Ante el terrorismo

Ensauo de Álvaro Matud, que recibió el Primer Premio de Ensayo Oxford Analytica.

 

DURANTE LOS 50 años de guerra fría, Europa occidental vivió pendiente de la amenaza del expansionismo soviético. Tras la caída del Muro, y cuando algunos anunciaban ya el final de la historia, la amenaza terrorista ha irrumpido ferozmente en estos primeros años del nuevo siglo. La cadena de atentados desatada desde el 11-S, nos ha hecho añorar ese enemigo claro, concreto y previsible de la guerra fría.

Aunque Europa ha sufrido el desgaste de la violencia terrorista desde hace décadas, el atentado contra las Torres Gemelas sí ha supuesto un cambio sustancial. El terrorismo nacido del fundamentalismo islámico, tras herir el corazón de Estados Unidos, hizo pública su declaración de guerra contra Occidente. A partir de ese momento, Europa fue más consciente de que la amenaza terrorista ya no se limitaba a grupos independentistas, o de extrema izquierda subversiva, que actuaban en un Estado concreto. La amenaza terrorista se había hecho global.

Para describir esa nueva amenaza parece obligado recordar la conocida génesis de Al Qaeda, cuya traducción castellana más admitida es La Base. Como es sabido, Osama Bin Laden fue uno de los organizadores de las guerrillas que lucharon contra la invasión soviética de Afganistán.

Gracias al dinero del gobierno estadounidense, interesado en detener el avance del imperialismo soviético en esa zona, cientos de combatientes musulmanes de diversos países fueron armados y adiestrados para luchar contra el Ejército Rojo. Cuando el enemigo soviético fue expulsado, se había creado una organización para financiar, trasladar y entrenar a musulmanes radicales de cualquier parte del mundo, que estuvieran dispuestos a combatir contra los infieles conquistadores de países islámicos.

Esa organización permaneció latente hasta que la colaboración de Arabia Saudí con la coalición encabezada por EU para la primera guerra del Golfo fue el detonante que llevó a Bin Laden a la lucha armada contra el ejército infiel que se asentaba en las bases saudíes1 y los gobiernos “traidores” que colaboraban con un Occidente “impío” que se embarcaba en una nueva “cruzada”. No hay que olvidar que para las corrientes más fundamentalistas del Islam toda la península arábiga no sólo las ciudades santasson tierra sagrada. A partir de su huída de Arabia Saudí, Bin Laden empezó a reactivar la organización creada contra la invasión soviética, convocando a una nueva lucha, ahora contra el enemigo que se había ido ganando los odios de muchos musulmanes desde el nacimiento del Estado de Israel: Estados Unidos y sus aliados. Pero no quiso formar un grupo terrorista al uso sino que se convirtió en el catalizador de todos aquellos que quisieran participar en esa guerra.

La importancia de Al Qaeda y de Bin Laden más que su protagonismo en atentados terroristas concretos reside en haber inventado la amenaza terrorista del siglo XXI: la red global terrorista y fundamentalista que se ha tejido en torno al Frente Islámico Mundial para la Yihad Contra los Judíos y los Cruzados (al-Jabbah al-Islamiyyah al-‘Alamiyyha Li-Qital al-Yahud Wal-Salibiyyin), formada el 23 de febrero de 1998.2 A diferencia del terrorismo que ha azotado Europa durante la segunda mitad del siglo XX, protagonizado por grupos concretos estructurados jerárquicamente, el terrorismo del siglo XXI sigue las leyes de la teoría de los sistemas en red. Impulsados por Bin Laden, los diversos grupos terroristas que comparten la religión musulmana han entendido que su lucha forma parte de un objetivo común, y que una adecuada coordinación entre ellos puede hacer más efectivos los esfuerzos de cada uno.

Así, Al Qaeda es sólo un nodo que se relaciona con otros nodos cuyos fines son compatibles e incluso sinérgicos, con el de Al Qaeda. Impulsados por Bin Laden, los diversos grupos terroristas que comparten la religión musulmana han entendido que su lucha forma parte de un objetivo común, y que una adecuada coordinación entre ellos puede hacer más efectivos los esfuerzos de cada uno. Sin perder autonomía, cada grupo terrorista tiene un campo de batalla asignado: las repúblicas caucásicas y Rusia; Oriente Medio; Israel; Filipinas; Indonesia; África del Norte; etcétera. El papel de Al Qaeda es ofrecer canales de financiamiento, adiestramiento y orientación espiritual.
Además, se reserva hasta ahora el campo de batalla de los países occidentales, donde ha ido introduciendo células de “durmientes” que puede activar mediante el impulso de militantes comprometidos, entrenados y con experiencia.

Por tanto, la principal aportación de Al Qaeda a este proceso ha sido la definición de un objetivo, un enemigo, un campo de batalla y una estrategia.

El objetivo perseguido por el nuevo terrorismo es conseguir que la población de los países musulmanes se levante en armas contra sus gobiernos no islamistas y proclamen regímenes fundamentalistas.3 Así se realizará la unidad de todos los pueblos musulmanes. Occidente es el gran obstáculo para realizar esa unidad pues aparece como una potencia enemiga, tanto en lo político como en lo moral. La política internacional occidental choca contra los intereses de la unidad musulmana, pues apoya al Estado de Israel y a los gobiernos no islamistas de los países árabes.

Además, la cultura occidental es un gran peligro para la integridad de la fe y las costumbres musulmanas. Este objetivo último es compatible, más aún, se sirve de los otros objetivos intermedios del terrorismo islamista: la independencia de Chechenia, el derrocamiento de las monarquías, la creación del Estado palestino, etcétera.

La estrategia para alcanzar esa meta no es nueva sino que está basada en la del terrorismo tradicional: la espiral de violencia “acción terrorista-reacción de violencia estatal-reacción terrorista reforzada”. Por tanto, el medio para conseguir que esos pueblos musulmanes se rebelen contra sus gobiernos es provocando una reacción occidental punitiva contra los musulmanes, que consiga la solidaridad de todos los seguidores de Mahoma. Siguiendo la misma estrategia, pretenden sembrar el terror en las casas reales de Marruecos y Arabia Saudí, y los gobiernos no teocráticos de Siria y Pakistán, para que las autoridades intervengan con dureza, fomentando así reacciones fundamentalistas contrarias. No cabe pues la sorpresa ante los atentados cometidos en Siria.

El campo de batalla se amplía por tanto a todo el planeta. Allí donde se encuentren intereses occidentales que afecten más a los ciudadanos y lleven a sus gobiernos a tomar medidas belicistas, se encontrará campo de actuación para el nuevo terrorismo. Siempre será ese el objetivo perseguido por lo que es necesario que los atentados afecten profundamente a la opinión pública, bien por la inseguridad de sentir la amenaza en las propias ciudades occidentales, bien por la crudeza de las acciones que se lleva a cabo fuera de Occidente. En este sentido, la presencia de tropas occidentales en los países musulmanes proporciona objetivos cercanos y fáciles para los terroristas. Por eso hemos asistido recientemente a una ola de secuestros-asesinatos de ciudadanos de diversos países participantes en la coalición militar presente en Irak. Es paradigmático el caso de los ciudadanos italianos secuestrados, de los que se pedía un rescate “mediático”: la organización de manifestaciones en contra de la participación de Italia en la coalición. Pero también son un nuevo campo de batalla los propios países de mayoría musulmana que no tienen gobiernos islamistas.

Hasta aquí la somera descripción de la nueva amenaza terrorista con la que Europa se enfrenta a comienzos del siglo XXI. Ahora se trata de investigar cómo puede responder Europa a este nuevo desafío que se le presenta en un momento crucial, cuando acaba de ampliar la Unión a 25 países, cuyos gobiernos acaban de aprobar un Texto Constitucional Europeo.

Como se puede deducir de la rápida descripción realizada, la nueva amenaza terrorista se trata de un fenómeno muy complejo. Por tanto, las medidas que los países de la Unión y esta misma necesariamente deberán abarcar muchos aspectos: desarrollo económico de los países musulmanes; postura política en los conflictos que azotan Oriente Medio; cooperación policial y judicial en la propia Unión; defensa de la libertad religiosa dentro de los límites del Estado de derecho; etcétera. Este artículo se centra sobre un aspecto transversal de la lucha antiterrorista: la comunicación pública.

Y es que todas las medidas apuntadas, aunque necesarias, aparecen como insuficientes ante un enemigo fuertemente enraizado en unas convicciones que le llevan a aceptar hasta la propia muerte con tal de lograr sus objetivos. No se trata, por tanto, de un problema solamente político, policial o económico, por mucho que esos factores influyan decisivamente. Aunque Europa avance en estas cuestiones nunca podrá impedir totalmente los actos terroristas nacidos del fanatismo y el fundamentalismo islamista.4

Sin pretender ofrecer una solución “providencial” fruto de un análisis simplista, se puede afirmar, sin embargo, que para vencer el terrorismo hay que hacer inútil su violencia. Esta es la tesis central del profesor Dershowitz,5 muy influida por el estudio del terrorismo palestino. Sin embargo, sus propuestas concretas discutibles no parecen demasiado aplicables al nuevo terrorismo global, pues éste aparentemente no persigue objetivos políticos concretos. Por tanto, la propuesta que se hace en este artículo se queda sólo en el objetivo menos útil el terrorismo pero difiere en los medios.

Antes de señalar esos medios, resulta imprescindible identificar los objetivos del terrorismo islamista en Europa. Aunque esos objetivos sean siempre parte de la estrategia final señalada anteriormente, no dejan de ser los motivos inmediatos que provocan un atentado concreto, en un país determinado y en un momento preciso.

El desarrollo de los acontecimientos tras el atentado de las Torres Gemelas puede servir para descubrir algunas pautas de la nueva amenaza terrorista en Europa, que parece coto vedado de Al Qaeda, aunque se sirva de elementos provenientes de grupos terroristas del norte de África. El fuerte debate internacional que ha generado en Europa la política estadounidense en Irak no ha pasado inadvertido en Al Qaeda. Así, han aceptado que es muy poco probable la reacción militar de los países europeos a atentados contra sus intereses o sus ciudadanos. Por lo que más que buscar una reacción directa contra países de mayoría musulmana, ven a Europa como un instrumento para tratar de influir en la política estadounidense. Saben que los gobiernos europeos que apoyaron la invasión estadounidense (principalmente Gran Bretaña, España e Italia) sufrieron una fuerte oposición popular y quieren acentuar ese desgaste. Es previsible, por tanto, que haya más atentados en esos países europeos para acabar de socavar la alianza con Estados Unidos.

Pero no sólo tienen una finalidad de intervenir en la política internacional mediante los argumentos de las bombas. También persiguen generar una sensación de amenaza y recelo ante lo musulmán. De la misma forma que buscan provocar una reacción bélica estadounidense que desestabilice a los países de mayoría musulmana, pretenden provocar la radicalización de los millones de inmigrantes musulmanes que viven en Europa. La forma de conseguirlo es provocar la xenofobia de los ciudadanos europeos no musulmanes y las políticas de seguridad poco respetuosas con los derechos humanos, especialmente con el derecho a la libertad religiosa.

Una vez descritos algunos de los objetivos mediatos más importantes del terrorismo islamista en Europa, resulta más clara la actuación de resistencia social que requiere la lucha antiterrorista. Por eso, es necesario que los países de la Unión Europea proporcionen una adecuada información sobre el problema del terrorismo para que los ciudadanos identifiquen claramente al terrorista como el único enemigo. Se impediría así la llamada “transferencia de culpabilidad”6 que se produce en la opinión pública tras los atentados terroristas: se busca un culpable y, al no encontrar más que una abstracción (el terrorismo islamista), se cuestiona a los servicios de inteligencia, las fuerzas de seguridad, el gobierno, etcétera.

Por mucho que el terrorismo islamista se apoye en dramas humanos o en políticas equivocadas hay que repetir sin descanso que el verdadero enemigo son los terroristas. Si sus acciones encuentran apoyo en las legítimas reclamaciones de parte de la ciudadanía europea, nunca se acabará con esta amenaza. Es preciso transmitir a la sociedad que las reclamaciones del terrorismo islamista son mediatas, pues el verdadero objetivo es el ya señalado: la unidad de los hermanos musulmanes bajo gobiernos fundamentalistas que puedan combatir las perniciosas influencias occidentales. No es el enemigo, por tanto, la política internacional de los gobiernos europeos (modificable a través de las elecciones democráticas) ni la religión musulmana (respetable como todas las religiones) sino el terrorismo. El sistema democrático de los países europeos tiene evidentemente fallos, pero hay que impedir que sean aprovechados por los terroristas para conseguir sus fines.

En segundo lugar, hace falta un fortalecimiento de la sociedad civil europea que proporcione un mayor compromiso moral de los ciudadanos con la defensa de los derechos humanos. Si frente a la violencia de los fanáticos hay una sociedad incapaz de mantener sus valores cuando hay que sufrir por ellos, será inevitable que los ciudadanos reclamen de sus gobiernos cualquier medida política con tal de evitar el sufrimiento. Esa actitud de los ciudadanos puede ser fácilmente reconducible por líderes populistas hacia medidas que vulneren los derechos humanos de los inmigrantes o abandonen a su suerte a aquellos ciudadanos de los países musulmanes que sufren también los abusos de los fundamentalistas. De esta forma, los terroristas acabarían consiguiendo sus objetivos en Europa. Hasta hace poco, frente a las amenazas exteriores, los gobiernos solían emplear el recurso al patriotismo como aglutinador de valores sociales. La sustitución de las antiguas formas de amenaza provenientes de otros Estados por la amenaza terrorista global actual, parece requerir reemplazar también el patriotismo por la conciencia moral cívica, como recurso para solicitar el sacrificio de la ciudadanía.

Además resulta necesario preparar a los ciudadanos para soportar los ataques terroristas que inevitablemente se producirán. Esta preparación tiene que proporcionar a los ciudadanos europeos, en primer lugar, una adecuada información del problema del terrorismo. Una buena política de comunicación puede ayudar a que los ciudadanos identifiquen claramente al terrorista como el único enemigo, impidiendo reacciones emocionales producidas por los argumentos en los que se apoyan esos grupos.

Hay que recordar que el factor de la propaganda se considera consustancial al terrorismo, definido como “el uso sistemático del asesinato, el daño y la destrucción o la amenaza de ellos, para crear un clima de terror, a fin de dar publicidad a una causa y de intimidar a un sector más amplio para que satisfaga los objetivos de los terroristas”.7 Por eso, algunos expertos proponen tres recomendaciones para desarrollar una adecuada política informativa sobre el terrorismo: rechazar el neutralismo informativo, entender la naturaleza del terrorismo para poder informar de otra manera y desarrollar un periodismo de precisión que evite la precipitación y ofrezca una imagen tremendista.8

Mejorar la comunicación pública sobre el terrorismo islamista en Europa no acabará con el problema, pero al menos le arrebatará una de sus mejores armas: la propia opinión pública europea.~

 

Notas
1 En una fatwa dictada por Al Qaeda en agosto de 1996, Bin Laden explicó los motivos que, cinco años antes, lo habían convencido de que la monarquía saudí había de ser derrocada: “Por haber desobedecido la ley ‘sharia’; por haber privado a la gente de sus derechos legítimos; por haber permitido que los estadounidenses ocuparan la tierra de los dos lugares sagrados; por haber encarcelado de manera injusta a los eruditos más sinceros… A causa de todas estas medidas, el régimen ha perdido su legitimidad”, y siguió con la denuncia de la profanación de los lugares sagrados mediante prácticas impías y la ocupación por parte de infieles: “Se están presentando leyes hechas por el hombre que permiten aquello que ha sido prohibido por Alá, como por ejemplo la usura (riba) y otros asuntos. Los bancos que hacen negocios con usura se pelean por tierras con los dos lugares sagrados y han declarado la guerra a Alá al desobedecer Su orden. (…) Todo esto está teniendo lugar en las inmediaciones de la Mezquita Sagrada de la Tierra Sagrada. (…) No existe obligación más importante que expulsar a los estadounidenses de la tierra sagrada”. Citado por Gunaratna, Inside Al Qaeda, Hurst and Company, Londres, 2002, pp. 28-29.
2 “No se trata del fundamentalismo islámico ni del islamismo político, sino de la red global terrorista y fundamentalista que se ha tejido en torno al Frente Islámico Mundial para la Yihad Contra los Judíos y los Cruzados, formada el 23 de febrero de 1998. Fue creada por Osama Bin Laden y su red Al Qaeda; Aiman al-Zawahiri, en nombre de la Yihad Islámica Egipcia; Shayyakh Mir Hamzah, en representación de Jamiat-ul-Ulema-e-Pakistan”. Manuel Castells, “Geopolítica de la identidad I”, en La Vanguardia, 26/I/2003.
3 “Nuestro deber, con el que ya hemos cumplido, es incitar a la ‘umma’ para que haga suya la guerra en el nombre de Dios contra Estados Unidos, Israel y sus aliados (…) Es hora de que los musulmanes se den cuenta (…) de que los países de la región no tienen soberanía alguna. Nuestros enemigos recorren libre y tranquilamente nuestros mares, nuestras tierras y nuestro aire. Atacan sin pedirle permiso a nadie (…) En mi opinión existen dos bandos en el conflicto: el movimiento cruzado internacional aliado con el sionismo judío y encabezado por Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel. Y en el otro lado se encuentra el mundo musulmán. Resulta inaceptable que en tal conflicto los cruzados cometan una agresión, entren en mi país y lugares sagrados, y roben el petróleo de los musulmanes. Entonces, cuando tienen que hacer frente a cualquier tipo de resistencia de los musulmanes dicen: son terroristas. Esto o bien no es más que una muestra de su estupidez, o es que piensan que los demás son estúpidos. Nosotros creemos que es nuestro deber legítimo resistir a esta ocupación con todas las fuerzas de que disponemos y castigar al enemigo con los mismos medios que él utiliza contra nosotros” (Osama Bin Laden, entrevista en el canal de noticias Al Jazeera, 20/IX/2001).
4 “El objetivo fundamental es lograr el despertar de las masas musulmanas y esto requiere su plena participación consciente. Por tanto, los levantamientos sociales en los países musulmanes y los ataques a los símbolos occidentales son las formas más accesibles y educativas de lucha en esta nueva fase de la Yihad. Aun así, el arma fundamental en la mente de Al Qaeda es la voluntad de Dios. Por este motivo no tienen dudas del resultado de la lucha, y por este motivo la lucha seguirá eternamente. Porque en este caso, el poder de la identidad es el poder de Dios”. Manuel Castells, “Geopolítica de la identidad V”, en La Vanguardia, 31/I/2003.
5 Alan M. Dershowitz, “¿Por qué aumenta el terrorismo?”, en Encuentro, Madrid, 2004.
6 Maurice A.Tugwell, “Transferencia de la culpabilidad”, en David C. Rapoport (ed.), La moral del terrorismo, Ariel, Barcelona, 1985, pp. 73-99.
7 P. Wilkinson, “La lucha contra la hidra: el terrorismo internacional y el imperio de la ley”, en Terrorismo, ideología y revolución, Alianza Editorial, Madrid, 1987, p. 271.
8 C. Soria y J.A. Giner, “El secuestro terrorista de los medios de información”, en Prensa, paz, violencia y terrorismo: la crisis de credibilidad de los informadores, Eunsa, Pamplona, 1987.