Las llamas del Olvido

Un cuento de Cecilia Oliveros

 

LA PARCA LLAMADA Caribdis descendía por los Caminos invisibles, con las inmensas alas extendidas, avanzando descalza sobre la arena. Cargaba a un niño dormido, arropado con sus mortajas. Era acompañada por el lobo titán, Werewolf, quien con su aliento apartaba la espesa niebla rodeándolos. Los brazos de Caribdis rodeaban al pequeño, y ella apartaba el cabello de su pequeña frente con el esqueleto de su mano descarnada. El lobo, guiaba a la Parca a través de la bruma perpetua, olfateando a su ama.

Después de un trecho de distancia inmedible, llegaron a un terreno abierto y pedregoso. Sin sol o luna, el único color presente era el gris. La neblina continuaba cubriendo las cercanías y las lejanías.

Frente a ellos, se realizaba un evento acontecido solo casa cuatro o cinco milenios. Una fogata de llamas negras. Una monstruosa, hambrienta, salvaje, incompresible llamarada negra.

El fuego del Olvido.

Las flamas que lo consumen todo.

Docenas de parcas aleteaban por encima u a los lados, alimentándola con el viento de sus alas. Un bosque seco reducido a leños gracias a las zarpas de las furias era su base.

Llamas silenciosas y vibrantes, alimentándose de recuerdos arbóreos.

Caribdis tenía aún al niño en sus brazos. Werewolf aulló. Y su ama, la muerte misma, apareció ante ellos con una larga lista de papel atorada en una tabla de apuntes. Hacía marcas con un bolígrafo.

­—¡Ustedes! —saludó—. Excelente trabajo. Cuéntenme, cuéntenme —reparó en el niño—. Déjalo en el suelo, despertará dentro de poco.

La parca depositó al niño envuelto en mantos raídos sobre el terreno. Lo colocó cuidadosamente usando trozos de su propio vestido para tenerlo cómodo. Mientras ella estaba ocupada en eso, el lobo inició su relato.

«Desesperados, los últimos conocedores de los rituales necrománticos, decidieron intentar la transmutación de almas. Volverse tan malignos, lo suficientemente para ocupar sitio en las cortes infernales, escapando de nosotros. Eligieron con cuidado la fecha, basándose en cartas astrológicas, identificando la posición de astros y estrellas que magnificaran su poder; el sitio, una confluencia de energías terrenales y místicas, localizada a las orillas de un lago. Realizaron sus hechizos y sus votos, comieron cadáveres y maldijeron al Creador. Convocaron al demonio que les daría un bautismo de azufre y ante él, mancillarían un alma inocente.»

Caribdis se puso de pie, y tomó su lugar a la derecha de su compañero lobo. Continuó el relato.

«Esos seis hechiceros necios llamaron a un príncipe demonio. Sin embargo, tomamos su lugar y entramos por el portal, justo como nos lo ordenó, señora. Los hechiceros estaban condenados a morir desde hacía muchos años atrás, y finalmente, los capturamos. Werewolf entró con forma de licántropo, y, muy al principio, lo confundieron con el demonio que deseaban conjurar.»

Werewolf aún estaba emocionado por la cacería.

«¡Cuanta sangre, ama! ¡Cuanta carne! Los muy tontos se inclinaron ante mí. Apenas puse mi pata izquierda fuera de la estrella y el círculo, se percataron de su error. Y cuando una de sus cabezas estalló dentro de mis fauces, mientras su cuerpo descompuesto se hacía polvo, comprendieron la magnitud de su perdición. ¡Mis garras eran más rápidas que sus gritos! ¡Sus hechizos rebotaban contra mi pelaje! Soltaba tales aullidos para hacerlos estremecer. ¡Entonces caía sobre uno de ellos y les arrancaba las vísceras! Nada más que trozos zurcidos de miembros y piel, fáciles de rasgar y machacar.»

Caribdis acarició la oreja de su amigo lobo.

«El clan de los nigromantes podría desprender sus espíritus de los cuerpos moribundo y vagar en el plano inmaterial hasta alcanzar nuevos hospederos. Por tal motivo, no podíamos recolectarlos. Mientras Werewolf desmembraba al clan hasta reducirlos a despojos, yo realicé el hechizo que me proporcionó, mi señora, el Vórtex. Sus almas fueron succionadas a un orbe de vacío en mis manos. Así los atrapé.»

El lobo lamió la mano de su fiel compañera.

«¡Debió estar ahí, ama! Era terrorífica. La oscuridad escurría de sus alas y pies. Los nigromantes enloquecían. El cielo se llenó de negrura, las estrellas y la luna se asfixiaron, el agua misma del lago era en esos momentos espesa brea. Las palabras que salían de su boca se filtraban a sus débiles mentes y les infundían los mayores terrores jamás concebidos. Dos cosas los hacían temblar hasta los huesos podridos: la guadaña de plata y hueso de Caribdis, y el Vórtex, del cual no había escapatoria. Yo destruí sus cuerpos, y ella, encarceló sus almas.»

Una agitación llegó a las alas negras de Caribdis. Abrazó la cabeza del lobo.

«Cuanto miedo y desesperanza, mi señora. Podía sentir el espanto con el cual nos miraban. Aún tienen miedo, aquí en el orbe. Pero no el pequeño, mi señora. Absorbí el alma del chico sin desearlo. El hechizo no me permitía dejarlo en la tierra. Él iba a ser sacrificado ante los demonios, lo contaminarían y volverían una abominación. Llegamos justo antes de que lo intentaran. Werewolf dejó intacto el cuerpo del niño. Mas no fui capaz de evitar recolectar su alma, un alma tan pura, que se separó de inmediato de los seis nigromantes.»

Caribdis le entregó a la muerte el orbe, una esfera de cristal donde podían verse seis manchas de tinta, escurriéndose por la cara interna.

El niño empezaba a despertar. Abrió los ojos, y vio ante sí a un ángel negro, un lobo enorme y a una chica vestida como la dependienta de la tienda de rock y cosas góticas enfrente de su casa.

—¿Dónde estoy? —preguntó él.

—Vamos, arriba —la chica le ofreció la mano y le dio un tirón para levantarlo—¿Cómo te llamas, amigo?

—Adán.

—¿Cuántos años tienes?

—Diez

—¿Qué es lo último que recuerdas?

—Unos hombres malos y asquerosos —respondió Adán, entristecido.

—¿Te hicieron daño?

—Me asustaron mucho

—Tu madre estará angustiada.

—No —Adán pateó una piedrecilla—. Desde que papá se fue, ella siempre me grita que le estorbo. Cuando se cansa de gritar, me pega duro. Hace un día me llevó a una casa desconocida. Dijo que ahora otros se iban a hacer cargo de mí, y se fue. Me quedé solo un tiempo, hasta que los hombres malos llegaron. Me dio mucho miedo.

—Bueno —Muerte tomó la barbilla del pequeño y la levantó para mirarlo a los ojos—. Ya no tienes nada que temer aquí. Voy a dejarte un momento con esos dos enamorados. Ella es Caribdis y él lobo se llama Werewolf. Ya comió hasta hartarse, así que no te morderá.

Muerte concentró su atención en la lista de papel, antes de perderse en la niebla. Caribdis tomó al chico de los hombros y lo subió al lomo de Werewolf.

—Seguiremos a nuestra señora.

Muerte, niño, parca y furia, avanzaban a la hoguera. Adán observó a Caribdis con interés. Parecía una joven simpática que ha estado triste por mucho tiempo.

—Te recuerdo —dijo el niño.

—¿Si?

—Apareciste después de que el hombre lobo saltara del círculo mágico y empezara a comérselos a todos. Les dabas miedo, aunque a mi no, porque me salvaste.

Caribdis giró la cabeza hacia el pequeño Adán. Entre los rescoldos de esos ojos apagados y opacos, se asomó una minúscula brasa de ternura y agradecimiento.

—Eres amable. En honor a la verdad, Werewolf hizo la mitad del trabajo. Los distrajo y debilitó para que yo realizara el Vortex.

—¡Werewolf! —exclamó Adán, agarrando la cabeza del lobo— ¡Los destripaste! Les diste su merecido. Habían dicho que me iban a matar, pero, ¡ya no pudieron hacerlo, porque ustedes lo hicieron primero!

Un vacío vibrante, enraizado en los leños haciéndose cenizas, crecía y agitaba sus brazos y lenguas, voraz. Era una negritud pasmosa, la cual absorbía cualquier fragmento de luz cercano a su aura. El Olvido es algo tenebroso.

Entonces, los carromatos llegaron, jalados por una legión de furias. Bestias terrestres, bestias aéreas, tirando con bozales y cadenas, enormes y macizos vagones de metal y madera, tres o cuatro veces su propio tamaño. Un dragón arrastraba tras de sí una hilera del doble de su longitud.

En los carros había libros, millares de libros, sellados con broches, con candados, unos despedazados, y otros más atravesados de lado a lado con una daga o una estaca. Montañas de libros.

Y las furias se organizaban formando un círculo alrededor de la hoguera. Adán vio a la joven de negro revisando su tabla de apuntes, dando instrucciones tanto a furias como a parcas.

—¡Falta una sección entera de la biblioteca! Dejen su carga y tráiganla, respetando los bloques, sin alterar el orden en que fueron registradas.

Werewolf y Caribdis alcanzaron a su ama, y dejaron a Adán con ella.

—Debemos ir a ayudar.

El lobo se hizo aún más grande, dio la vuelta, y se desvaneció. Cuando Adán quiso despedirse de Caribdis, ella también había volado hacia la hoguera. Se puso un poco nervioso. Pero Muerte lo reconfortó.

—Vaya que eres afortunado, jovencito. Te tocará ser testigo de un evento casi irrepetible. Vamos a tirar a las llamas del Olvido todo el maldito conocimiento de una secta de nigromantes con la cual había tenido problemas desde hacía siglos. Cada que lograba capturar a uno de ellos, tomaba sus recuerdos y saberes para verterlos en un libro. Algunos tenían muy poco en la cabeza, otros demasiado.

—¿Y por qué tenías problemas con ellos?

—Porque querían evitarme. Encontrar la inmortalidad, pues. Revivir a los muertos, y ese tipo de cosas.

—Pero no lo consiguieron, ¿verdad?

—Por supuesto que no. Justo anoche, atrapamos a los últimos. Estaban bien escondidos.

—¿Los que querían matarme?

—Los mismos. Eso me recuerda… Shiva, ven un momento.

Unas alas de hueso y plumas opacas descendieron de las llamas más altas de la fogata, trayendo consigo los restos desgarrados de un manto y una capucha. Se presentó ante la muerte, descubriendo su cráneo, el cual aún tenía adheridos pocos restos de piel facial y cabello. Muerte le entregó la esfera que contenía alas seis almas condenadas.

—Pozo más profundo del infierno. Círculo interno. Entrégaselas al portero, allá sabrá él donde las coloca. Regresa de inmediato.

La parca voló, perdiéndose en la bruma.

—Ya sé cómo se van las almas al infierno.

—¿Te das cuenta? Aún después de muerto sigues aprendiendo.

—¿A dónde iré yo?

—Por lo pronto, a ningún lado. Este trabajo es importante y delicado, y no puedo demorarme más.

—Pudiste haber tirado las almas al fuego.

—Sí, pude. Sin embargo, deben ser castigados un rato antes de quemarse en el olvido. Son las leyes.

—¿Pero no duele ser quemado?

—Cuando algo es quemado por olvido, desaparece. Simplemente desaparece de la totalidad de las consciencias, corazones, historias. Como si jamás hubiese existido. El olvido te traga por completo. Te vuelves menos que una sombra, ni siquiera hay lo suficiente de ti para generar una idea.

—Eso es lo que pasará con esos libros, entonces.

—Borraré a esos magos irrespetuosos de este y el resto de los mundos, en todos los planos existenciales, en cada una de las eras. Yo los olvidaré, y tu también.

Las parcas volaban ya sobre los carromatos. Muerte dio una señal y ellas tomaron los libros que podían abarcar en sus brazos, para lanzarlos al fuego hambriento.

—¡De prisa! ¡No se acerquen demasiado a las llamas! ¡Las quemaduras por olvido son eternas! —y dijo, refiriéndose a Adán— Niño, lo mejor será…

Muerte buscó a Adán, el cual tenía a su derecha. Él estaba ya trepado en un carromato, de pie sobre una colina de libros, extendiéndole a ella un tomo apolillado. No necesitó agregar más. Quería ayudar.

El humo ascendió en espirales sucias. Si uno observaba con cuidado las espirales, fragmentos de imágenes o hileras de frases se dibujaban, reminiscencias de las memorias calcinándose lentamente. Duraba un parpadeo, para luego disolverse. Las llamas del Olvido ni siquiera producían cenizas. Los libros, y los conocimiento apresados en ellos, se bañaron en fuego negro, siendo tragados y desaparecidos. En la base de la fogata caían los libros, y aquellos a punto de consumirse, perdían esencia y materia, haciéndose menos que etéreos, al liberar uno que otro pequeño recuerdo a través de humaredas.

Adán participó entusiasmado en toda la quema. Lanzaba los libros a las parcas para que ellas siguieran volando alrededor del fuego, guiándolas hacia aquellos aún medio llenos, rebuscando en el fondo de los carromatos por páginas o tapas sueltas, usó una tiza para señalar aquellos ya vacíos y le indicaba a las furias cuáles serían remolcadas de regreso. Con una vara larga, rodeó las lamas bastantes veces, detectando libros a medio quemar, incluso fue secretario de Muerte, sosteniéndole sus listas y papeles mientras ella supervisaba o daba instrucciones.

Las llamas estuvieron a punto de salirse de control en varias ocasiones. Dos o tres parcas, las más expuestas, casi pierden la mitad de un ala por exhalaciones violentas e impredecibles que las tomaron por sorpresa. Las furias se alteraban y lanzaron gruñidos nerviosos. La cantidad de memorias y conocimientos almacenados en esos folios era abrumadora, por lo que las llamas del olvido se alimentaron en demasía, logrando crecer mas allá de los límites previstos por la muerte. Al pasar el tiempo, mientras los libros se consumían y perdían, las llamas fueron disminuyendo y tranquilizándose. De una en una, las parcas y furias se retiraron a sus otros deberes. Ya quedaban muy pocos testigos de las últimas flamas negras lamiendo los restos de portadas y maderos carcomidos. Sin embargo, aún era llamas del Olvido, y seguían siendo peligrosas e impresionantes.

Muerte y Adán estaban sentados, tomando un refrigerio, observando las llamas del Olvido a una distancia segura. Ella tomaba café en un vaso térmico con tapa, y él una caja de jugo de fruta con pitillo. Entre ellos, una bandeja con comida y golosinas.

—¿Nos tenemos que quedar hasta que se apague por completo?

—Será un aburrimiento atroz, pero si, así debe ser. Si una de esas chispas llega a tener contacto con algo que pueda consumir, crecerá y volverá a adquirir fuerza. Y déjame decirte que puede consumir cualquier cosa, la más insignificante bastará para reanimarlo. Un incendio de Olvido es lo peor que puede ocurrir. Desaparecen porciones enteras de la realidad. Ni siquiera los dioses pueden recuperar lo perdido.

—Espero que eso nunca pase.

—Yo espero que nunca pase de nuevo.

—¿Ha ocurrido antes?

Muerte le respondió con otra pregunta.

—¿Quieres otro sándwich?

Adán entendió que de ese tema era mejor no hablar, así que lo dejó por la paz.

—No, gracias.

—¿Más jugo?

—Así estoy bien.

—Pásame otra galleta —Adán le acercó una bolsa metálica abierta en un extremo—. Ahora que estamos a punto de terminar con esto, pasemos a otra materia que requiere mi atención. ¿Qué rayos voy a hacer contigo? En otras circunstancias, te enviaría a reencarnación, nacerías de nuevo. Borrón y cuenta nueva. Pero, ya que me has prestado una importante ayuda —ella le guiñó un ojo, sonrojando a Adán—, haremos una excepción. Te concedo la oportunidad de elegir que serás en tu próxima vida.

—¡Un astronauta! ¿O puedo elegir ser un animal, como un dinosaurio?

—Nunca hubiese pensado en que alguien reencarnaría como un dinosaurio astronauta, pero no veo porqué no. Aunque lo más práctico sería que eligieses en primera, una especie. Recuerda que nacerás como un bebé, y sospecho que ser una cría de dinosaurio no será muy divertido.

Adán se rió espontáneamente, de forma infantil y alegre. Pensó, mientras terminaba el contenido de la caja de jugo.

—Mi abuelita decía que los que eran buenos, al morir se hacían ángeles. ¿Puedo ser un ángel?

—Awww, cariño —respondió Muerte dulcemente—. Eso ya lo eres. Permíteme.

Muerte se inclinó para alcanzar la espalda del niño, rasgando su camiseta con un firme jalón. Las dos alas, alas hermosas, de plumón blando, brotaron de su espalda, en un solo instante, con la velocidad de un latido del corazón.

—¡Cielos!

—Exactamente, Adán, cielos. Para allá vas.

—Pero no se volar.

—Eso tiene solución. Caribdis, dale un empujón a Adán.

El cuervo y el lobo aparecieron nuevamente entre la niebla. El cuervo se volvió una parca, y el lobo se recostó al lado de Muerte.

—Ven.

Caribdis extendió su mano de hueso hacia el niño, quien la tomó sin ningún tipo de recelo. Las alas de ambos, se extendían y encogían en sincronía.

—Déjalo en la entrada, conoces el camino. Regresa de inmediato, mientras esas endemoniadas llamas no se consuman, estaré intranquila. Werewolf se quedará conmigo, daremos otra vuelta alrededor de los restos de la hoguera.

El lobo aceptó tener a la muerte sobre su lomo, en incluso silla y riendas. Las últimas palabras de Muerte a Adán fueron:

—Salúdame al jefe.

Caribdis ascendió, tomando a Adán consigo, y las alas se batieron con energía. El niño sentía dentro de sí una cálida e intensa alegría, llenándolo de amor, un amor que rezumaba a través de su mirada a la parca que lo llevó a los Caminos Invisibles. Ella lo había salvado, no dejaba de pensar. Ella lo apartó del dolor y de la maldad. Pues ella, en lugar de darle una vida que resultó espantosa, le dio la muerte, una muerte liberadora. Caribdis fue más madre para él que cualquier persona viva que conoció.

Aferró el esqueleto de su mano, y ella lo sujetaba con cariñosa preocupación. Le proporcionaba indicaciones, sobre enderezar la espalda, o sentir las corrientes de aire a través de las plumas.

Y la niebla se fue adelgazando, mientras los dos seguían en perfecta vertical hacia las esferas superiores, y entraron en una luminosa claridad, donde Caribdis ya no arrastraba a Adán, si no que ambos, parca y ángel, volaban juntos, tomados de la mano.

Llegaron a las nubes de diamante, frontera de los mundos de luz.

—Ya no puedo avanzar más —dijo Caribdis—. Este es tu hogar ahora.

Adán estrechó la mano descarnada de Caribdis, quien tampoco lo soltaba.

—No quiero dejarte todavía. Te voy a extrañar.

Adán lloró. Sus lágrimas eran cristalinas y abundantes, olían a pena sincera y añoranza. Caribdis tomó una de esas lágrimas con los huesos de su mano.

—Tranquilo, puedes regresar.

—¿Me lo prometes?

—Hay… ángeles… ángeles que nos ayudan. Emisarios de los poderes altos que imparten sentencias. Ellos vuelan por los Caminos Invisibles.

—Entonces seré uno de ellos, y volveré para encontrarlos, a ti y a Werewolf.

Adán se elevaba entre la luz, sin liberarse de Caribdis, y ella tampoco se apartaba de él, sus dedos se deslizaban en la mano del otro, con el dolor de la separación.

—Nos encontraremos —se despidió Caribdis—. Eternamente estaremos aquí. Volaremos juntos, Adán el Ángel de la Muerte.

Ella se sumía lentamente en la bruma, a la grisácea niebla de los niveles inferiores, a la vez que Adán subía a las nubes doradas de los planos celestiales.

Adán oía y sentía cosas mas allá de lo que podía entender. Dio un último vistazo a la niebla abandonada bajo sus alas.

Con claridad y felicidad inmensas, descubrió que podía ver todo.

No más oscuridad o penumbra. No más sitios ocultos. Podía ver los pozos infernales en la boca de volcanes, más allá, en las profundas lejanías. Podía ver la tierra y a los hombres y sus obras sobre ella. Podía ver los astros viajando en el cielo infinito. Podía ver los Salones Imperecederos, el Banquete Perpetuo, los Campos Floridos.

Pero, lo que más le interesaba, y lo que más llenó de gozo su alma, es que podía ver a Caribdis. Caminando a la derecha de Muerte, con su guadaña de plata y hueso, acompañada de Werewolf, el lobo hombre, feroz como siempre.

Caribdis y Werewolf levantaron el rostro. Adán comprendió que ellos lo observaban a él.

Se volvería un Ángel de la Muerte, un verdugo celestial, un emisario de justicia divina. Tomaría tiempo, pero eso no era ya un problema.

Mucho se ha dicho y dirá de los Caminos Invisibles. Algunos son insondables, otros nítidos. Nadie sabe lo que encontrará al entrar en ellos. Para ciertas personas será el inicio de una travesía, de un calvario, de un redescubrimiento,

Y otros con suerte, regresarán a casa.­­­­­~