Alemania en un Mundial (e-cuadernillo de crónicas futboleras) de Mael Aglaia
Estoy parado frente al televisor, veo a los alemanes alzar la copa y me dan ganas de aplaudirlos, pero no, si los aplaudo pueden empezar a temblarme las manos y hasta se me puede escapar alguna lágrima. Igual, los aplaudo, pero poquito. Son justos campeones, hicieron un poquito más que Argentina, justo ese poquito más que justifica la cuarta estrella. Mis felicitaciones a todos los alemanes. A todos los demás, que no son alemanes y que nada tienen que los una a esa camiseta que es, le pese a quien le pese, una bandera, y festejan esta copa como propia, sépanlo, son unos pechos fríos.
Por un accidente geográfico (me enamoré de un jujeño), terminé cambiando mi residencia de México a Argentina (me casé con el jujeño en cuestión), y les guste o no, si el fútbol tiene alguna capital, esa es Argentina. Debo aclarar que yo jamás fui, soy, ni seré aficionada al fútbol, y tampoco creo, que Borges me perdone, que todos los fanáticos sean idiotas: le tengo mucha fe a la inmensa capacidad humana para la idiotez, sin importar raza, credo, preferencias sexuales ni nada. Lo que quizá me molesta un poco es el fervor fanático de algunos que profesan el fútbol como una religión de segunda mano, o a veces también como una segunda patria que los convoca, no nada más cada cuatro años que hay una Copa del Mundo, sino casi cada semana, cuando su equipo se disputa un partido en la cancha local. México es un país futbolero, pero el nivel de fanatismo que yo he visto en Argentina no se compara con nada. Quizá lo más cercano sean las hinchadas regiomontanas, que pese los descalabros de Tigres y Rayados siguen portando con gran orgullo la camiseta y haciendo un proverbial desmadre en Monterrey cada que se enfrentan uno contra el otro.
El cinco es el jugador del equipo encargado de distribuir la pelota, es el faro alrededor del que giran todos los demás, es el responsable de que la de cuero llegue limpia, rodando, con ventaja para que los delanteros encuentren el camino hacia el arco.
Van Gaal dice que el partido por el tercer puesto no tendría que jugarse, tiene razón, o bastante razón; a los equipos grandes, a los que tienen como único objetivo el título, este partido les sabe a castigo. Es el caso de Brasil y de Holanda, que viene de ser subcampeona mundial. En cualquier caso, el ganador de este partido puede subirse al podio de los tres mejores, y podrá decir que ha jugado los siete partidos posibles.
En nuestra mente sólo existe el partido del domingo, la gran final; sólo queremos saber quién será el ganador absoluto. Tan es así que el partido por el tercer lugar se juega casi por obligación, como un último esfuerzo innecesario. Incluso Louis van Gaal, técnico del equipo holandés, dijo que este partido no debería jugarse, y lo mismo piensan algunos jugadores y aficionados. Es casi como una obligación humillante para los dos equipos, y ahora más para Brasil. Es el partido que ya nadie quiere ver y el que ahora Brasil ya no quisiera jugar.
Dicen que hay 60.000 argentinos en Brasilia para acompañar a la Selección esta tarde en los Cuartos de Final contra Bélgica. Las calles de la moderna capital brasileña se llenarán de peatones por primera vez, acostumbradas a verse desoladas a la sombra de grandes edificios públicos llenos de funcionarios.