Una ráfaga japonesa
Por Andrés Margolles
Por Rok Alcántara /fotografía Andrés Margolles
Por Rok Alcántara
«Leer para culturizarte, ser la mejor, inglés, información digital, alemán y euskera, contactos sociales, escribir, prácticas en verano, Facebook, ir al cine (descuento de estudiante), actualizar el estado de Twitter, salir de fiesta y arrugar sábanas nocturnas, probablemente, desconocidas.» ¿Dónde nos llevan las notas de los viajes donde somos felices?
Estoy parado frente al televisor, veo a los alemanes alzar la copa y me dan ganas de aplaudirlos, pero no, si los aplaudo pueden empezar a temblarme las manos y hasta se me puede escapar alguna lágrima. Igual, los aplaudo, pero poquito. Son justos campeones, hicieron un poquito más que Argentina, justo ese poquito más que justifica la cuarta estrella. Mis felicitaciones a todos los alemanes. A todos los demás, que no son alemanes y que nada tienen que los una a esa camiseta que es, le pese a quien le pese, una bandera, y festejan esta copa como propia, sépanlo, son unos pechos fríos.
Por un accidente geográfico (me enamoré de un jujeño), terminé cambiando mi residencia de México a Argentina (me casé con el jujeño en cuestión), y les guste o no, si el fútbol tiene alguna capital, esa es Argentina. Debo aclarar que yo jamás fui, soy, ni seré aficionada al fútbol, y tampoco creo, que Borges me perdone, que todos los fanáticos sean idiotas: le tengo mucha fe a la inmensa capacidad humana para la idiotez, sin importar raza, credo, preferencias sexuales ni nada. Lo que quizá me molesta un poco es el fervor fanático de algunos que profesan el fútbol como una religión de segunda mano, o a veces también como una segunda patria que los convoca, no nada más cada cuatro años que hay una Copa del Mundo, sino casi cada semana, cuando su equipo se disputa un partido en la cancha local. México es un país futbolero, pero el nivel de fanatismo que yo he visto en Argentina no se compara con nada. Quizá lo más cercano sean las hinchadas regiomontanas, que pese los descalabros de Tigres y Rayados siguen portando con gran orgullo la camiseta y haciendo un proverbial desmadre en Monterrey cada que se enfrentan uno contra el otro.
El cinco es el jugador del equipo encargado de distribuir la pelota, es el faro alrededor del que giran todos los demás, es el responsable de que la de cuero llegue limpia, rodando, con ventaja para que los delanteros encuentren el camino hacia el arco.