Juego de identidades
«Los protagonistas de los reveses que le atormentaban habían sido hombres y estaba decidida a desenmascararlos y enfrentarlos a sus patrañas, descubrir las tretas de su vida paralela». Un cuento de Verónica Ortega
LA VIDA NO había sido fácil. No para ella. Para Rebeca, que había sufrido de dobles vidas desde su primera relación, la figura masculina representaba algo más que rechazo. Los protagonistas de los reveses que le atormentaban habían sido hombres y estaba decidida a desenmascararlos y enfrentarlos a sus patrañas, descubrir las tretas de su vida paralela y conseguir que la verdad floreciera en aquellos matrimonios aparentemente felices, fieles y enamorados. Lo que no sabía era cómo iba a hacerlo. Hasta que volvió a vivirlo de cerca.
Sucedió un jueves por la noche, después de cenar con unas compañeras del trabajo fueron a tomar una copa al pub de al lado. Nada más sentarse le pareció ver al marido de su mejor amiga muy bien rodeado. Al principio pensó que era imposible, que su obsesión por los hombres le hacía ver cosas donde no las había. Sus acompañantes, preocupadas, le preguntaron si estaba bien. En ese momento vio que su él se marchaba muy acaramelado con una joven. Cogió la cazadora y el bolso y salió despidiendo a sus amigas con un simple «os llamaré».
Tenía que confirmar que era él y, al mismo tiempo, pasar desapercibida. ¿Cómo iba a hacerlo? Fuera del local se puso el fular alrededor de la cabeza. La pareja montó en un coche, él conducía. Rápidamente subió al suyo y se dispuso a seguirlos. Avanzaban por la ciudad callejeando, evitando las avenidas principales, eso le daba ventaja a ella, así no les perdía la pista en ningún semáforo en rojo.
Continuó persiguiéndolos a una distancia prudencial durante varios minutos más, hasta que vio el foco de atrás la señal del intermitente a la derecha. Con cautela estacionó el coche sin apagar el motor. Era de noche y las farolas no iluminaban bien la calle. No podía distinguirle pero sí vio cómo se bajó del asiento del conductor y le abrió la puerta a su acompañante. ¡Qué caballeroso!, pensó. Finalmente, le acompañó al portal y se despidieron con un beso en los labios.
Esperó a ver si la silueta le era conocida pero no pudo reconocerlo. Tendría que comprarse unos prismáticos y varias cosas más. En cuanto llegara a casa haría una lista con todo lo necesario. Prismáticos, cámara profesional con buen objetivo, un móvil con una tarjeta prepago, varias pelucas, lentillas que cambiaran su color de ojos y alquilar un coche por horas que pasara desapercibido eran los elementos básicos que tenía que adquirir para seguir con su objetivo.
Por primera vez en mucho tiempo se fue a la cama con una sensación agradable y reconfortante en el cuerpo. Sentía una subida de adrenalina al perseguir a un presunto mentiroso. Le emocionaba poder descubrir a los que llevaban un doble juego con sus parejas y su vida.
A la mañana siguiente, se levantó a la misma hora de todos los días. Salir a correr, pegarse una ducha e irse al trabajo era la rutina que hasta ese momento la mantuvo a flote. Ahora la cumplía con agrado, sin gruñir y, a partir de ese día, cuando terminaba su jornada laboral empezaba su cruzada particular. Hasta ese día se había limitado a llegar a casa y sentirse vacía, pero había encontrado el aliciente que necesitaba en su vida.
Por la tarde, fue al mismo local del día anterior pero no encontró al esposo. Tendría que quedar con su amiga y preguntarle dónde trabajaba su pareja y, de paso, comprobar si ella sospechaba algo. Esa misma noche tecleó en su móvil un mensaje a su amiga. Ésta tenía una ajetreada agenda social y quedaron en verse la siguiente semana. Mientras tanto, con una de las pelucas compradas, la rubia platino, las lentillas de color azul y por tercer día consecutivo acudió al local. Daiquiri en mano, observaba a los clientes del bar en un acto simulado de coquetería, hasta que le vio. Sintió como sus ojos se clavaron en ella. Se sentía atractiva con su nuevo color de pelo y de ojos pero no sabía si la había reconocido. Era él, pero ese día salió sólo del local.
La reunión con su amiga fue tranquila y distendida. Ella no sospechaba nada de su querido cónyuge. Regresó a casa con el propósito cumplido: información de dónde trabajaba el esposo.
Algunas noches, Rebeca se preguntaba si era cierto que para soportar el día a día los humanos necesitaban, en ocasiones, ser otra persona distinta, ¿por qué motivos las personas precisamos ausentarnos de la rutina siendo otro yo?, ¿hasta qué punto es lícito tener una doble identidad? Quería ayudar a más mujeres, no sólo quedarse con el presunto marido infiel de su mejor amiga. Así que puso un anuncio.
«Se ofrece detective privada, especializada en infidelidades, a precio económico. Llamar al número 666780087», rezaba la publicidad que colgó en una página web. A la semana siguiente de publicar el anuncio ya tenía un par de encargos realizados y varios en trámite, lo que no le dejaba prácticamente tiempo para dedicarse al caso de su amiga. Tras varias semanas, sin darse cuenta, Rebeca poseía dos identidades completamente distintas. Aquella otra que perseguía a los hombres con doble vida se había instalado en su la suya. Una segunda vida oculta. Tan oculta que nadie sabía de su existencia. Ella se sentía realizada y feliz. Por el día, llevaba una vida aparentemente normal y por la noche se convertía en la superwoman de las infidelidades, la batman del género femenino y la heroína que quería revelar el verdadero intríngulis de los matrimonios falsos.
A los dos meses de enterarse que el esposo de su mejor amiga se ausentaba de casa durante algunas horas, consiguió obtener las ansiadas fotos que demostraban los hechos. Como en anteriores ocasiones, lo siguió hasta el portal de su acompañante por intrincadas calles. Ese día, cámara en mano, salió sigilosamente del coche y se escondió tras unos matorrales. Por suerte, esa noche, el beso de «buenas noches» fue apasionado y duró más de lo esperado. Tomó las instantáneas con una sonrisa malvada en el rostro y a la vez con tristeza y decepción por su gran amiga.
¿Cómo se lo iba a decir?, ¿la creería? Tras unos minutos de reflexión, contactó con ella para quedar. Al igual que la vez anterior, la citó para la semana siguiente.
Los días transcurrían con sus dos identidades, ya ubicadas en su rutina. Lo normal era descubrir desengaños amorosos o salidas nocturnas con los amigos. Ser travesti o ver porno en un sex shop se contaban en casos aislados. Para el día de la cita, Rebeca intentaba aparentar tranquilidad pero no podía, tenía los nervios a flor de piel. Comunicar a una mujer desconocida que su marido le era infiel era un mal trago, pero decírselo a tu mejor amiga era algo totalmente diferente, bochornoso.
Puntual en la cita, las amigas charlaron con naturalidad como tantas otras veces habían hecho: sus trabajos, amistades, miedos, fobias y aventuras se entremezclaban en sus conversaciones. Rebeca decidió que había llegado el momento de enseñarle las fotos a su amiga. Tras unos minutos en silencio, la rabia hizo que le profiriera insultos; instantes que se convirtieron en horas para Rebeca. Tras la rabia, la impotencia y la tristeza. Las lágrimas recorrían el rostro de su amiga, que, al final, sólo pudo articular un «¿por qué lo ha hecho…?»
Rebeca sabía porque. Todos necesitamos una doble vida, contestó. Se levantó y se fue al baño para ponerse la peluca rubia. Ya no volvió para despedirse de su amiga.~
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