Año-Sabbathico
Un cuento de Tristana Landeros, intervención de Rodolfo JM, ilustraciones de Luis Alberto Moreno Reynoso.
Para Omar Piña, por la protección y la pieza que está pendiente.
—TODAS MIS PLAYERAS son panfletos–, dijo él, mientras dibujaba la curva de mis tetas que se asomaba por mi playera customizada.
—A que no, esta dice “Listen to Black Sabbath“–, repliqué dibujando su boca pequeña pero perfecta y a la vez, le jalaba la playera justo en la leyenda frontal.
—No todos son políticos, este es un panfleto musical.
Como siempre estoy aprendiendo algo de él: las redes sociales, los 45 amigos en común, de la “Ciudad del Sol”, las líneas punteadas del hardcore mexicano que eran como pistas para ser unidas, el hartazgo de su matrimonio de años y de mis brincoteos nocturnos por la escena underground. Más que la biología lo que nos une suena a tarola, bombo y platillo sincopado; la historia huele a películas domingueras para devorar con puños de palomitas, al barajeo de las hojas de un libro recién impreso. Entonces me dio un beso largo, calmado pero con fuerza, como una balada heavy metal de los noventas; incluso pude escuchar los bend.
Quise decirle que sus discursos panfletarios no me importaban porque no los entendía; sé que pertenecía a esa clase de hombres que son capaces de irse a las comunidades en las montañas y desaparecer. “Dar la vida por la patria” es una frase muy arriesgada y él es un antipatriota que además se define a sí mismo como antisistémico… y lo lleva hasta sus últimas consecuencias, incluso en su aspecto. De su frente nacen dos líneas azul oscuro que cruzan el tabique nasal y terminan justo donde se abren las fosas, adornadas además con un anillo plateado que expande el septum. De las sienes salen otros tatuajes que simulan diseños tribales aunque yo les encuentro más la forma de ramas y hojitas de parra. De la parte de atrás de su cabeza cuelgan tres largas rastas que cuentan el paso del tiempo por las diferentes coloraciones. Viste pantalones en colores de la tierra: caqui, verde militar, café, terracota… sí, verde militar, qué incongruencia, ¿no? Una especie de guerrero moderno cuyas pisadas son inseguras, tan a destiempo como el ruido que toca.
La gente nos mira al caminar por la calle. ¡Claro! Yo con la gravidez a cuestas, él con su enorme mochila en la espalda; un par de caracoles que cargan lo necesario para movilizarse en busca de un lugar dónde residir y resistir.
Seek and destroy
Nos conocimos en el Aeropuerto de la Ciudad de México, fue un encuentro fortuito… aparentemente. Él era parte de la fila para documentar equipaje en la aerolínea KML; un cargador con su diablito me ayudaba a mí con el mío, no debía cargar cosas pesadas, tampoco podía estar de pie tres horas esperando a llegar al mostrador, los pies se me hinchaban, síntoma inequívoco de mi estado aunque no se me notaba el embarazo de cinco meses, una de las razones por las cuales soy buena en mi negocio.
Usé una de mis maletas a manera de asiento mientras llenaba la forma migratoria; al detectarlo, usé mi mirada periférica para estudiarlo discretamente: se movía nervioso en su lugar, movía una rodilla, sacaba y metía las manos a su sudadera, se acomodaba los lentes, revisaba continuamente un celular que no recibía mensajes, (después supe que ni tenía saldo). Me pregunté cómo luciría su foto en el pasaporte, con tantos prejuicios en este país, ¿lo tramitó antes o después de los tatuajes en la cara? No tengo ningún problema con los tatuajes, debido a mi trabajo no soy su mercado objetivo. La gente insegura siempre me llama la atención, trato de descifrar de dónde proviene esa flaqueza, quizá para detectarlo en mí misma y reforzar, u ocultar a la perfección, esas fallas.
Me atrae mórbidamente la miseria humana, la insignificancia y los colores pardos en la ropa que usan los que quieren pasar desapercibidos. ¿Por qué? Porque nací y crecí en la mediocridad, veo mi infancia y juventud en las memorias polvosas de una familia que sólo sabe de círculos viciosos. Me destruí con rigor deportivo sólo para poder construirme a la manera que un productor construye a sus estrellas de música pop. Así de irreal es mi vida y mis metas, y como mi trabajo consiste en esperar, tengo demasiado tiempo libre entre mis tres comidas al día y una merienda, así que me siento a observar a la gente, provoco encuentros inexplicables, les doy una palmada en la espalda mientras modulo en amable voz un par de frases sensibles y cuento mentalmente hasta tres, es infalible, la raza humana está desesperada por hablar y ser escuchada. Que los demás sepamos que su carga emocional es única y, por tanto, insufrible de llevar en solitario.
Así que al verle dar unos pasitos para desentumirse, noté que rengueaba, quizá por la edad, quizá era defecto de nacimiento. Con sus dedos tocaba una batería imaginaria que estaba sobre sus muslos, ciertamente no era un hombre paciente o estaba bajo el efecto de la cafeína; su playera decía: “Por la defensa de nuestro territorio… Alto al fracking”. Notó que lo observaba pero seguro ya estaba acostumbrado, llevar la cara tatuada de esa manera es un gran grito de “¡Hey, háganme caso!”, así que le sonreí cortésmente. Se perturbó y no supo cómo responder, justo como un cachorro a punto de orinarse sobre una alfombra. Advertí esa señal de debilidad, conté hasta tres y dije al mismo tiempo que levantaba mi mano derecha:
—¡Hola!
Me dio la espalda y se fue, dejando sus maletas estacionadas en la fila inmóvil, quizá pudo parecer una grosería pero yo sonreí triunfante, era definitivo, no está acostumbrado a la cortesía y los buenos tratos; había encontrado a alguien con quien entretenerme en las siguientes horas de espera.
Revisé visualmente las maletas con rapidez antes de que volviera su dueño. Sacos militares, ¿otra vez la incongruencia?, nada lujoso ni moderno. Quería pasar desapercibido pero se había tatuado el rostro para no serlo, este nudo había que deshacerlo con mucho cuidado. Regresó, traía consigo dos cafés instantáneos ¡en vasos de unicel! Se portó muy cortés cuando superó su timidez y se acercó a mí para ofrecerme uno de los vasos.
—¿Gustas?
—Gracias, no.
—No te estoy acosando.
—Lo sé, sólo que no tomo café.
—Eres la primera persona que me dice eso.
—Y no será la primera cosa que te diré y escucharás por primera vez sobre las personas.
—No entiendo.
—Gracias. Puedes regalarle el café a otra persona.
—O tomármelos yo solo. ¿Vas a Ámsterdam?
—Ajá.
—¿De vacaciones?
—No.
—¿De trabajo?
¿Me estaba interrogando? Debí sospecharlo, los colores militares influían en su comportamiento.
—Ajá.
—¿Puedo saber en qué trabajas?
—Mmm, ¿realmente te interesa o es mera cortesía?
—Tienes razón, sólo pregunté en automático.
Saqué mi celular para buscar alguna wi-fi abierta.
—¡Maldito, Charles Delgado! Eres dueño de todo el país y me pides una estúpida contraseña para usar la red abierta del aeropuerto internacional de la Ciudad de México. – Dije para mí misma.
—¿Lo conoces?
—¿A quién?
—A ese señor: Charles Delgado.
—Es un decir. Es dueño de todo, ¿no?
—No es mi dueño.
Vi venir un discurso sobre la libertad de las personas, del capitalismo galopante, de la explotación… ¡Dios! ¿Por qué no abren el mostrador?
—¿Quieres saber las razones por las cuáles viajo a Ámsterdam?
—Mmmm, ¿para consumir sexo?
—Estoy en contra de la explotación de las personas, laboral o sexual.
¿Ven? ¡Se los dije! Tiene un discurso para las diversas injusticias sociales, debo insistir en molestarlo. Guardé mi celular.
—¿Para pagar por el sexo salvaje que no obtienes con tu esposa? ¿O con tu pareja?
—Soy anticapitalista. No pagaría por algo así.
—¿Para consumir drogas las 24 horas?
—Tengo alergia a la mariguana… pero así de ponerme tan mal que me tienen que internar.
—¿Para visitar el Museo de Van Gogh?
—Soy malísimo para turistear. Cuando viajo sigo la agenda que me dan los compas.
—¿Me vas a contar o te doy el avión?
—Es por culpa de Charles Delgado.
—¿Lo conoces?
—Tengo una demanda en mi contra, sus abogados me persiguen.
Me dio mucha risa interior, casi brota para salpicarlo.
—¿Y qué le hiciste? ¿Le robas la señal de internet?
—Él es el dueño de la mayor cementera en este país, ¿sabías eso? Usan sus hornos para incinerar todo tipo de basura tóxica.
—No me extraña… y basura es una forma de llamar a todo lo ilegal que queman ahí.
—Entre otras cosas. Mi trabajo es ir con las comunidades, informarlos y tallerear con ellos estrategias para solucionar sus problemas de salud y organización para la resistencia contra las cementeras y la incineración feroz.
Bostecé. Un feto de cinco meses se revolvía en mi útero, cansado de escuchar su voz parsimoniosa; quizá con ese tono intentaba meterme en trance y el producto lo captó a la perfección que hizo lo posible para sacarme de mi letargo provocándome náuseas.
—Es muy interesante tu trabajo. Te admiro. – Dije para salir del paso. – Necesito ir al baño, ¿me cuidas las maletas? –
—Sí, claro. ¿Confías en mí?
—Tanto como la gente de las comunidades lo hacen.
Me estaba riendo de él, su ego ponchado empezaba a inflarse, ahora tenía que seguir en esa labor de investigación y martirio sobre el conejillo de indias.
—Ya vuelvo.
—Va.
En el baño vomité bilis, aún no me acostumbraba a ello. Se suponía que tenía que subir de peso y sólo lo estaba perdiendo. Mi ropa era la misma para los embarazos y después de los partos, sólo las blusas se abrían en el tramo de tela que existe entre el segundo y tercer botón, lo solucionaba usando una blusa de color contrastante abajo. Mi decisión estaba tomada, sería mi tercera y última gestación. Amaba mi trabajo pero me urgía tomarme un año sabático, descansar de tanta producción. Quizá después de este tercer parto quedaría con el vientre flácido y las tetas colgando así como las gatas viejas después de tantas camadas. Esa idea me repugnaba tanto como la sensación de acidez en mis dientes, temía perderlos de tanto vomitar, al pasar mi lengua sobre ellos se sentía el desgaste dental… entonces recordé al rengo, sí, al hombrecito de voz delicada que se quedó al cuidado de mis maletas y mi lugar en la fila, le faltaban los colmillos superiores y los premolares inferiores estaban podridos. Ahora lo confirmaba, su viaje tenía por objetivo seguir consumiendo drogas; toda la historia de persecución y abogados sólo formaban parte de la justificación de su adicción.
Satellite of love
Al regresar a la sala de KLM, la fila ya había avanzado bastante. El rengo me cedió su lugar en un torpe intento de ser cortés.
—¿Te sientes bien?
—Sí, gracias, sólo debo documentar y sentarme.
—Estás pálida. Pasa tú primero.
¡Claro, idiota, estoy preñada y acabo de dejar la mitad del hígado en el cagadero! Quise gritarle, pero a él qué le importaba.
—Gracias.
Los que padecen algún defecto físico tratan a otros por reflejo de cómo les gustaría que los demás fueran con ellos. Yo ni estaba segura de que su cojera fuera real o tan grave y ya le estaba juzgando como enfermo.
No tuve ningún problema en registrarme y documentar mi equipaje; el rengo subió mis maletas a la báscula, intenté que no oyera el número de asiento que me asignaron. En cuanto terminó el trámite, lo vi con amabilidad fingida.
—Gracias por la plática, que tengas buen viaje.
—Ahorita te veo.
Me alejé caminando lo más rápido que podía, mi idea sobre un vuelo más o menos placentero no incluía la plática con desconocidos. Lamenté que mi embarazo no fuera notorio y de esa forma quitarme al renguito de encima.
Entré a una tienda de conveniencia, buscaba lo menos basura con qué alimentarnos cuando sentí una mirada fija desde la puerta de entrada. Pensé que estudiaban el lugar con la intención de asaltarnos así que agarré rápidamente un yogurt “griego” y lo pagué de igual manera, estaba a punto de irme sin el cambio cuando lo escuché.
—¿No me digas que ese va a ser tu primer alimento del día?
—¿Qué tiene?
—Es comida chatarra.
—Es un yogurt… y griego.
—Sólo son lácteos con azúcar… mucha azúcar.
Prefería matarme de esa forma a escuchar sus peroratas sobre nutrición.
—Lo sé. ¿Quieres algo? —Lo dije en forma de abierto soborno.
—Jamás consumo algo de un Oxxo. Al contrario, me gustaría asaltarlos pero sólo para saquear su dinero.
Bueno, teníamos aquí a un severo caso del paciente que se cree Robin Hood.
—¿Cómo te llamas?
—Rebecca.
—Hola, Rebecca. – Y extendió la mano y sin esperar respuesta me dio un efusivo abrazo. Ahora correspondía mi turno de preguntarle su nombre.
—¿Y tú?
—Jorge Pascual. – Abrazo de nuevo.
—¿Pascual es nombre o apellido?
—Nombre.
—Curioso que tengas nombres de dos santos, bueno, buen viaje, Jorge. ¡Chau!
—¿Puedo saber a qué te dedicas, Rebecca?
—Soy un satélite.
—¿Un satélite de amor?
—Más bien pertenezco a la especie de satélites artificiales. Nos vemos.
—¿Alguien te lanzó al espacio? ¿Y cuándo cumplas con tu función te quedarás en órbita o te convertirás en basura?
—Cualquiera de las dos opciones está bien para mí.
Y me fui. ¡Dios! ¿Desde cuándo los hombres de cuarenta años se volvieron más necios que sus propios hijos?
War pigs
Jorge está sentado a un lado mío en la sala de abordaje. Nuestro avión rumbo a Ámsterdam ya despegó. Al parecer el tipo está boletinado y, la historia esa de que Charles Delgado lo persigue, es cierta. Nos llamaron por separado a unas pequeñas oficinas y en lo que a mí corresponde, me hicieron preguntas sobre Jorge y sus actividades en el extranjero. Dije la verdad: lo acababa de conocer 40 minutos atrás e ignoraba todo sobre su vida. No era mi amigo y yo sólo viajaba como turista a Ámsterdam. Medio me creyeron pero no me permitieron viajar. No en esta ocasión.
Un apenadísimo Jorge, que guarda las manos en las bolsas de la sudadera espera mi reacción violenta, pero las personas como él merecen ser enfrentadas con firmeza y no con incendios, sino seguirán escudándose en historias de complot y terrorismo de estado para no enfrentar sus responsabilidades.
—No voy a perder mi trabajo por tu impertinencia y falta de etiqueta social.
—Discúlpame.
—Necesito más que eso. Quiero mi vuelo para mañana y tú lo vas a pagar.
—Pídeme lo que quieras, menos dinero.
—Un vuelo.
—Eso cuesta.
—Estoy en tierra por ti. Por no sé qué jodidas razones esos cerdos piensan que tú y yo estamos relacionados.
—Les dije que apenas te acaba de conocer y me mostraron los videos de la fila donde platicamos muy a gusto.
—Yo no platiqué y no estaba a gusto, sólo respondí a tus preguntas baratas.
—Una vez más, discúlpame.
—Arregla lo del boleto ahora mismo. No me voy a ir sin un vuelo comprado para mañana.
—Estoy quebrado. Viajo con mis millas.
—Pide prestado.
—No acostumbro hacer eso.
—¿Y qué sí acostumbras? ¿Tatuarte en tus ratos libres? ¿Bañarte? ¿Cortarte las uñas y hacerte manicure?
—Sí, lo ofendía pero de manera firme con la verdad.
—Tengo que llamar a mi familia en Toluca, para avisarles que no volé.
—Llámalos de tu celular… y les pides dinero para mi boleto, por favor.
—Quizá tenga que regresarme hoy mismo para allá.
—Después de que repongas el vuelo que perdí.
—Yo ya estoy acostumbrado a que me pase, Charles Delgado es un hombre poderoso y mi activismo contra él activa las alarmas cada que alguno de mis compas o yo intentamos salir del país.
Otra historia de persecución y terror. Creo que cuando era niño, no lo dejaron jugar a policías y ladrones así que ahora se inventa hostigamientos en su contra.
—Mira, no sé en qué estés metido ni qué te estás metiendo. Necesito salir mañana para Ámsterdam… o cualquier día de esta semana. Mi bolsa no va a pagar tu imprudencia.
—Veré qué puedo hacer… hablaré con mi esposa.
—¿Le vas a pedir dinero a tu mujer?
—No tengo un peso. Ella es la que tiene un buen trabajo.
—¡Qué vergüenza! Quieres salvar al país en vez de salvarte a ti mismo. ¡Llámala ya!
—No traigo saldo en el celular.
—¡Mi año sabático me espera! ¿Crees que estoy jugando?
—Pensé que tu viaje era por tu trabajo.
—Lo es. Soy un útero gestante. Están esperando por este bebé.
Su cara y ojos se transformaron, incrédulo me miraba al estómago.
—Ya sé, no se nota, por eso soy buena en mi trabajo. Puedo llevar una cría de nueve meses en la pelvis y sólo se me inflamaba levemente el vientre. Así puedo viajar ahora.
—¡Eso es inhumano!
—Gente que necesita un servicio porque no pueden hacerlo ellos mismos, entonces contratan a alguien que lo cubre y lo cumple. Pagan y se les entrega la mercancía. Además es legal en algunos estados de México y en el extranjero. Lo mismo no se puede decir de tus actividades.
—Yo sólo soy un provocador, los compas de las comunidades son los que hacen todo el trabajo. Pero ahí hay alma, ¿sabes? Hay corazón. Lo que tú haces es despiadado.
—Desalmado es huir de las responsabilidades, pedir dinero a tu pareja para cubrir tus faltas y señalar a los demás cuando con tu percha pides que te incluyan en todo engranaje social y luego para salir corriendo. Tu renguera física es sólo la manifestación de tu cojera emocional.
Se levanta, toma su backpack y camina sin decirme nada, huye, acerté en el diagnóstico. Yo tengo que ir detrás de él.
—Eres un monstruo. – Cree que me ofende.
—¿Qué es eso? ¿Una figura extraña que no te deja dormir por la noche? ¿Que te provoca miedo hasta hacerte pipí?
—Vamos por tus maletas, en ese estado no puedes cargar pesado. – Dice con una voz grave que no sé de dónde le salió. Quizá las gónadas se relajaron y resolverá con éxito mi futuro viaje.
—No saldré del aeropuerto sin tener asegurado mi asiento para mañana o pasado mañana.
Se detiene, me mira y toma mi cara entre sus manos. Me da un beso. Me aparto rápidamente.
—Soy una señora, no beso a desconocidos.
—Y yo soy un señor.
—Hace unos minutos me llamaste “monstruo”.
—Lo eres, y alguien te tiene que parar.
Me toma de la mano para encaminarnos hacia donde yo pueda reclamar mi equipaje. Me doy cuenta que a él no le importa mucho el suyo.
Rock the casbah
Dos días estuvimos encerrados en mi departamento en una especie de ritual edípico. Intentó tener sexo conmigo pero me negué, mi negocio y mi pago dependían de la salud del bebé, así como del manejo higiénico del producto. En México la maternidad subrogada no es precisamente un negocio, los que quieren ser padres cubren los gastos que se generen del embarazo así como los del parto; cuando se realiza a través de una agencia especializada es posible cobrar una buena cantidad de dinero, pero las leyes a favor le quitaron lo lucrativo a la actividad y pretenden que nosotros, las madres que alquilamos el útero, sólo recibamos una modesta cantidad en compensación. Por eso decidí emigrar; en Holanda me pagarían lo suficiente para tomar mi anhelado año sabático y redirigir mis pasos y obtener una nueva vida dejando atrás las inseminaciones, los embarazos y los partos naturales.
Pero el plan estaba fallando, perdí el avión por culpa de una nueva amistad que buscaba entre mis piernas, regresar al lugar donde se gestó. Tuvo una hija, por accidente, y para componer su falta recurrió a la vasectomía. Me había llamado “monstruo” y en medio de su exaltación sexual confesó tener la fantasía de tener sexo con una embarazada para afrontar la debilidad mostrada en la relación con su madre y con su mujer que ya no era su mujer pero a la vez seguían viviendo juntos para no provocarle traumas a la hija. Ahora, ¿quién era el monstruo?
Al par de horas de llegar al departamento, mi presión arterial bajó, así que descansé y Jorge me cuidó todo este tiempo. Mi cansancio era tal que dormí diez horas seguidas, él me acomodaba el cuerpo laxo para no lastimar al bebé. Mientras tanto, cocinó comida orgánica, me masajeó los pies para activar la circulación, me ayudó a ponerme mi ropa de dormir, me acompañaba al baño y nos leía en voz alta para arrullarnos.
Después de las primeras 48 horas juntos, empezó a hacer planes de una vida futura en común. La baja autoestima no es un asunto que se resuelve templando la temperatura de las sábanas. Huía del aburrimiento, del miedo de no cumplir sus metas, de la vida atemperada y de la elefantiasis de su esposa. Tanta carga sobre un solo ser humano desestabilizó su rodilla derecha como una mesa vieja a la que se le enciman trastos sucios y viejos día con día.
Esperábamos que llegara el depósito de sus ahorros de emergencia pero tomando en cuenta la enfermedad de su esposa, eso podría tardar un día o dos, dependiendo del grado de deformación que tuvieran sus extremidades inferiores, cosa que yo no quise preguntar pero que en las fotos era muy evidente.
Paranoid
Aparentemente, Jorge recibía llamadas de extorsión, aunque yo no presencié ninguna. Lo que hacía era programar su celular para autollamarse y así atormentarse y exaltarse por asuntos ajenos que luego se iban a convertir en los de él.
A su familia le decía que se encontraba en una comunidad en la sierra de Hidalgo cuando estaba en la delegación Cuauhtémoc. En otra llamada, fingí que estaba dormida y escuché que decía que estaba en Oaxaca impartiendo un taller sobre desechos tóxicos; con cada llamada se enredaba más.
Yo sólo esperaba mi boleto de ida a Ámsterdam y que arreglara los desperfectos del viejo departamento para subarrendarlo. Hasta mi mórbido deseo de torturarlo emocionalmente se extinguió cuando tuve el ticket de vuelo en mis manos.
Entonces desapareció Jorge y aparecieron las chinches, seres minúsculos representación de lo demoníaco. Él salió rápidamente porque, una vez más, la asociación pro derechos humanos le advirtió mediante una llamada que su presencia en esta ciudad y en este país era peligrosa para él mismo. Al menos eso fue lo que escuché de una llamada en apariencia verdadera. Salió apresurado llevándose su backpack y saco militar, asegurando que volvería en un par de horas.
Suspiré cuando cerró la puerta, el ambiente era pesado; me recosté y al poco rato sentí que me picaban bichos en los brazos y manos. Me rasqué una y otra vez pero no logré encontrar qué lo causaba; así amaneció y yo no pude dormir. Al sacudir las sábanas noté unos bichos rastreros que parecían pulgas… o chinches. Al tomarlas entre mis dedos y oprimirlas con fuerza, reventaban y salía sangre… humana.
Busqué por toda la habitación para encontrar el origen y lo encontré en los costados del colchón: una plaga pequeña pero amenazante adherida a la tela. Limpié y quité los huevecillos y atrapé a los bichos antes de que cambiaran de nido. El ambiente seguía pesado. Yo vestía una playera (limpia) que Jorge me había regalado en señal de cariño y una gorrita tejida a mano por su mamá. No me la había quitado más que para dormir. Hice un par de llamadas a amigos muy cercanos y más entendidos de esto que yo. Los animales rastreros no podían estar solamente en mi cama y no en el resto de la casa.
¿Había entrado alguien desconocido últimamente? Sí y se fue dejando detrás de sí la maraña emocional que le estaba destrozando las rodillas y los fantasmas que no le permitían dormir más de 20 minutos seguidos sin sobresaltos.
¿El tipo olía mal? Sí, pero no a azufre sino a basurero, su trabajo era principalmente con pepenadores del Estado de México e Hidalgo, gremio donde abundan las supercherías baratas y practican lo que ellos creen que es brujería.
Recordé la plática sobre su infancia en una zona rural donde, junto a su madre y hermanos, pepenaban en la basura para ayudarse económicamente. Además su madre tejía “favores” para las señoras del rancho, a partir de las sábanas que dejaban los moribundos ella confeccionaba piezas para transformar esa fuerza podrida en algo aún peor. Ahora, ¿quién es el monstruo?
Inmediatamente me quité la playera y la gorrita y los rasgué hasta destrozarlos. En una bolsa de basura terminó todo lo que él había tocado: sábanas, utensilios de cocina, restos de comida y espejos. Bajé tres pisos, crucé una avenida y lo deposité en el camión recolector del rumbo junto con los deshechos de mis vecinos.
Mi mente no iba a permitir que sus debilidades y creencias afectaran mis planes, mi salud y la del bebé. Limpié el departamento de los restos de su presencia tal como me lo indicaron los especialistas así como las asas de mi equipaje.
Abordé sin los contratiempos de la ocasión anterior donde todo parecía un accidente, llegamos a salvo al Aeropuerto Schiphol y un representante de mi agencia nos recogió y hospedó en un departamento miniatura.
Estamos bajo revisión médica constante y el embarazo marcha. En un par de semanas el bebe nacerá y será entregado a sus padres. Yo recibiré mi pago, descansaré un par de días para continuar mi viaje por estas tierras sin cargar a cuestas la casa-caracol, al caracol y a los insectos que caen como plaga sobre los árboles sanos mientras vociferan consignas de salvación y se comportan como parásitos.~
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