La pseudomilitancia digital: activismo de la pereza
VARIOS CONCEPTOS SE evocan al pensar en la idea de activismo político en América Latina. Desde la perspectiva romántica, producto de la memoria de las luchas revolucionarias en la región, se configuran imágenes que hoy, paradójicamente, pierden mucho del significado que tenían: la fotografía de Korda en la que inmortalizó al Che, la gráfica del combatiente sandinista con bomba molotov en ristre, las gráficas múltiples del Subcomandante Marcos (extrañamente a la baja en el mercado icónico de la nostalgia revolucionaria), los afiches artificialmente amarillentos de Eva Duarte. Estas imágenes, que asociamos con el santoral laico latinoamericano (la expresión es de Carlos Monsiváis) del subcontinente, se mezclan con otras no tan populares, pero que también son representativas de los reclamos a voz en cuello (y consignas de por medio) que se entonaban por las calles en actos con diversos objetivos (protestas de estudiantes, reclamo por justicia a los atropellos realizados durante las dictaduras militares, conmemoración de fechas simbólicas en el calendario militante). La calle era el espacio en el cual la voz se hacía escuchar. El lugar en el que los iguales, cercanos o similares (los “mucho más que dos”) se miraban y se reconocían.
La calle representaba el espacio en el cual el ladrillo se enfrentaba con el cristal. En donde el descontento se traducía en portar con orgullo las razones de ese descontento. Fuera con la voz, con las fotografías de los desaparecidos, con las mantas pintadas de peticiones o reclamos, con las mojigangas que ridiculizaban a los responsables reconocidos, con las miradas que acusaban que las cosas no iban bien. Y muchas de esas manifestaciones se convertían en vehículo para conseguir cosas que, con variaciones en el contexto y la época, se concebían logros de una comunidad organizada que salía a tomar las calles. En mi experiencia mexicana, recuerdo las marchas de enero de 1994 en contra de una salida militar al conflicto de los Altos de Chiapas, y la de febrero de 2000 en búsqueda de la liberación de los estudiantes que habían sido apresados en la Universidad Nacional después de la “recuperación” que la Policía Federal había hecho de las instalaciones. En lo personal, y en cuestiones específicas, se tenían desacuerdos con los movimientos sociales y sus mecanismos, pero se reconocía la necesidad de que su voz fuera escuchada y que el Estado actuara en estricto apego al marco normativo. La calle era el espacio donde el consenso se configuraba en realidad. Hoy, la calle es habitada por el canto de los grillos.
El canto de los grillos ha sido (o pretende ser) sustituido por el trino de los pájaros. Pero no de las avecillas que habitan los parques y acompañan la lucha social, cursilería a propósito. Sino de los trinos que han encontrado la onomatopeya vuelta concepto y medio de comunicación: el tuit. La militancia en las redes sociales se ha topado de frente, y en animada parranda, con la corrección política y la conciencia-de-lo-que-debería-ser. Por millones se cuentan los “me gusta”, los “retweet”, los “compartidos” que hacen referencia a causas dirigidas a hacer pública la opinión de los usuarios con respecto de los temas que se discuten en la plaza pública. El cursivado de la palabra usuarios pretende aludir a una cuestión que aparece en la actualidad como uno de los temas a discernir en los años en curso y venideros: el hecho de pensar a las plataformas de redes sociales (Facebook, Twitter, MySpace…) como herramientas que median la comunicación o como espacios por sí mismos donde la incidencia en las decisiones de orden público se toman.
La segunda acepción es la que genera más inquietud y la que anima el título colocado en la cabecera de este artículo. La creencia que se extiende de manera continua acerca de concebir la opinión (y la coincidencia de opinión, sobre todo) en las redes sociales como una acción que se ejerce de manera eficaz en un lugar. Es decir, pensar que la acción del clic sobre la opción de acuerdo a contenidos planteados por algún usuario de la red equivale a la presencia física en una protesta que está dirigida a modificar la actuación de elementos diversos dentro del mundo físico.
Esta disparidad de voluntades relacionada con la participación política, digamos, “tradicional”, se pone en evidencia cuando esas redes sociales son utilizadas como medios de comunicación y organización a fin de impulsar una acción de manifestación en un espacio del mundo real. La cantidad de personas dispuestas a apoyar determinada causa en el mundo virtual de las redes es desproporcionada con el número de manifestantes que se presentan físicamente a tal convocatoria.
No hablamos aquí de lo que los medios tradicionales se han encargado de poner como “cisma” de nuestra época (aún es demasiado pronto para aquilatar estos fenómenos en términos de análisis histórico): los procesos de transiciones políticas en Medio Oriente, las convocatorias a ocupar plazas públicas en contra de proyectos nacionales que no tienen un consenso claro entre la población… Me refiero en específico a causas que inciden en la vida cotidiana de aquellos que dicen estar “interesados” e “indignados”. Por poner ejemplos: el tratamiento ético a los animales, la depredación de recursos naturales, la defensa de derechos humanos evidenciados en casos específicos, etcétera. Las convocatorias a materializar estas protestas o estos puntos de desacuerdo se encuentran en muchas ocasiones con asistencias escasas o descorazonadoras. Los organizadores de estas reuniones reales expresan el desconcierto en esas mismas redes sociales que sirvieron a la convocatoria, a veces en términos de exasperación incomprendida: “¿cómo es posible que la causa X tenga ocho mil seguidores y sólo hayamos acudido 25 a tirar huevos a los responsables?”.
La respuesta está, probablemente, en los obstáculos que el mismo mundo físico impone a los entusiastas de la militancia digital y la participación diversificada que se ubica en los terrenos del más-puro-deber-ser. Requiere menos consumo de energía (tema espinoso que nos daría muchos seguidores si lo planteamos de manera atractiva) mover un dedo y hacer clic, que pararse de la silla/cama/tumbona, tomar un transporte y acudir a reunirnos con esos seres humanos que piensan de manera similar a nosotros. Para compensar, pensará el activista-convencido-pero-perezoso, ese día hará clic en el triple de buenas causas.
Y sin embargo, la calle se sigue moviendo. Y las personas se siguen reconociendo. Y muchos se han dado cuenta que la expresión de opiniones en la virtualidad sirve para checar tendencias, pero que raras veces resulta suficiente presión para modificar cuestiones socialmente importantes. Los más interesados han visto el potencial de las redes como medios de organización. Y ahí ubican la importancia de las tecnologías. El número de militantes digitales instalados en la pereza crece, pero en la misma proporción crecen los que se dan cuenta que esas acciones en la virtualidad no son suficientes.
Está también, y como otro caso de estudio, el papel que tienen organizaciones que reconocen a la virtualidad como su campo de acción casi exclusivo: Anonymous y su red de hackers activistas o proyectos como Wikileaks, por ejemplo. Es demasiado pronto, también, para poder evaluar la importancia y el impacto que éstos tienen en las actuaciones de los gobiernos, corporaciones y particulares a los que dirigen sus acciones.
Mientras los perfiles de redes sociales de millones de usuarios de computadoras se llenan de videos graciosos o de catarsis exhibicionista, muchos siguen saliendo a las calles. Y un buen número de esos que salen a las calles combinan el acceso a tecnologías y el uso de redes sociales con acciones en el mundo real. Algunos, cada vez menos, portan los retratos y los símbolos que se mencionaban líneas arriba. Otros han concebido que la nostalgia por épocas más combativas (a pesar de sus derrotas trágicas) no siempre es la respuesta. Y marchan. Y generan cambios, ni duda cabe. Más que la presión de los militantes perezosos de las redes sociales. Su andar y sus voces siguen siendo más efectivos que la realidad que desaparece cuando se apaga la pantalla del computador frente al que se ha pasado gran parte del día (y de la vida). Ahí van: en Madrid, en Santiago, en Bogotá… Ándenle, anímense a darles un “me gusta”.~
Hola Édgar,
Muy interesante la visión sobre la militancia digital, aunque creo que no estar en parte de acuerdo con la conclusión a la que llegas.
Todos estamos aprendiendo, todavía, qué es esto de las redes sociales y tratando de adivinar qué pasará con ellas. Personalmente, pienso que en breve se dará el paso a que todos tengamos una “identidad digital” y entonces, esa militancia cobrará mucho más valor del que tiene actualmente (contaminada por el anonimato).
Saludos,
Carlos?
Hola, Carlos,
estoy consciente que lo escrito es sólo un ensayo alrededor de un tama que tiene múltiples aristas. La tesis central aborda que, en contexto actual, los cambios de tipo político-social se están gestando en el mundo real, más allá de las redes sociales. Que éstas son una herramienta (y un medio), no un espacio por sí mismas. Es decir, es probable que si aludimos a la protesta virtual, obtengamos beneficios virtuales sólo preceptibles en el mundo virtual. El mundo afuera se sigue desgastando de mil maneras reales y cada vez más dramáticas.
Un saludo.
É. A.
Hola Edgar,
Tu artículo me hizo reflexionar y plantearme la relación de las redes sociales – activismo.
Si bien las últimas movilizaciones sociales se han gestado desde las redes sociales al final la reivindicación no ha salido de las calles y la gente se ha reunido en las redes sociales han sido un medio de comunicación increible con un gran poder de convocatoria, tanto que desde las entidades sociales no dábamos crédito a lo que estaba ocurriendo!!! está claro que nos ha dado una grata lección.
En conclusión a mi no me preocupa el “cómo” será el activismo del futuro, si seguirá en las plazas o será a través de la red, si sirve para generar cambios sociales.
Muchas gracias por promover la reflexión, un abrazo:
Arancha
Arancha,
gracias por tu lectura. Y, en efecto, esto es algo que está en curso y cuya reflexión nunca sobra.
Saludos.
Édgar Adrián Mora
Siempre he sido de la idea de que las marchas no sólo no son útiles, sino que son contraproducentes, ya que se prestan a la criminilización de un movimiento por parte de los medios de difusión tradicionales. Creo que el activismo digital debería servir como un creador de conciencia que nos lleve a un cambio en nuestro estilo de vida, que sería lo que verdaderamente podría cambiar a la sociedad. La denuncia es apenas el primer paso en la búsqueda de la justicia.