Las siete del placer

Un cuento de Carlos Barrera Sánchez /ilustración Juan Astianax

 

AHÍ ESTABA YO… si, ese era yo, aunque tal vez no pareciera el mismo “yo feliz” de hacía tan solo unos cuantos días. En la cima de la montaña más alta que jamás haya conocido, con el sonido celestial de los pájaros susurrándome melodías dedicadas a mis tragedias, y con el azul profundo y hermoso de un cielo amplio y sobrecogedor, estaba a punto de encontrar la mejor manera de tirarme al vacío. Quería acabar con ese suspiro débil y delicado en que se había convertido mi vida, desde aquel lunes por la noche en que te conocí, te sentí, te viví, te tuve para luego dejarte ir. Son tantas voces en mi cabeza, tantos colores dentro de mí, tantas opiniones que gritan y se gritan entre ellas dentro de mi ser tratando de orientarme, como si no supieran que lo único que yo necesito es volver a ella, a la primera, a la original, a la que amé, pero que la ambición de la carne me la arrebató para entregarme a seis mujeres que no me sirven, que no me llenan, que no me encienden, que no me aman.

El destino, tal vez escrito en alguna pared vieja y desteñida del inframundo, no se cansa de diseñar juegos macabros, llenos de adrenalina y diversión, pero carentes de instrucciones para trascender. Tal vez lo hace adrede, porque sin reglas, sin órdenes, sin jefes somos como cachorritos indefensos que deambulamos por las selvas de la eternidad… Eso me pasó a mí aquel domingo de diciembre. Era el último día del año, cuando me encontré dentro de la galleta de la fortuna que me gané en el parque de diversiones del barrio, aquella frase que me puso a caminar por las calles de la vida en busca del enlace perfecto entre amor y placer. Dentro de la galleta, llena de mística pero desprovista de sabor, decía: “Son 7 las que te darán placer, pero sólo una agregará amor, lo difícil no es llegar, lo difícil es parar por el corazón.”

Leí mil veces aquel designio, me emocioné, me convencí, me conecté con la frase, y andando por los caminos de la calle, recorriendo cada rincón sucio y maloliente de la cotidianidad, me dispuse a entender las conspiraciones del universo. Con el día uno del año nuevo, llegó la primera mujer, hermosa, sensual, femenina, delicada, inteligente y amorosa. Era Paola, la primera de siete, así lo entendí. Era una mujer de piel trigueña, ojos claros y cabello muy oscuro. Al desayuno nos conocíamos, para el almuerzo conversábamos entre risas y en la cena hacíamos el amor con suavidad, sin dejar de mirarnos, siguiendo cada roce con la mente y con el corazón, mientras lograba sentir cada movimiento de su cuerpo. Respiré de ella, me estremecí por ella, viajé con ella y dentro de ella, la conocí, me llenó de placer, le di todo lo que había de mí, me enamoré, me apasioné, pero antes de 12, con el ser y el cuerpo lleno de satisfacción, la dejé para seguir con mi destino de la galleta, buscando en las restantes seis, el amor y la piel perfecta.

De la segunda mujer ni me acuerdo, con la tercera el sexo de miércoles fue rápido, sin conversaciones, entre torpezas y dificultades que ofrece un parque en el centro de la ciudad. La cuarta mujer, Sofía, la del jueves, la disfruté y me disfrutó, pero con la claridad del goce temporal, me di cuenta del vacío irremediable que había dejado Paola. Fue allí, en la intensidad de la explosión de placer con Sofía, cuando comencé a extrañar con fuerza y determinación a la mujer del lunes. Con la llegada del viernes ya no lograba concentrarme en la meta del día, sólo podía pensar en regresar el tiempo, para quedarme anclado para siempre al olor de Paola. La buscaba en cada rostro de la calle, en cada mirada de ellas, en las parejas de ellos, la busqué en el licor, en la noche, en las fiestas, la busqué por todos lados pero no la encontré. De inmediato, las voces de mi cabeza, aquellos seres dentro de mi ser, que parecían un enjambre de puntos coloridos y dispersos dentro de mi cerebro, comenzaron a hablar, a gritar, a discutir, a lanzar  consejos, tratando de ayudar tal vez o quizás tratando de confundir las rutas de la desesperanza. La noche la terminé con una mujer de la calle dentro de un cuarto frio y oscuro, cumpliendo con el requisito de llegar a la quinta, tal vez con la esperanza de encontrar a la primera como premio por no romper las reglas.

La sexta llegó a mí durante las festividades patronales de sábado por la noche, fogosa, ardiente, creativa, llena de vida y de licor, pero vacía de corazón. La séptima se unió a la faena de la sexta, justo cuando el reloj marcó las 12 de la noche al inicio del último día de la semana, pero en medio de la lujuria desbordaba entre olores dispersos y sabores diferentes, el rostro de la mujer del lunes seguía pegado en mi retina y en mi corazón.

A la hora del desayuno del domingo, ya estaba sólo, desesperado, ansioso y lleno de angustia. La tarea de la galleta se había cumplido, el placer de la inmediatez había llegado, pero de la mano del placer, también se hizo presente la soledad profunda y la desesperanza que corta tus venas y aplasta tu corazón. Sin destino recorrí las calles, caminé los bosques y subí a la montaña con la decisión de terminar con la ansiedad para cortar con el sufrimiento, y así fue… Un instante antes de lanzarme contra las rocas de aquel lejano fondo en la montaña, apareció ella, Paola, la mujer del lunes para decirme que llevaba siete días con sus noches buscándome, con la única pretensión de decirme TE AMO.~