El teatrero
Un texto de Octavio Manriquez
TODO FUE CULPA del maldito teatrero hijo de puta… y de sus ideas que envenenaron mi alma y causaron furor en mi corazón, que me hizo amar el arte pero odiar a los artistas. Que fue el primero en enseñarme a conversar con las imágenes, a soñar con las canciones, a buscar un carajo en los libros. Porque un día me dijo que para hacer arte sólo hace falta estar loco, y ahora me doy cuenta que no sólo no estoy loco sino que encima estoy enfermo.
Que por sus palabras me hizo amar a dios, pero en el fondo no creer en él, que me hizo contemplar el arte como el océano, que me hizo escribir cartas de sal junto a la costa, buscar palabras entre la arena del desierto, a admirar a los hombres que inventan, delirantes. Fue por su culpa que no llorara al ver el cuerpo de Medina, tumbado en Insurgentes, con decenas de casquillos regados por el pavimento, pero que me invadiera la tristeza cuando se secó la magnolia sobre la tumba de mi padre.
Y encima la noche tan espesa, tan sofocante _con su levedad monstruosa_ sin un aullido siquiera que apacigüe mis quejidos. Y mis miedos que se sienten como agujas por mi cuerpo, perdido en el oscuro bosque. Y de nuevo el desengaño de saberme corriente, sin motivos para esta tribulación, ordinario, vulgar, con patéticas palabras y protestas ramplonas. Y de nuevo me levanto, incapaz de caer hasta el fondo y perdido entre calles que no existen. Que nunca seré como el poeta, que es espada, y ni siquiera la piedra en que se afila.
Y encima fue él quien me enseñó que se ama con las manos. Que el astuto Ulises desairó no una, sino dos diosas porque lo esperaba su esposa. Me hizo entender que ahí, en los brazos correctos de la mujer correcta, no pude sino abrazarme a mi cobardía y luego atormentarme con las lágrimas de tan vehementes ojos. Tan ansioso estaba de verter mis penas, que no pude ver; tan absorto, que no pude oír; tan estúpido, que no pude sentir. Y ahora yazgo penitente con las alas rotas y el corazón encadenado.
Que por sus palabras, me hizo injuriarlo hasta el hartazgo. Frente al espejo. La negra saliva que emana de mi boca es sólo el vómito de un miserable carcomido por la envidia y la desolación. La enfermedad se disemina. Porque cada día escupo oraciones sin sentido, y cierro los ojos y siento la náusea y los abro y miro la niebla y corro pero no me muevo y lloro pero las lágrimas no brotan, y lo llamo pero mi voz no se oye.
Si no me he suicidado es porque sé que me voy a morir de todos modos, o quizá tengo miedo, o quizá tengo esperanza, o quizá tengo pereza… todo fue culpa del maldito teatrero hijo de puta.~
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