sin más, con más de diez mil horas de transmisión, entre tres programas de televisión —acaso cual triángulo de las Bermudas—, navega (¿sumergida?) la cultura de la sociedad mexicana.
El capitán del barco es de todos conocido; un tigre, se decía, un soldado del PRI, se dijo. El entretenimiento, la diversión, la distracción mexicana, estaba en sus manos, y tan bien lo hizo que su modelo, la base, continúa enriqueciendo (a) empresas varias (incluida la «televisora de enfrente»), y enriqueciéndose con lo que la escena internacional tiene a bien mostrar en horario prime time. La televisión de los Azcárraga se desdobló y bastó un televisor para instalarse en la sala del hogar mexicano. Si la radio podía compartir, digamos, el librero, la televisión lo desplazó. Si un libro podía referirse a las estrellas, la televisión las transfiguró y enseñó en un canal a la medida. Si el soldado se hizo de un ejército con una artillería de sonidos y colores, los prisioneros fueron condenados a recibir día y noche tales descargas. Si el PRI fue la dictadura perfecta, Televisa fue su perfecta dicción.
La política cultural en tres programas, tres esquinas. El cuarto poder una tríada. Sea con la música, el chiste o la noticia, a México lo marcaría una señal de tres, un tenedor que cogió carne varia que nosotros mismos los mexicanos poco o nada tuvimos reparo en llevarnos a la boca (pues ya se sabe: «la comida entra por los ojos»); un trinche de programas de televisión con impacto, incluso, fuera ya de sus fronteras: Velasco nos lleva de paseo a Miami, Argentina nos conoce tomando clases con el profesor Jirafales y «nuclear-nuclear» nos resultó la guerra en Medio Oriente.
Así era y ha sido la lectura del país. Las páginas a color con música (de moda) de fondo, con impertérrita corbata negra escuchamos el paso de sexenios. La cultura de una sociedad encerrada, proyectada, en una caja. Una caja que por supuesto brindó más de tres programas… y otros medios de comunicación. ¿Qué se puede decir de las publicaciones semanales para, por ejemplo, ver por debajo del vestido de la actriz del momento? ¿Cómo hacer menos a los conciertos en los distintos barrios de la Ciudad de México con algún elenco digno de superdomingo, o al descubrimiento televisado de nuevos valores de la canción? ¿Por qué no nombrar a la comedia «picante» que acaso un don Ramón se permite una vez dormida su Chilindrina? También así se ha leído al país. Sobre todo así se lee, con lectura multimedia.
A lustros de la primera emisión de aquellos tres programas, sus ecos llegan ya a la Internet. Ahí están los herederos aprovechando el espacio en páginas de noticias, videos, imágenes y, también, redes sociales. Los formatos, sin duda, han cambiado, pero las fórmulas permanecen. México sigue leyendo a color, con dibujitos y llenando el vacío de aquel entretenimiento televisivo. Si antes prendíamos el televisor para ver correr las horas, hoy hacemos correr las barras de desplazamiento para ver prender una televisión. La popularidad de blogs, páginas web, foros, cuentas en Twitter, cuentas en Youtube, personajes, «luminarias», etc., corresponde a otrora nuestra televisión, a la de «antes» (que sigue siendo la de hoy). La política de la casa (que es nuestra, que es suya) es imágenes al instante, «el impulso que despierta», «girar en la pantalla el mundo y las estrellas hoy aquí». El aquí que puede ser allá o acá, es decir, el lugar común. La repetición de aquellos programas es finalmente su eco.
Lo que vemos y leemos está sujeto a lo que hemos venido haciendo. O mejor dicho, lo que otros hicieron pareciera que ahora hay que mejorarlo con las nuevas herramientas tecnológicas. El paradigma, finalmente, es el mismo: entretener y hacer pensar lo menos posible, despertar al instante lo que en la pantalla pueda o no haber. La cosa es girar el mundo. Nos tocó ser los soldados de la televisión… o los testigos de su guerra.
¿Para qué perder el tiempo preguntando a los protagonistas de lo protagónico qué es lo que los marca? Por el momento Tartufo sigue aconsejando a Orgón (y este escuchándolo), hay demasiadas Marianas y muy pocas, paradoja mexicana, Dorinas. Es decir, que si alguien quiere escuchar libros u obras que hayan marcado al México de hoy, mejor que prenda la televisión de ayer. Ahí está la gran obra social.~
Mael,
Más claro imposible: “una sociedad encerrada, proyectada, en una caja”. Que obra más antisocial nos han dejado como cultura a los mexicanos el hecho de “Leer con la televisión prendida”, aprendimos a usar el libro de mantel.
Buen texto, espero seguir leyéndote en VozEd.
Saludos.