Venturas y desventuras de un dibujante

«El dibujante se despierta en su mesa de trabajo. El despertador del móvil zumba como un insecto en verano.» Una historieta que está dibujando, una novia, una vecina y muchas posibilidades. Un cuento de César S. Sánchez/ fotografía de José Manuel Romera


 

EL DIBUJANTE SE despierta en su mesa de trabajo. El despertador del móvil zumba como un insecto en verano. Solo veinte minutos de siesta tardía, uno más y no pega ojo en toda la noche. Ha soñado con la historieta que está dibujando. En el sueño los colores de los trajes de los superhéroes estaban determinados con todo lujo de detalle. Trata de recordar: el jubón de Lady Celestina era púrpura, no, marrón, no, gris… y la armadura de Mister Quijote plateada, no, dorada, no, cobriza. Es inútil, no se acuerda.

El dibujante reflexiona: en apenas 20 minutos de cabezada mi mente no ha tenido tiempo de resolver el problema, solo de convencerse de que lo había resuelto. El problema sigue aquí y yo tengo que entregar estas páginas antes del fin de semana.

Echa un vistazo general a la mesa: el flexo, los lápices, envoltorios de chocolatina, las hojas de apuntes y bocetos, el taco del guion donde algún espabilado ha olvidado incorporar las indicaciones de color, las viñetas acabadas a lápiz.

El culo de Bambalina le ha salido perfecto. Su uniforme: hábito corto, medias hasta la rodilla recuerda más al de una camarera de un restaurante de la ruta 66, que al atuendo de una novicia del siglo XVII. En el comic, es la amante de Sancho Panza. Alguien debería pararles los pies a los guionistas para variar. ¿Qué tono de marrón darle al hábito? ¿Las medias rojas o verdes? Al menos con el Alquimista, el archienemigo del grupo protagonista, no tendría que quebrarse mucho la cabeza. Según el guion, solo se le ven los pies y los lleva descalzos.

Llaman al timbre de la puerta. El sonido del ding-dong le trae recuerdos de visita de domingo por la tarde a casa de su tía soltera. ¿Quién será? María, no. Ella tiene llave. Músculos entumecidos por la siesta. La gravedad de la silla varias veces superior a la del planeta. Se levanta a regañadientes.

En un estudio idéntico al del dibujante (minúsculo recibidor, baño y habitación donde cama, cocina y mesa de trabajo comparten espacio), que coexiste con aquel desde hace una fracción de segundo, contiguos ambos, superpuestos, aunque separados por el ancho de varios universos, un segundo dibujante, exacto al dibujante salvo por pequeños detalles, decide no ir a ver quién llama. Tiene ganas de acabar la tarea lo antes posible y no está para distracciones.

El primer dibujante (a quien a partir de ahora llamaremos D; al recién escindido, D’) ve por la mirilla a Romina, la estudiante californiana que lleva unas semanas alquilada en el otro piso del rellano.

D abre la puerta. La vecina le saluda y le pide un poco de harina, arguyendo que tiene invitados a cenar y quiere hacer estofado y necesita espesante para la salsa. Inmediatamente, D adivina que se trata de una excusa. Cree adivinarlo en su charla un tanto atropellada. Quiere creerlo, pero el descubrimiento no le tranquiliza. Desde que la conoció en un encuentro casual en el portal, ha pensado muchas veces en ella. El hueco que deja María cada vez que se enfadan y ella decide volver con su novio de toda la vida piensa en ocasiones por él.

La americana es lo opuesto a su amante. Deja un rastro de ingenuidad a su paso. No huele a tinta, ni a tabaco, ni a promesas sin futuro. La invita a pasar. Enseguida, Romina parece olvidarse de sus invitados y el dibujante del trabajo pendiente.

D abre a Romina. Ésta le saluda y le pide un poco de harina, arguyendo que tiene invitados a cenar y quiere hacer estofado y necesita espesante para la salsa. Inmediatamente, el dibujante piensa en María, en la última vez que estuvieron juntos, en sus ojos que censuran y desnudan, siempre listos para la confrontación, y se produce la escisión: un nuevo estudio, un nuevo rellano, otra realidad paralela a la anterior, D origina D1. Acto seguido, ya D1 declara que no tiene harina, que jamás cocina en casa, y cierra la puerta.

D abre la puerta. La vecina le pide un poco de harina, invitados, estofado, harina para espesar la salsa. D piensa en María. Sabe que tarde o temprano regresará y él no opondrá resistencia. Al mismo tiempo, adivina que lo de la vecina es una excusa. Necesita creerlo. Así que, luego de reconocer que no tiene lo que le piden porque nunca cocina en casa, invita a pasar a la estudiante. Romina rehúsa, pero, con su sinuoso acento, le propone comer en su piso al día siguiente. A lo que, el dibujante, D2 esta vez, accede sin dudar.

D abre la puerta. La vecina le pide un poco de harina, invitados, estofado, harina para espesar la salsa,  María. D sabe que tarde o temprano regresará y él no pondrá obstáculos. Lo de la vecina es una excusa, la invita a pasar. Ella rehúsa, pero propone comer en su piso al día siguiente. Al final, D3 rechaza la invitación poniendo como pretexto una reunión de trabajo ineludible.

D4 no abre a la americana. Regresa a su mesa y se concentra de nuevo en la historieta.

Entretanto, el segundo dibujante o primer escindido de D (D’) sigue dando vueltas y vueltas a los colores de los trajes sentado en su mesa. Mientras medita, su mano por su cuenta ha esbozado una cara en una cuartilla, una cara de mujer. Se da un aire a la vecina, la estudiante norteamericana. Romina, se llama. Como Romina Power.

Le hizo gracia cuando le dijo su nombre con ese acento en el que las eses lo abarcan todo. A lo mejor es ella la que hace un rato llamó al timbre. Romina, la hija de Tyrone. Tyrone y Romina y luego Albano. Viñetas como ventanas. Ventanas como celdillas de colmena.

Una mano se posa en su hombro y da un respingo.

—No te asustes, soy yo —dice una voz familiar.
—Joder María, no te he oído entrar. Podías decir que has llegado en voz alta. Un día me va a dar un infarto.
—Oye, ¿esa no es la vecina, la yanqui?

Sin saber por qué, D’ tapa el dibujo con la mano. María se ríe.

—No te sientas culpable. A mí también me gusta. Podrías proponerle un trío.

El dibujante pone la cara que todos los hombres ponen en respuesta a esa petición por parte de las mujeres con quienes se acuestan.

—Lo digo en serio.

No hay contestación. María se sienta a su lado en un taburete y cambia de tema.

—¿Con qué estás?

Ahora D’ puede verla mejor. Lleva leotardos de rejilla y falda tableada y un jersey negro de cuello vuelto que resalta su pecho. Se ha peinado hacia atrás con gomina.

—Con los colores. No tengo ni idea de qué colores voy a ponerle a estos cabrones.
—Cuando no sabes qué colores emplear, utiliza el blanco y negro.

Ya está, lo tengo, se dice el dibujante. Esos eran los tonos que aparecían en el sueño: grises.

—¿Por qué sonríes?
—Porque creo que me has dado la clave.

Revuelve en los cajones hasta que encuentra lo que busca: un muestrario de carboncillos y témperas. Se lo enseña a María.

—Nunca pensé que hubiera tantos tonos de gris.
—Y más, aunque solo utilizaré unos pocos de estos. Solo tienes que mirar las nubes. ¿Me ayudarás con el aerógrafo?

Llaman al timbre otra vez. María se incorpora de un salto y va hacia la puerta. D’ sabe que es inútil hacerla desistir.

—Pasa, pasa –oye decir a su amante–. Entra, no seas tímida.

María se planta con Romina en la habitación.

—Es la vecina. Dice que ha venido antes y que no había nadie. Quiere pedir harina.

D’ piensa en grises y en ellas dos. Un poco más oscuro el rostro de un personaje y su personalidad cambia y con ella la historia, si el personaje es relevante. Las dos mujeres componen un mapa de posibilidades y le apetecería recorrer todos los caminos.

En cuanto a D, está en la cama con Romina (En el caso de D, la americana entra en su piso. Es en los casos D1, 2, 3 y 4 cuando no entra. Luego D sí puede estar en la cama con Romina)no sabemos cómo porqué ella había rechazado pasar pero había propuesto una cena al día siguiente, pero ahora, ahí cuando recibe la visita de María. No lo esperaba, pero lo que ve en los ojos de su amante es decepción.

—Solo he venido a devolverte la llave.
—No te vayas. Aguarda —dice D saltando desnudo de la cama, mientras la americana, con los ojos como platos, se tapa con la sábana sin decir esta boca es mía.

María le tira la llave a la cara antes de salir del estudio con un portazo.

El dibujante vuelve a la cama.

—No es nada —dice y atrae la cabeza de Romina hacia su hombro. Añade: —se le pasará.

Y no lo dice solo por decir o por calmar a la chica. Está convencido de que como todas las otras veces en pocos días la tormenta despejará. Tormenta, nubarrones, gris. Las palabras pasan de largo sin hacerle caer en la cuenta de los colores del sueño. En su historieta el hábito corto de Bambalina será de un tono marrón rojizo.

A D1 le da un infarto esa noche, cuando María posa la mano sobre su hombro, después de haber entrado con sigilo en el estudio. Muere en la ambulancia que le lleva al hospital.

El destino de D3 y D4 es parecido al de D’, personajes grises y relación tempestuosa, aunque cómoda, con María. En todos los casos, el escarceo con Romina dura hasta que ésta se da cuenta de que su novio, al menos ella lo considera así durante un tiempo, está enganchado al drama.

D2 es el único que acaba involucrado en un ménage à trois con la vecina y su amante, pero el triángulo termina como el rosario de la aurora para el dibujante. Es cierto que María deja a su novio de toda la vida, pero para largarse con la americana a Nueva York.

Como dato curioso, reseñar que en las realidades que se derivan de la no visita de María esa noche al estudio, el dibujante, los dibujantes más bien, abandonan el oficio para dedicarse a otras labores, estrechen lazos duraderos con la vecina o no. Ejemplos: agricultor, apicultor, escritor de discursos políticos, mamporrero.

El resto de escisiones presentes, pretéritas y futuras son irrelevantes para esta historia, la cual, paradójicamente, confina los múltiples universos a un insignificante universo de papel. Aunque merece la pena destacar a D’1113, quien, desquiciado por los plazos de entrega de los trabajos y su caótica vida sentimental, un día se calza unos leotardos, una capa hecha con un mantel y un antifaz recortado de una camiseta, y sale a la calle creyéndose un superhéroe. Muere arrollado por un metro convencido de que podría detenerlo con la fuerza de sus brazos.

Como se ve, las posibilidades recorren todo el espectro, del gris ceniza casi blanco, al gris marengo casi negro.~

Notas:

Nota 1: El autor de este texto, D*, es el dibujante que al despertar recuerda los colores de los personajes del comic que está dibujando, que no son grises precisamente. El sueño que ha tenido se parece bastante al relato que acabas de leer. En la línea secuencial de D*, se producen más escisiones, pero éstas no tienen nada que ver con María y Romina, pues para él las dos mujeres son la misma persona. Una persona que en realidad se llama… Bueno, la verdad es que su nombre no añade nada nuevo a la historia.

Nota 2: Si algún lector se pregunta por qué no se producen escisiones en el transcurso de la conversación de D’ con María, la respuesta es que la mujer constituye un agujero determinista. La cualidad más interesante de esos lugares es que conforme nos aproximamos a ellos, la incertidumbre tiende a 0.

Nota 3: El autor pide disculpas por las confusiones a las que pueda llevar la notación escogida.