La niña y el extraño

Cuento e #intervención de Enrique Urbina

 

 

PAISAJE VISTO DESDE un ventanal

Las nubes se caen y nace la niebla. Su humedad aprieta, se cuaja en los huesos, pero no los aplasta. Los estruja como algo sexual. No la toco. Sólo la admiro. Porque si se le toca, no mata, pero intoxica. Te invita a perderte en ella. Y se le huye por eso. Aunque no toda es así. Sólo la que suelta luces. Atarantan al sol. A mí me atraen esas magias. Dan cosquillas en los ojos. Me arriesgo por ella.

 

Habitando el horizonte

Las cosas no son lo que parecen. Como los dos caminos que llevan a la casa de la abuela. El de la izquierda es más corto pero veo unos ojos titilantes observarme con ansia. El de la derecha parece más largo. Ése es como un sueño. Uno camina y camina y parece que nunca se llega a ningún lado. Es fácil perderse ahí porque es aburrido y uno se distrae con cualquier cosa. Y se sale del camino. Pero elegiré ése. Quiero caminar sola.

Yendo más allá de todo

Mi traje está roto. Un poco de niebla colorida se me mete. Me siento como charco de agua negra. Pero ya casi llego, y cuando esté segura, podré limpiarme de estas cosas. Abro el portón de la casa. Aún tengo que cruzar su jardín. Hoy parece eterno. Apenas se ve la casa. Llegaría ya de no ser porque en la niebla cosas nuevas se descubren siempre. Como este hombre con acento raro que me habla. Salió del piso. Del pasto bien cortado. Entre las estatuas que mi abuela me cuenta que antes eran blancas.

A mí me enseñaron a no hablar con extraños. Pero el hombre me da curiosidad. No lleva traje de protección. No parece enfermo de nada. Está limpio y su buen olor me llega incluso a través de los filtros de mi traje. Me atrae. Sonríe. Sus dientes son piedras. Algunas de río y otras toscas y sin forma. Los ojos le brillan.

El hombre señala la casa de mi abuela. Ya no hay nadie en esa casa, yo tengo a tu abuela. Te la devuelvo si me das el paquete y vienes conmigo. Eso me lo dice el hombre con su sonrisa que parece no acabar. No le creo. Quiero decir algo pero sólo me sale un croar. El hombre sale de su buhardilla. Se arrastra con los brazos porque no tiene piernas. Deja a su paso un polvo como el de las mariposas negras que infestan la ciudad. No huyo porque no puedo; todavía tengo que entregarle las cosas a la abuela. La niebla se me acerca como buitre hambriento. El hombre salta hacia mí. Me tira al pasto que siento muy mojado aun a través de mi traje. Su aliento empaña mi visor. Su aliento es plateado. Lame mi traje. Me lo sacudo como a un bicho feo y aprovecha para quitarme la #canasta de la abuela. Pero yo soy rápida y fuerte y le arranco el paquete y lo pateo. Sale disparado hacia la tierra y se ríe. Astuta. Niña astuta. Y deliciosa. Me dice así. Yo ya no aguanto. Deja a mi abuela, hijo de la pestilente ceniza que queda después de la niebla, le grito. El hombre hace como que piensa. Luego habla. Te dejo en paz si me acompañas a jugar por acá, niña bonita.


 

La mejor postora

Yo no estoy loca. Los pájaros que salen a cantar por las mañanas están locos. Mis padres están locos. Mi abuela está loca. Yo no. Estaría loca si aceptara jugar con este hombre que odio ya. Le escupo mi respuesta. Yo jamás jugaría contigo. Él no dice nada. Está serio y eso me preocupa, pero hago como que no. Se mete al pasto de donde salió. Cierra la puerta que levantó. Se ha ido. Me acerco e intento abrirla. Debajo sólo hay tierra y gusanos. Siento más niebla conmigo. El forcejeo rompió más mi traje. Pero sé que esto no fue una alucinación. El aliento plateado, como pintura, no se me va del todo del visor. Aprieto los dientes. Antes de correr a la casa, me aseguro de algo. Tiro sobre el lugar del que salió el hombre una estatua cercana. Para que ya no pueda abrir la puerta. La estatua es una mujer con un velo encima. Le falta el rostro. Salto sobre la estatua para que se entierre bien en el pasto. Luego me voy.


 

Se siente que algo sobra

La llave de la casa está debajo del tapete que dice BIENVENIDOS TODOS. Me quito el traje en la cámara de esterilización. Júbilo y asco se quedan en él. El júbilo, siempre; el asco es de ahora por el hombre que se me encimó. Mis manos tiemblan. Los dedos se hacen como tentáculos y siento que mis colmillos crecen junto con unas incontrolables ganas de matar y masticar. Luego sale el gas desintoxicante y todos esos impulsos desaparecen.

La casa huele a rancio. El olor de la abuela. Ya no me molesta como antes. A fuerza de muchos encargos me he acostumbrado. También por costumbre sé dónde encontrarla: su cuarto. Supuestamente, surge de la cama unos cuantos minutos para comer y desechar, pero yo, como ahora, me la encuentro siempre sumergida entre las cobijas de su cama. Enciendo la luz y veo una novedad. No me gusta. El cuarto no es el cubo blanco y aséptico al que estoy acostumbrada. Ahora parece una réplica del jardín. Pero degradada. Hay miniaturas de las estatuas regadas por todos lados. Parecen a punto de derretirse. Mi abuela se aplasta en su almohada al recibir el golpe de la luz. Apenas veo su rostro.

Me acerco, pero no mucho.  Hablamos. Abuelita, cómo estás. Bien. Te traje unas cosas. Dámelas. Espera, no me has dado mi regalo. Cuál regalo. El que siempre me das cuando vengo. Hoy no. Entonces yo no te doy esto.

Pongo la #canasta sobre sus pies y la abro. Adentro hay carne cruda. No sé de qué. Luego frutas en perfecto estado. Luego cuchillos. Luego, un horrible… siento un apretón en mi brazo. Mi abuela se ha levantado y me sujeta con fuerza. Sólo que no es mi abuela. Es el hombre del jardín vestido de mi abuela.

Te comiste a mi abuela, verdad, le pregunto. No, está aquí. El hombre señala el colchón. Hay un hoyo como el que hizo en el jardín. Dame el paquete y ven conmigo, me insiste. Sé que no vamos a jugar; para qué me quieres. Hace una pausa y me dice:

es una sorpresa.

El hombre me jala. Le muerdo el brazo. Me sabe a humedad y a sucio. Suelta un rugido. Noto que del hoyo sale tímida la niebla de colores. Y se me sube. Toso para no inhalar tanta, pero no sirve de mucho. También sale de ahí un grito de mi abuela. Dice mi nombre. Se oye lejos, con eco. Se me abren las pupilas. Escucho a mi abuela de nuevo. No puedo dejar que le hagan nada. Mis papás me castigarían como nunca. Me arriesgo por ella.

 

La furia acorazada

Tengo un plan magnífico. Bueno, confío en tu palabra y voy contigo, le digo al hombre. No te voy a hacer nada malo, me contesta. Sé que miente; sabe que miento. Agarro fuerte la #canasta con una mano y le extiendo la otra. La toma con delicadeza y le da un beso. Gateo sobre la cama hasta llegar al hoyo. Está inundado por los fulgores de la niebla. El hombre me mira, excitado. Saca la lengua, jadea. Saborea lo que viene. Me empuja y caigo hacia lo desconocido. Mantengo la calma porque sé qué hacer cuando llegue al fondo. La abuela y yo estaremos bien. La niebla me inunda. Me siento alegre.~