Conejo: eres mi Luna de placer
Un cuento de Durante
Para Ann
DESPERTÉ CON HAMBRE y hace cinco meses que no hablaba con Dorian. Nuestro adiós fue tonto, absurdo. Cuando dejamos que nuestro ego sea, la escucha desaparece, reaccionamos por impulso igual que animales heridos. Esa noche me costó trabajo conciliar el sueño. Me dijo que se iría, yo le respondí que ni pensara que lo buscaría. Él afirmó que estaba consciente y colgó. Se me quebró la voz y por soberbia me propuse olvidarlo.
Conforme los días fueron pasando, en mí iba creciendo la calma y con ella la reflexión. A veces la distancia nos acerca. Y eché de menos nuestras conversaciones, sus detalles y el firme interés que mostraba porque yo estuviera bien a pesar de saber que yo pensaba en otra persona.
—Te odio sin condiciones y convencionalismos —me dijo seguro de sí, una madrugada en que conversamos hasta el amanecer—. Eres libre, y yo soy responsable de lo que decido entregarte. Quien bien ama da, y en ese acto se ama así mismo, crece.
Me gustaba su entrega y su paciencia conmigo cuando me sentía mal. Por ejemplo, una vez llegué a casa estresada y molesta: al chico que me gustaba le había importado una mierda el esmero del regalo que le di por su cumpleaños. Le mandé un mensaje explicándole lo ocurrido. Tardó media hora en responder, más bien en llamar.
—Tú tranquila yo nervioso —oí en su voz un tono tranquilo y alegre—. Para todo y para todos hay un tiempo universal. Bueno, no. ¿O sí? Bueno, quién sabe. Siento lo que te pasó, pero pues relax. Piensa en todo lo que has logrado y te vas a dar cuenta de la extraordinaria persona que eres. La mayoría de los hombres somos idiotas y no nos damos cuenta de lo valioso cuando lo tenemos frente a nosotros. Además acuérdate que los conejos son mágicos porque saben saltar a la Luna.
Me hizo reír mucho en aquel momento, y acepté optimista las circunstancias. Dejé que el agua tibia de la regadera me relajara. Después me recosté a oír música, mientras conciliaba el sueño.
Dorian cantaba Amor Papaya, de Carlos Sadness, en voz baja. Mirábamos las estrellas, sentados en una azotea. El cielo negriazulino de la ciudad estaba despejado. Fresco soplaba el viento. Me apretó la mano y oí: ¿Por qué no te quedas a dormir entre el espacio que hay entre las líneas de mis manos? Volteé. Olía a manzana. Me agarró de la barbilla, acarició mi labios y deslizó sus dedos por mi entre pierna. Me estremecí. Lo besé nerviosa. Suspiré, gemí, susurró: ¿Por qué no me invitas a acampar entre el espacio que hay entre las líneas de tus labios? Recorrió mi cuello con la punta de su lengua. Aumentó mi respiración. Sudando abrí los ojos y sonreí.
Fui al trabajo y ahí hablé con Karina, una de mis mejores amigas. Se carcajeó de lo que le conté. Y llegamos a la conclusión de que Dorian estaba más presente en mí de lo que creía. No siempre tenemos lo que deseamos, sino lo que necesitamos. Cuando conocí a Dorian yo pasaba por un momento de oscuridad solitaria interior. Es decir, de depresión. Su acompañamiento virtual me ayudó a levantarme, a tener un pensamiento más positivo. Él había pasado por una temporada similar.
Antes de Navidad Karina notó que yo estaba decaída, le expliqué la razón.
—Eso te pasa por indecisa y miedosa —me gritó en la cara en tono socarrón—. Deja de hacerte mensa. Búscalo y habla con él. Al menos así estarás tranquila contigo misma. La soberbia te impide disfrutar de aquello que te pone cool.
Medité en sus palabras y la idea que tenía de cómo damos valor a cada persona con la que convivimos. Anhelar poseer para ser, es un autoengaño. Quería el bienestar, la seguridad y el gozo que proyectaban quienes me atraían, y me olvidaba de algo importante para el desarrollo de uno mismo: aceptación propia.
La posibilidad de un rechazo contundente me ponía a temblar y a tartamudear, al practicar lo que le diría. Tal vez resultaría complicado empezar de nuevo. En la ausencia uno también encuentra. Aun así tenía que intentarlo. Además, el enterarme de la muerte del papá de Karina fue un golpe rompecostillas que me devolvió la valentía. Todo tiene un final.
Le llamé.
—Hola, ¡qué sorpresa! ¿Qué ha pasado contigo? Oye, disculpa por haber sido tan arrebatado y haberme ido. En serio, fue una bobada. Y malinterprete todo.
—Lo sé. Yo también quiero disculparme contigo. Te extrañé. Y ocurrieron cosas que me hicieron darme cuenta de lo que aprecio. Vamos el martes al cine.
—Me pone súper cool que hayas vuelto, y la idea de que podamos seguir en contacto. Quizás en otro momento, ahora estoy saliendo con alguien. Y aunque sabe de lo que pasamos tú y yo, ha estado conmigo.
Charlamos poco más de dos horas. El tono de su voz era apacible y alegre. Renuente colgué.
Tu corazón es un lugar que nunca podré entender, recuerdo al estar triste. ~
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