Dar las buenas tardes
Un texto de Jorge Jaramillo Villaruel
NO HAY NADA más odioso que aquellas personas que dicen «un vaso con agua» y lo tratan de justificar diciendo que el vaso no es «de agua», que «es de vidrio». No saben lo estúpidos que se oyen. Mucho más que los retrasados mentales que te desean: «adiós, buena tarde». Mucho más que los adultos que leen los libros de Harry Potter en el metro como si tuvieran ocho años.
Ya me los imagino en el restaurante, pidiendo una copa con vino, o en el mercado cargando un costal con papas. Destripándose los granos con grasa que les decoran la cara. Pidiéndole a su mamá que les sirva un plato con sopa o un caldo con pollo.
Quisiera matarlos.
Cuando mi jefe me ofreció llamó a su oficina y me ofreció «un vaso con agua», traté de contenerme pero no lo conseguí. Abrí el diccionario que tenía en su librero y se lo puse frente a la cara, señalándole con el dedo medio una de las acepciones de la palabra de, que se refiere al contenido de un recipiente.
—¿Puedes leer eso? —le dije, alzando la voz— ¿O no puedes?… Idiota —añadí por lo bajo.
No iba a tratar de explicarle lo que es una sinécdoque; si no podía comprender algo tan elemental, menos iba a entender esto.
Por supuesto, fue mi último día en el trabajo. Era inútil contratar un abogado. Acepté la miserable compensación por media década de servicios y me largué con el orgullo herido.
Me encontraba libre al fin. Pensé que podría retomar mi vida donde la había dejado, pero no iba a ser posible. Todavía, después de todo este tiempo, a veces mi exjefe se me aparece en los sueños y me dice las odiosas palabras: «vaso con agua». Invariablemente, cuando despierto después de ese sueño, sé que será un mal día. Es un presagio. Es un fantasma maldito que no me dejará en paz nunca. ¡Quisiera poder matarlo otra vez!~
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