EL CASTILLO DE IF: Una serie a prueba de balas (o al menos eso aparenta)
Un texto de Édgar Adrián Mora
LA EDITORA MARVEL se convirtió, a finales de los años sesenta, en la posibilidad de añadir complejidad al universo que los cómics habían construido a lo largo de su historia en los Estados Unidos y en buena parte del mundo occidental. A las historias de superhéroes que las casas Detective Comics (DC) y Action Comics publicaban desde finales de los años treinta (y que alcanzaría, en plena Guerra Mundial la friolera de hasta 400 superhéroes con sagas independientes) añadieron elementos que permitieron al medio hacer frente a la crisis de ventas que la inclusión de la televisión había generado en su segmento tradicional de lectores: los adolescentes norteamericanos seguidores de las aventuras de superhombres y seres mitológicos adaptados a los tiempos contemporáneos.
En ese contexto aparece el superhéroe que se convertirá en el consentido de muchos de los lectores de los productos de esta editorial: Spiderman. El Hombre Araña reunía una gran cantidad de elementos que hicieron posible la identificación de los adolescentes norteamericanos en un contexto de cuestionamiento de las maravillas del american way of life: un adolescente con problemas reales en la vida cotidiana; huérfano; perteneciente a una clase media baja que tenía que luchar por el sustento diario; que no era afortunado ni poseedor de dotes que lo hicieran atractivo para las chicas; aplicado en la escuela por necesidad y por confianza en que esto era el camino para obtener un mejor futuro; y lleno de las dudas y conflictos éticos que su condición de superhéroe le imponía (el famoso: “Un gran don IMPLICA una gran responsabilidad” del tío Ben; aunque la frase haya aparecido originalmente en la última caja de narrador de la primera aparición del héroe en Amazing Fantasy [#15, 10 de agosto de 1962]). El título se convirtió en el favorito de los chicos norteamericanos y alcanzó tal relevancia que hoy se mantiene como una de sus franquicias más exitosas.
Esa visión acerca de las posibilidades que abría el crear una empatía muy cercana con los lectores, animó a la casa Marvel a incluir superhéroes que, sin renunciar a su naturaleza sobrenatural, pudiesen encarnar diversos principios y preocupaciones de la época para hacerse más cercanos a sus seguidores. En el año 1972 en que apareció el primer número de Luke Cage (Luke Cage, Hero for Hire, número del 1 de junio) como resultado del trabajo de Archie Goodwin en el guión y George Tuska, Billy Graham y Skip Kohloff en los gráficos, todavía resonaban en las calles de la unión americana los ecos de la lucha por los derechos civiles que grandes líderes como Martin Luther King y Malcolm X habían liderado con resultados fatídicos para sus propias vidas pero, también, con la revaloración de la comunidad negra como parte importante de lo que en ese momento era la sociedad norteamericana. También estaban presentes imágenes impresionantes como el puño enfundado en un guante negro, saludo de los Black Panthers, en el podio de los 200 metros planos en las olimpiadas de México 68; Tommie Smith y John Carlos serían expulsados de la delegación norteamericana de atletismo, pero su imagen perduraría por siempre tanto en la memoria de los negros norteamericanos como de los ciudadanos del mundo.
Marvel vio una oportunidad comercial en estos hechos, de ahí salieron los personajes de Luke Cage y Black Panther. El segundo tenía orígenes esencialistas (un rey negro que obtiene sus poderes a partir de la caída de un meteorito extraterrestre que se une a los héroes del universo Marvel a partir de su primera aparición en Fantastic Four (#52, julio de 1966), tres meses antes la aparición del Black Panther Party, lo que no deja de ser curioso); el segundo, en cambio, es un hombre común y corriente que obtiene sus poderes a partir de la experimentación científica de la que se vuelve voluntario para reducir su condena en la prisión de Seagate.
Y ese fue el acierto de Marvel. Construir un personaje que sería adoptado por la población negra a partir de ciertas características con las cuales podría identificarse sin mucho problema: origen en uno de los barrios más populosos y simbólicos de los negros en New York, Harlem; haber pasado una temporada en la cárcel (estudios realizados por grupos de derechos humanos como American Civil Liberties Union advierten que hay una gran posibilidad de que un negro termine en la cárcel, uno de cada tres en los reportes más alarmantes); actuar al margen de la policía, en tanto ésta es un factor que genera desconfianza a partir de su actuación en apariencia discrecional con los afroamericanos; ser un playboy que conquista a las mujeres que se le antojen; tener una visión ambigua con respecto de lo que dicen las leyes, pero una postura muy clara con respecto de lo que el sentido común indica para la idea de justicia; y, sobre todo, convertirse en un militante con voz poderosa en la defensa de los derechos civiles de su comunidad.
La adaptación que ha hecho Netflix del superhéroe no se desmarca de esta caracterización sino que la actualiza y añade nuevos elementos que lo convierten en un personaje atractivo para las audiencias contemporáneas. La referencia a fenómenos actuales como el gangsta rap, la corrupción de las autoridades sin distinción de color (los villanos de esta temporada son negros y rompen en cierto sentido con el maniqueísmo de la lucha racial), la proliferación de hijos de padres ausentes, la presencia importante y de dominio de muchas mujeres negras en puestos de poder, el respeto al legado que la comunidad negra ha hecho a los Estados Unidos (del soul al rap, pasando por la literatura policíaca rayana en el naturalismo, el dominio de las canchas de basquetbol, la defensa decidida de los derechos civiles en un país que ha insistido en negárselos). Todo eso genera una mezcla de elementos que garantizan la atención de un grupo de espectadores que, con seguridad, pedirán por otra temporada del show.
Y no sólo quienes se identifican con este tipo de cultura se sentirá atraídos. También quienes, más allá de la acción que la trama ofrece, puedan identificar elementos que ayudan a comprender hoy qué es Estados Unidos: la proliferación del crimen organizado y el acceso indiscriminado a las armas; la multiculturalidad que se ha instalado en espacios propios del guetto y que ha cuestionado precisamente esa conformación identitaria; la corrupción política que se instala a todos los niveles sin distinción de color o afinidad política; el contubernio de facto entre autoridades y crimen; la corrupción dentro de los cuerpos policíacos.
Pero no se malinterpreten mis palabras. Luke Cage, a pesar de sus aciertos, no es The Wire. Finalmente ha sido diseñado como un producto de entretenimiento y ahí están los elementos que ayudan a configurarlo como tal: las peleas coreografiadas con cierto aire a las películas y series de gansgsters y policías de los años setenta (de Dirty Harry a Shaft, con paso obligado por las piezas protagonizadas por gente como Charles Bronson), las mujeres hermosas (Simone Missick, Deborah Ayorinde, la presencia inamovible de Rosario Dawson), la música que añade un extra a la producción (la lista de referencias y piezas van de Miles Davis a Wu Tang Clang y a cameos de lujo como el de Method Man, que incluso canta una de las piezas más importantes de la serie) y la lucha aún distinguible entre el bien y el mal.
Para espíritus más curiosos cabrá revisar la manera en cómo la serie aborda temas más serios y relevantes como el complejo de Pedro Páramo existente entre Luke Cage y Willis Stryker, quien encarna al villano de esta primera temporada; de resaltar también es la inclusión de elementos propios del evangelismo militante que mezcla lo religioso con lo político y que aquí alcanza puntos delirantes.
En algún momento, los críticos de los cómics de Superman se preguntaban que ocurriría si con su enorme poder el héroe, más que rescatar gatitos atrapados en la copa de los árboles, se dedicara a derrocar a dictadores y tiranos alrededor del mundo. En Luke Cage pareciera plantearse la misma pregunta pero con una respuesta distinta: el héroe sí se reconoce como parte de la comunidad a la que defiende y, en cierto punto, está dispuesto a inmolarse en aras del bien común. Valores que se respetan no sólo en las calles peligrosas de Harlem.
Nota extra: para entender algunas de las referencias y valores de la cultura negra de los Estados Unidos, les invito a visitar la exposición “MLK. Un sueño de igualdad” sobre Martin Luther King en el Museo de Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México.~
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