El castillo de If: Sueños de humo en cómodas mensualidades
Un texto de Édgar Adrián Mora
OLINKA FUE EL sueño de Gerardo Murillo, el Dr. Atl, uno de los pintores más reconocidos y renombrados del siglo XX mexicano. En esa utopía, el artista soñaba con concentrar a artistas, sabios y científicos dentro de un solo espacio alejado del avance de la modernidad que con su ruido y furia convertía a los espíritus nobles en mediocres y alienados. Una especie de Laputa en donde, como un Olimpo del intelecto, surgieran las artes y las ciencias que pudiesen liberar al hombre de su dependencia a tiempos cada vez más acelerados y superficiales.
Olinka es, también el sueño de Carlos Flores, un hombre de negocios tapatío a la vieja usanza, que busca construir una ciudad para privilegiados en las orillas de la ciudad de Guadalajara. Para ello utiliza todos los recursos de los cuales puede disponer. Y los recursos incluyen los millones de dólares que el crimen organizado puede ofrecer en esa inmensa lavadora de dinero que es la industria inmobiliaria en ciudades como la capital de Jalisco.
Es esa otra utopía, la de los privilegiados separados de las multitudes marginadas de una ciudad en auge económico, la que Antonio Ortuño (Zapopan, 1976) describe en su más reciente novela Olinka(Seix Barral, 2019). O más bien, la novela es el fracaso de tal utopía junto con el orden que había acompañado a los personajes que transitan a través de las páginas de esta historia. Está el fracaso de Aurelio Blanco, un integrante de la clase media que debido a una serie de eventos se verá convertido en el yerno de uno de los hombres más adinerados de la ciudad. Su esposa, Alicia, carga sobre sí una personalidad que la convierten en una mujer compleja, segura de sí misma y con capacidad de acción que rebasa por mucho la de su pusilánime marido.
La historia comienza con Blanco (nada azarosa la selección de tal nombre) el día que abandona la celda del presidio en donde ha pasado los últimos quince años. La razón de tal cautiverio tiene dos explicaciones, según la versión de quien la cuente: para el apocado Yeyo implica la salvación del nombre de la familia, el ascenso a “ser” alguien dentro del clan de los Flores; para el patriarca de la familia implica librar la cárcel y evitar ser señalado como uno de los operadores del lavado de dinero del crimen organizado; para Alicia es una condena a la desintegración de su propia familia cuya víctima más evidente es la hija que han procreado.
Blanco se ve manchado de improviso y sin mucho campo de maniobra por la ambición de la clase empresarial representada por la inmobiliaria de su suegro. Pasa de ser el muchachito que, debido a sus continuos sacrificios, salva en variadas ocasiones a la familia, a ser el cómplice de una serie de acciones que convertirán su vida en un infierno, tranquilo purgatorio, pero condena al fin. Representa, en ese sentido, la manera en cómo la corrupción ha permeado todos los estratos de la sociedad. Una sociedad en donde la homogeneización parece la tendencia y la norma; la corrupción ya no es sólo la de los marginales en busca de la sobrevivencia a través de la violencia, o la del cuello blanco que hermana a las clases altas con el delito de las grandes ganancias, ahora también incluye a una clase media que aspira a llegar a los sitios que le han sido vedados por décadas. Blanco, como un Ícaro ingenuo, se acerca al sol y termina tatemado.
Hay una diferencia fundamental en esta novela con respecto de los trabajos previos del autor. Es narración pura. La trama fluye de manera vertiginosa como en una buena novela negra. No hay fragmentos citables o joyas de sabiduría que emanen de los labios de los protagonistas. El humor irónico también ha desaparecido y lo que sobrevive es narración pura y dura. Acción tras acción vemos cómo los nudos se tejen de manera tensa hasta un desenlace pirotécnico pero eficaz.
Hay, también, en el conjunto, una reflexión acerca de la historia reciente de México. De la manera en cómo las dinámicas de su sociedad se han visto trastocadas y reconstruidas merced del dinero que generan los delitos del crimen organizado y la corrupción política que se da por sentada. Porque para construir Olinka se tuvo que desplazar a los primeros dueños del sueño, los campesinos que son desalojados con métodos dignos de la mejor mafia del mundo: la amparada por la omisión o comisión del Estado.
Olinkaes, a final de cuentas, una obra que refleja de manera efectiva parte del espíritu de esta época oscura que nos ha tocado transitar en México; una radiografía de cómo la ambición tiene distintas proporciones pero es el motor de millones.~
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