Sexo

Por Lord Enrique /ilustración de Juan Astianax

“Ser humano es una adicción que no se puede combatir,

 somos en sí mismos el virus y el antídoto”

EVADIRSE DURANTE EL día es sencillo, la luz matutina es buena para disipar las sombras que se esconden tras nuestra piel, los temblores que sentimos entre hueso y carne, ese impulso de querer devorarnos en cualquier lugar. El trabajo es una bendición, cientos de montañas de papel que mantienen la mente ocupada y el cuerpo a raya, pero el tiempo es relativo, ocho horas duran quizás lo mismo que un parpadeo de un niño que apenas despierta.

La noche cae dura y visceral, sin filtros que eviten que el animal quiera salir a cazar, la sangre no hierve, grita, clama por un cuerpo, por evaporarse sobre una piel ajena, por desatar todo lo políticamente incorrecto en la habitación de cualquier hotel barato y oscuro.

Ser humano es jugar irónicamente a no serlo, jugar a que nos interesan una cantidad de variables, como gustos musicales, culturales y espirituales, ser racionales y educados, mientras en nuestra mente solo queremos una cosa; saciar el hambre primitiva que la evolución no ha suprimido, el instinto de tomar una pareja y desprendernos de la ética, religión, política y cultura, del lenguaje mismo y dar paso a la verdadera charla.

La voz universal que no ha cambiado en miles de años, los jadeos que no necesitan significado y que lo dicen todo sin estructuras, piel puliendo piel entre mordidas, arañazos y caricias, huesos que intentan desprenderse de los músculos y hacerse polvo con cada embestida.

El placer es la moneda de cambio que jamás se devalúa, vale lo mismo en todo el mundo; el orgasmo el santo grial que nos une a todos en una misma religión, una en la que no existe el bien o el mal, solo sexo, un escenario que nos congrega a todos, el anhelo por el éxtasis es el dios adorado, no existe rito mas sagrado que probar el néctar que solo se derrama de cáliz pélvico, la humedad que desprende recordándonos, lo olvidado, no sólo somos seres sangrantes, también frutos que maduran y necesitan ser cortados, arrancados y devorados para poder florecer de nuevo.

La humanidad intenta negar que este es su fin último, intenta controlarse, regular el acceso a esta realidad palpitante que es el sexo. El amor, por ejemplo, un concepto elaborado que no es más que un idílico peaje que se debe pagar para tener un suministro permanente a este mundo de sensaciones viscerales; un juego de ilusiones y engaños para lograr capturar al otro y llevarlo a nuestros aposentos, un sistema para intentar hacerlo algo correcto, algo bello y trascendental.

Pero el sexo no es bonito, no es romántico o es arte como los artistas han intentado hacerlo lucir a lo largo de los siglos, es un encuentro desgarrador, crudo, donde gruñidos, jadeos y respiraciones arrítmicas convergen en ruido, no en música armónica, en ruido sórdido y desprolijo de dientes que chocan entre si como soldados en batalla anhelando la victoria de invadir al enemigo.

Siempre que se habla de sexo en una habitación es imposible no sentirse un poco incomodo, como si se estuviese invocando algún demonio que no debería ser liberado, como si destapáramos una botella de whisky en una reunión de alcohólicos, es tan poderosa la fuerza de esta palabra que tan solo oírla hace que nos antojemos de dejarnos la ropa y entregarnos al placer.

Es tal la ansiedad de la humanidad por el sexo que conforme evolucionamos como especie hemos inventado nuevas formas de saciar esa sed inagotable por el placer, primero las representaciones rupestres del acto carnal en paredes de piedra, luego pictóricas en el arte, literarias en los libros, dinámicas y vívidas en el cine, hasta nuestros días que ya hablamos de sexting y cibersexo, cada vez que el hombre ha inventado algo encuentra la forma de redireccionarlo al sexo, su desarrollo por más cognitivo siempre termina permeado por su instinto más primitivo.

Somos la adicción misma que se alimenta a medida que crece, la adicción que cree, puede controlarse, pero en realidad solo busca nuevas vías para obtener su opiáceo, no es negativo que queramos sucumbir cada vez que se nos de la oportunidad, al fin y al cabo, es parte de lo que somos, mortales que están condenados a buscar un poco de inmortalidad en sabanas ajenas.

Lo hipócrita de nuestra sociedad es querer controlar lo incontrolable, querer regular el acceso al placer mediante reglas, convencionalismos y juegos de cortejo, mediante ilusiones elaboradas y romanticismo de cajón, sería mas sencillo dejar todos esos adornos de lado y preguntar directamente sin rodeos, «¿Quieres tener sexo conmigo?»  sin miedo al escándalo o al qué dirán, sin miedo a la ofensa o a miradas de reproche.

Tal vez así las noches serían menos solitarias, tal vez así la vida sería un poco menos compleja, tal vez así no andaríamos todos los días tratando de distraernos con montañas de trabajo, tal vez así disfrutaríamos mas de ser humanos y no sufrir a diario por tratar de serlo.~