El castillo de If: Pequeñas cosas que pueblan el mundo
Un texto de Édgar Adrián Mora
El ensayo mexicano goza de buena salud aunque no de la distribución ni los lectores que merece. El género que Alfonso Reyes bautizó como el Centauro de la creación escrita tiene una tradición brillante en nuestro país. Va del propio Reyes hacia Octavio Paz, Carlos Monsiváis y llega, por mencionar algunoscontemporáneos, hasta Eduardo Huchín y Heriberto Yépez. A esos nombres se añaden voces más jóvenes como la de Laura Sofía Rivero (Ciudad de México, 1993).
Tomografía de lo ínfimo(FOEM, 2018) fue acreedor al Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2017 que otorga el gobierno del Estado de México. Se trata de un volumen de textos que explora la manera en cómo las cosas cotidianas, aquellas que consideramos insignificantes o accesorias, se convierten por instantes mínimos en centros de nuestra atención, que es decir algo como centros del universo. El universo de la rutina, la repetición o la anomalía que, de repente y sin aviso, nos hace entrecerrar los ojos y ver.
Por sus páginas accedemos a una serie de temas y situaciones que ponen nuestra concentración en modo aleatorio. Como si escucháramos una lista de música desconocida pero que se hace familiar de manera casi inmediata. Esas criaturas ínfimas en las cuales no reparamos sino hasta que invocan nuestro dolor, asco, hartazgo; o que nos ponen a reflexionar acerca de la misión que cada átomo dentro del mundo tiene. No hay nada insignificante, parece decir Rivero, sólo hay elecciones de foco en las que no pensamos mucho que digamos.
Y así, su escritura vaga (qué bonito verbo para un género que tiene una tendencia clara en vagar por y alrededor del lenguaje) por temas como las uñas, los baños públicos, las canicas, las bolsas de supermercado, la vestimenta informal, las salidas a comer en grupo, la relatividad del tiempo que enuncian los usos del mexicano, los besos, la comida como manifestación erótico-pornográfica y la reflexión acerca de lo que el nombre siempre encierra.
Hay un cuidado evidente en la disposición de las ideas y en el desarrollo de las mismas. Una variedad de referencias que se ancla en la experiencia empática del lector, pero que también acude a la erudición libresca y a la exploración etimológica. El tono es de seriedad contemplativa de lo que se da por sentado o como escenografía, pero que se permite el humor de una manera sofisticada. Ese humor es una de las cosas más frescas y de las que más se agradecen al terminar la lectura del libro; no es una hilaridad que provenga del chiste o la anécdota, sino de la complicidad. Podemos decir que el ambiente que construye la autora remite a la propia memoria y a las ideas que expresamos para dentro de nosotros mismos o entre dientes. Aquello que se vuelve insoportable o que no llevan ruta más que al hartazgo, en la memoria se transforma en la reescenificación de un sketch en el cual nos reconocemos como protagonistas.
Tomografía de lo ínfimo es, a final de cuentas, una propuesta fresca y entretenida, de lectura ligera producto del buen oficio y la originalidad, que sólo tiene una cosa que lamentar: la dificultad para conseguirlo dada la distribución reducida del departamento editorial que lo publica. Sorteado ese obstáculo no queda más que sumergirse en la comodidad de comprender que todo es susceptible de ser importante aunque sea por un instante mínimo. A final de cuentas no somos más que la suma de todas las pequeñas cosas que pueblan el mundo.~
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