Cinco a cuatro

Un cuento de José Antonio Lizana A.

 

LA VIDA ES bella a los diecisiete años y también es puro fútbol. A esa edad me levantaba pensando en la redondita de cuero y no me dormía hasta que contaba todos los pósters de los cracks que tenía pegados en mi habitación. La pelota estaba primero, segundo, tercero, y los estudios mucho después.

Mi camiseta favorita era la “10”, esa que se calzaban el “Pipo” Gorosito en la Católica, la “Bruja” Aredes en la “U” y el “Diablo” Etcheverry en el Colo. Y me dejé crecer la chasca para dármelas de rebelde, pero también para alcanzar algún parecido con estos monstruos del Campeonato Nacional.

En los recreos del Liceo Darío Salas, pateábamos los botes de yogur, las tapas de las bebidas y todo lo que pillábamos en el patio; y las dos horas pedagógicas de Educación Física las convertíamos en un partido de dos tiempos de cuarenta y cinco minutos. Yo no era ninguna maravilla con la pelota en los pies, pero tampoco era torpe. El tiempo ha pasado, pero mi compadre “Churejas” todavía se acuerda de mi especialidad: la pegada de zurda con borde externo y con efecto.

En la cancha de tierra nos desparramábamos de a cinco por lado. Por  mi equipo estaba el Alain Lillo, el Eleazar Silva, el Rony Bórquez y el Pablo Arellano; y por el otro, el Mauricio Benavides, el Sebastián Cubillos, el Rodrigo Díaz, el David Meza y algún parchecito del momento.

Se trataba de una pichanga colegial, pero jugábamos como si estuviéramos en el Nacional, en el Bernabéu o en el San Ciro. El “Chure” Díaz jugaba en las cadetes de Palestino, el “Yegua” Benavides en el Gasco del fútbol amateur, y el Cubillos era tenista y también pichangueaba en su barrio. Yo jugué un par de ocasiones en la Población Arauco y tuve un fugaz paso por el “Juventud La Estrella”, que las hacía de local en el sitio eriazo que estaba ubicado en Bascuñán, casi al borde del Zanjón de la Aguada y de la Maestranza de San Eugenio. Ahí también jugaba un renombrado vecino del sector, un tal Carlitos Caszely, al que le decían el “Rey del metro cuadrado”.

El Bórquez a veces se ponía al arco y salía jugando a lo René Higuita, pero también le robaban la pelota a medio camino y le hacían hartos goles. El bueno del “Ele” siempre lo arreglaba todo con ese regate de los mil demonios y con esa definición perfecta en el área chica. El Alain era un rockero neto y muy poco le hacía al fútbol, pero defendía el rancho como ninguno, y el Pablo Arellano, que era un plato afuera y adentro de la cancha. Todavía me acuerdo cuando hizo un golazo y se mandó un carapálida arriba de una reja que daba a la Inspectoría.

A fin de 1994, nos fuimos con el curso a Los Vilos, y aparte de jugar a la pelota en la playa, también jugábamos con las chiquillas a la roca-roca a la orilla del mar. Si hasta el profesor Ernesto Carrasco se llevó una peladilla por dárselas de galán con las más lindas del curso. Terminaba para nosotros el Cuarto Medio y después… Bueno, todo era después. No nos importaba lo que vinera.

Ya en Santiago, jugamos con los carabineros de la feroz Segunda Comisaría de Toesca, esa, al llegar a la Avenida España. Y coincidió que, para ese partido, varios dejamos de tener 17.

Fue un amistoso con muy poco de amistoso; estábamos enfrentando a los mismos pacos que nos correteaban y nos daban de lumazos en las protestas. A los “tortugas ninjas” les teníamos sangre en el ojo y por eso en cada jugada íbamos con la pierna a la altura de la medallita. Ellos tampoco se quedaban cortos con las chuletas y los viajes que nos pegaban en cada pelota dividida. Fue en una de esas acciones, donde casi me fui a las manos con el cabo Tapia y el Eleazar con el sargento Carvajal. El partido estaba apretado hasta casi el final del primer tiempo, pero nos desconcentramos y en los últimos cinco minutos nos dejaron cuatro a cero. En el entretiempo alcé la voz y les pedí a mis compañeros un poco más de empeño; algunos se enojaron y otros me apoyaron. Parece que  mis palabras explotaron en los oídos de mis camaradas, porque en la segunda parte salimos a jugar como un ballet. El Bórquez se mandó unas tapadas que nunca le había visto y ya no le quitaron más la pelota a medio camino, el Alain salía con elegancia y hasta se permitía algunos lujitos, el Pablo Arellano colaboraba en todos lados de la cancha y mis pases de zurda con borde externo y efecto hacían harto daño en el área contraria. El “Churejas” y el “Yegua” Benavides las metieron todas adentro y con eso nos alcanzó para empatarles a los pacos de la segunda en el último minuto del encuentro. No obstante, había que definir partido y decidimos hacerlo con el “último gol gana todo”. La pelota al medio de la cancha y otra vez a aguantarse al malaleche del cabo Tapia y al bocón del sargento Carvajal. Los pacos se fueron con todo a nuestro arco y los postes que estaban de nuestro lado. Ya no nos daban las piernas y los sentidos tampoco, hasta que llegó un tiro de esquina y uno de los roperos de la defensa verde me empujó con pelota y todo adentro del arco.

Cinco a cuatro.

Nos dimos el abrazo de lapa ¿qué quedaba? y esa noche celebramos con pilsener y chorrillana en el Rapa Nui. Vinieron hasta dos o tres pacos de la Segunda y el sargento Carvajal se curó con el Yegua.

Cinco a cuatro… Después de eso nunca volví a ver a los cabros. Y sí, casi todos habíamos alcanzado la mayoría de edad.~