EL CASTILLO DE IF: Leer, comprender, opinar

 En El castillo de If: Leer, comprender, opinar, de Édgar Adrián Mora /ilustración de Eduardo Mora


 

EL OTRO DÍA me sorprendió el hecho de que uno de mis contactos en redes sociales, a quien considero preparado e inteligente, había compartido una nota de un sitio que era, a todas luces, un bulo, esto es, una nota falsa. Más allá de que lo hubiese puesto en su «línea de tiempo», me sorprendió el comentario que añadió a la publicación: una arenga indignadísima con respecto del contenido de la nota. Y no es la primera vez que ocurre. De hecho, alguna vez a mí también me ha pasado: el vértigo que imponen los flujos de información que se mueven en la red atraen hasta quienes nos la damos de precavidos y reflexivos.

Pero hay que hacer una distinción, o varias, no es lo mismo aquellos que lo hacen por pereza de confirmar la nota; que quienes lo hacen al calor de determinado debate en redes y creen que tales contenidos abonan a sus argumentos (estos actúan con dolo, saben que la información es falsa, pero aún así la comparten en la esperanza de que sus interlocutores sean lo suficientemente estúpidos para no notarlo); que quienes lo hacen convencidísimos de estar colaborando en el desvelo de una conspiración de magnitudes oceánicas. Desgraciadamente, creo, estos últimos son legión.

Y he aquí que más allá de mala fe o estupidez inconsciente, lo que existe detrás de este tipo de manifestaciones es una cuestión que remite a los años escolares. Más aún, a los primeros años escolares. A la denominada «educación básica». Y tiene que ver con la actividad a partir de la cual se considera que una persona, sin importar clase social o contexto vital, está en condiciones de absorber los secretos del mundo. La alfabetización. Sin embargo, hay una cuestión en la que no reparamos lo suficiente: la ancha frontera que separa a aquél que domina la traducción fonético-alfabética (es decir, que puede convertir en sonidos los símbolos que ve impresos en una hoja o como juegos de sombras en las pantalla de cualquiera de sus dispositivos) y quienes comprenden las implicaciones del texto al que están accediendo. Es decir, así como decía el bardo popular acerca de la máxima que dicta aquello de «no es lo mismo querer y amar», de la misma forma no es lo mismo leer y comprender.

Esta es una de las problemáticas más urgentes y visibles en el mundo escolar. Los profesores batallamos guerras, a veces perdidas, en donde un niño-muchacho no es capaz de distinguir tema de título, o autor de narrador, o ficción de «realidad». La escuela y el sistema en que ésta se encuentra inserta, sin embargo, suele hacer la vista gorda si ese mismo estudiante consigue, como sea, aprobar los exámenes de opción múltiple, incluso si en esa aprobación tuvo mayor importancia el azar que el conocimiento. Y entonces tenemos, al final del viaje académico, profesionistas que no pueden distinguir, por ejemplo, la ironía del sentido literal de una noticia.

Esta última cuestión, la imposibilidad de distinguir el tono de un texto cuando éste es irónico o humorístico, ha inaugurado dentro de sitios de parodia un género que corresponde a estos tiempos de opinología digital: los epic comments, los comentarios «épicos» (reacciones exageradas) por la imposibilidad de haber comprendido la broma. Multitud de sitios están ahora mismo haciendo parodia de las noticias del mundo real. El Deforma, The Onion, por ejemplo. Y nunca falta aquel incauto que, sin darse cuenta de lo que implica que una información esté publicada en un sitio de estas características, muerde el anzuelo y comenta su sorpresa acerca de la manera en que el mundo se ha vuelto incomprensible. Y en eso radica su error, no es que el mundo sea incomprensible, es que nunca ha obtenido las herramientas para comprenderlo. Lo que le ha importado al lector funcional es la forma, es decir, la manera en como la información (falsa) está expresada; no la inverosimilitud o falta de lógica de la misma. Este analfabetismo digital tiene sus orígenes en aquellas máximas que antes se repetían, medio en broma medio en serio, acerca de «si está en un libro, debe ser cierto». Se privilegia la forma del contenido antes que el contenido mismo.

¿Qué situaciones abonan a este fenómeno? Algunas que son regla cotidiana en las aulas, por ejemplo. La costumbre extendida en algunos preceptores por dejar tareas kilométricas en exploración de la resistencia de sus estudiantes y no tomarse nunca la molestia de revisarlas, de leerlas, de corregirlas. Ante esta costumbre, el estudiante asume que si algo «se ve bien» la información que contiene «debe ser cierta». Y es la misma lógica que aplica el profesor: si el trabajo «está limpio», se «ve largo» y cumple los requisitos que se enunciaron al dejar el trabajo, no hay necesidad de revisarlo.

Esta deficiencia de comprensión lectora no ha pasado desapercibida por quienes ven oportunidad de lucrar con las carencias de los demás. En estos meses recientes, en México, y debido a la explosión informativa y a las múltiples manifestaciones de apoyo a los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, algunas personas que seguramente estaban siendo afectadas por la atención mediática que el terrible hecho recibía, se dieron a la tarea de crear sitios web falsos para difundir «noticias», por igual falsas, sobre el tema. Por aquí aparecía una nota que anunciaba que los normalistas eran narcotraficantes; por allá otra en la cual se daba «registro gráfico» de que estaban prisioneros en algún lugar indeterminado; más aún, otras en las que se anunciaba que el gobierno del país había encontrado y rescatado a los muchachos. Con la misma eficiencia con la cual las noticias de sitios «serios» se difundían, estas notas también eran multiplicadas en repeticiones que sólo abonaban a la sospecha y a la confusión total.

¿Cuál era el objetivo de tales tareas? Con seguridad, minar la intensidad de las investigaciones informativas «reales» al insertar la duda acerca de sus versiones efectivamente documentadas frente al sensacionalismo y «apariencia» de las notas falsas. La duda, en un país dominado por lo que algún político de triste memoria denominó el «sospechosismo», es una aliada importantísima en la desmovilización ciudadana. Hay solidaridad con las víctimas, pero repudio contra los abusivos de la credulidad y buena fe de la gente. El gran problema es que muchos de quienes comenzaron a dudar lo hicieron por su incapacidad para separar la paja del grano, es decir, por su bajo nivel de comprensión lectora.

Así que, a final de cuentas, antes de ofrecer una opinión de la cual no tengamos certeza con respecto de su contexto, origen, información de apoyo, convendría un poco detenernos a pensar en este asunto: ¿leemos o comprendemos? Es una cuestión fundamental en la tarea de crear ciudadanos capaces de cuestionar de manera eficaz los mecanismos que los poderosos utilizan para abonar a sus fines y a sus cuentas bancarias en detrimento de las mayorías adormiladas y confundidas.~