Un sadomaso predecible

«Después de acabarme la comida china y al final del partido me di cuenta de que el azote en el trasero de María no correspondía a mi perfil. No se puede ir por el mundo soltando respuestas que nadie se espera.»


 
ESTABA YO ESFORZÁNDOME por no quedar en ridículo en plena faena cuando de repente María, con las mejillas coloradas y sin aire, me dice:

—¡Haz algo, cambia!
—¿Qué? —pregunté completamente a contrapié.

Estaba concentrado en mi objetivo y en el vaivén que tenía que mantener.

—Sé original, cambia, ¡haz algo nuevo! —volvió a decir entre jadeos.

Yo me quedé en blanco durante dos segundos. Detuve el vaivén intentando procesar la petición que me hacía. Lo primero que recordé fue que para innovar había que hacer algo distinto a lo que siempre hacemos. No se me ocurrió otra cosa que recurrir a mi cultura porno y darle un azote en el trasero. Fue un buen azote: fuerte, directo. Me ardió la mano y, supongo, que a ella la piel, porque instantes después yo me estaba sobando la cara. Del azote en el trasero saqué yo uno en la mejilla. Eso es lo que sucede por salirse de los cauces habituales, por no ser predecible.

Cambiar es dejar de ser predecible, y dejar de ser predecible jode, y mucho. En nuestra ambivalente personalidad, cuando alguien nos dice: «Qué predecible eres», no lo tomamos como un cumplido, al contrario, es un insulto. Cuando alguien cambia ―si el cambio es muy rápido y por sorpresa― nos hace reaccionar de forma negativa. Por el contrario, si el cambio es tan lento que no nos damos cuenta, no solo no reaccionamos de mala manera sino que lo aplaudimos.  ¿Y por qué? Asociarnos a lo predecible es decirnos que somos aburridos, y nadie quiere ser frío, gris y simple, alguien que no se quiere divertir. El problema es que lo somos. Somos predecibles. Hay estudios sesudos que lo confirman: en nuestra vida diaria no nos movemos en un rango mayor a 8 o 10 kilómetros. Eso no es problema podría pensar, 10 kilómetros cuadrados es un universo de opciones. A parte, si yo vivo en el sur y trabajo en el norte ¿para qué carajo quiero ir al este, o al oeste? La mente humana resuelve los problemas con patrones, dice otro informe sesudo. Una vez resuelto un problema siempre vuelve a aplicar la misma solución: el café, en ese bar; la cerveza, en aquel otro. Si nos gusta la película x es probable que también nos guste la z; y si nos gusta el escritor tal también nos gustará cual. Sin olvidarnos de las rubias, las morenas o las coloradas. «Oye, me acabo de hacer amiga de una colorada, que sé que te gustan, el viernes te la presento». Y todo esto está perfecto. No podemos cambiar de gustos cada dos por tres. Ni mucho menos de patrones de conducta. Si alguien suele ser ecuánime, tranquilo, y nunca contesta mal, el día que lo hace, cuando pega un grito, por ejemplo, nos saca de lugar. No cuadra la respuesta con la persona. ¿Entonces por qué nos jode que nos digan que somos predecibles si en la práctica no nos gustan los impredecibles?

Después de ponerme hielo en la mejilla y de llamar por teléfono a María, que salió corriendo de mi pequeño piso de estudiante (a pesar de mis cuarenta y muchos años) sin que le pudiera explicar nada, seguía dándole vueltas al asunto. Llegó la noche y con ella el hambre. Pedí comida china, no me gusta la japonesa, y abrí una cerveza, no me gusta el refresco. Prendí la televisión en mi canal favorito, había lo que esperaba: una película de acción y nada de tele-realities. Abrí el Facebook para ver si la veía conectada y apareció publicidad del último libro del autor que siempre compraba y que había indicado que me gustaba vía like. Y es que sé que estoy catalogado como «cuarenton-que-se-alimenta-de-comida-rápida-bebedor-de-cerveza-lector-de-novela-policiaca», o el típico consumido mainstream estándar. Ahí caí en la cuenta: nos jode ser predecibles porque la gente lo sabe y lo utiliza. Y nos jode que nos manipulen.

Piénselo bien. Si te regalan el disco de tu cantante favorito, te gusta, claro está. La persona que lo hace acierta y se logra un tanto (que en algún momento querrá «cobrar»). Las empresas hacen igual, y sabemos  que tenemos un perfil donde nos encajonan y en el que entramos perfectamente. Por eso es que el iTunes me daba siempre recomendaciones bien chingonas. Todo esto no se le escapa a nadie. Todos lo saben. Todos encajamos. Hasta los indies tienen un prototipo para ser indie. Vaya putada, no hay nada nuevo bajo el sol.

Terminó la película y aún tenía la mitad de los rollitos primavera que había pedido. Cambié a mi segundo canal preferido y llegué en el instante mismo en que Iniesta le metía los tacos en la espinilla a Pepe. ¿Pero Iniesta –pensé–, como vas con los tacos por delante?, tú no eres así. Déjale eso al Pepe, que es el cerdo. El mundo al revés sería una locura. Necesitamos que todo y todos sean predecibles. No podemos imaginar a Bush Jr., haciendo conferencias de paz, a Paulo Coelho escribiendo literatura o a Cristiano Ronaldo siendo Messi. Y no queremos. Sería realmente catastrófico, una paradoja de esas que terminan con el universo, o por lo menos nuestra sentencia de aislamiento social. Si soltamos una manzana esperamos que caiga en la cabeza de alguien. Si un político habla esperamos escuchar palabras sin sentido. Eso es ser coherente, y ser predecible. También es orden en el mundo.

Después de acabarme la comida china y al final del partido me di cuenta de que el azote en el trasero de María no correspondía a mi perfil. No se puede ir por el mundo soltando respuestas que nadie se espera. El aislamiento social al que seríamos sometidos comenzaría con una frase; no solo no eres  predecible sino «eres bipolar». Con perdón de los que sufren esta enfermedad, pero a nadie le gustan. Lo peor de todo es que a mí el azote me gustó, pero después de muchos años de fabricarme la imagen de cuarenton-que-se-alimenta-de-comida-rápida-bebedor-de-cerveza-lector-de-novela-policiaca me di cuenta de que realmente sería muy difícil pasar al sado-maso. Simplemente no puedo ser o hacer algo distinto a mi identidad fabricada. Una cosa es ganarme un mejilla roja y otra que la sociedad me sentencie y ser un renegado por ser volátil e impredecible. Estaba claro que con María no había posibilidad de cambio, ya me había encasillado, y proponer algo sadomaso en vez de «el misionero» me hacía muy impredecible. ¿Qué podía hacer? Necesitaba volver a nacer, que nadie me pudiera reclamar que lo que hacía era impredecible. Y vi la luz. Lo único que queda es ser consecuente con la imagen que uno se crea: decidí abrir un nuevo perfil en Facebook y en el portal de citas. Gustos: sado-maso. Sonreí, ahora sí, una vez creada la nueva personalidad sería y haría lo predecible.~