No se culpe a nadie de mi muerte

Un cuento de Jorge Jaramillo Villarruel

 

«NO SE CULPE a nadie de mi muerte: es un suicidio, una decisión voluntaria, consciente, libre y personal».

Así dice la carta de despedida de mi querido y admirado Arnoldo Vargas de Gil y Polla, a quien debe considerarse la primera víctima y el primer mártir de la guerra contra la industria de los alimentos gourmet.

Tuve mi primer atisbo de la cruzada de Arnoldo contra los envenenadores de alimentos sólo unos días antes de su trágica muerte. Pero no fue hasta consumada ésta, cuando me percaté de que lo que en un principio me habían parecido simples quejas, eran en realidad una lucha encarnizada por la libertad gastronómica. En retrospectiva, sé que pude haber intervenido; de haberlo hecho, quizá las cosas habrían sido distintas y aún tendríamos con nosotros a este héroe caído.

Lo había visto publicar, sin entenderlo, su manifiesto antivenenos en redes sociales. Éstas son algunas de las cosas que escribió por esos días.

 «Pedí Escargots à la Bourguignonne en el famoso restaurante Franchute. ¡No se los recomiendo! El platillo es terrible y ahora sufro de la peor de las infecciones.»

«Los médicos han descubierto que no se trata de una infección cualquiera sino de una brutal angiostrongiliasis, que puede afectar el cerebro.»

«Dolores de cabeza intensos. Mareos. ¡Alguien pare este sufrimiento!»

«He seguido con mi malestar. No quiero alarmar a nadie pero no parece que vaya a mejorar pronto ni fácilmente. Antes al contrario.»

«Temo que sea el fin.»

Cuando leí estos textos, que pasarían a la posteridad, no entendí el sufrimiento de mi amigo. Tras su muerte, después de leerlos una vez más, ahora bajo una nueva perspectiva, mi reacción inmediata fue arrojar contra la pared de mi estudio el vin d’orange que, hasta ese momento, había sido parte fundamental de mi ritual vespertino diario. ¡Nadie sabe cómo me arrepiento de no haber dicho ni hecho nada a tiempo! Y de eso me culparé toda la vida.

Momentos antes de acabar con su vida, Arnoldo publicó una carta de despedida en las mismas redes sociales. Un platillo gourmet le había arruinado la vida para siempre, mi amigo no volvería a ser el mismo, era preferible la inexistencia y, aunque me duele, respeto su decisión. Pero no puedo quedarme callado y aunque él diga que su suicidio es una decisión voluntaria, consciente, libre y personal, y que no debe culparse a nadie, yo responsabilizo a Franchute y la industria gourmet de su muerte.

He iniciado una campaña, abierta para todo aquél que desee sumar su voz contra los envenenadores de la alta cocina. A esta lucha se le conocerá por el nombre de MeTooFoodies, pero para protegerme de represalias y venganzas, usaré un pasamontañas y el nombre de un famoso poeta: Virgilio.

Desde el primer día nuestra meta será erradicar la presencia de los envenenadores en nuestros restaurantes y recuperar nuestro derecho a la comida simple y popular. Ya contamos con algunos miembros importantes, como Alvarás Nicolado, cuya afición por la espuma de agujas de pino y a confundir comida y escritura, ha causado estragos en su salud, y quien ha expresado su deseo de darle voz nuestro movimiento a través de sus programas de radio y televisión.

* * *

Una semana después del suicidio de Arnoldo, encontré una carta que me había enviado por correo electrónico y que se había filtrado al correo no deseado. La escribió sólo unas horas antes de su fatídico final. Era una carta devastadora. Vi mi futuro y mi vida tambalearse ante mí.

Querido Eligio,

 Mi vida está detenida, no hay salida. Pero no es lo que parece. ¿Meningitis? ¡Sólo una falsa alarma!

Ya te he contado que tengo una úlcera gástrica. Súmale una indigestión causada por la comilona y te imaginarás el susto que me metió. Pero mis fans ya habían tomado mis palabras como bandera de lucha y yo ya no podía abdicar. No después de tanto escándalo. Es el peso terrible de la fama.

En fin, sólo quería que supieras que no puedo dar marcha atrás y debo llevar esto a sus últimas consecuencias. Sólo soy un hombre, no puedo hacer frente a la verdad, he optado por lo que los cínicos llamarían la salida fácil. Bueno, quizá sí lo sea; sé que sería más difícil volver a mirar al mundo con orgullo.

Te abraza tu amigo, Ar. V. G.

¿Que podía hacer yo? No podía renunciar. No ahora cuando varios periodistas conocían el nombre y el rostro bajo el pasamontañas con el cual había iniciado este movimiento. No ahora que sabían que Virgilio era en realidad Eligio Gi. Borré la carta. Nadie debía verla nunca. MeTooFoodies ya había cobrado fuerza, no podía abdicar. Sólo ahora puedo entender a mi amigo y el porqué de su drástica y definitiva decisión.

¡Brindo por ti, Arnoldo! En la muerte eres una inspiración tanto como lo fuiste en vida. Tu acto me ha infundido el valor necesario para llevar hasta sus últimas consecuencias este movimiento, y yo tampoco claudicaré, llevaré tu legado y tu mensaje hasta donde mis fuerzas me lo permitan.~