El castillo de If: En el principio es la lectura

Un texto de Édgar Adrián Mora

 

Seamos seres hedonistas —gozadores de páginas— que seducirán a otros por la lectura, remitiéndose a su experiencia propia con tal o cual título. La lectura sólo se puede propagar por la tarea lenta de contagio, es un asunto de comunicación y familiaridad con los oscuros objetos del deseo. Por pura insatisfacción, por sed, por descobijo, por placer, por extendernos, por entendernos, por hacer de los años de gracia que nos permite la vida una opción más rica, hurguemos en los libros, pactemos con las palabras, arrullémonos con ellas y dulcifiquémonos, rabiemos, lloremos y riamos. Seremos gratificados. El contagio por la lectura es una tarea lenta que no ofrece cifras glamorosas en las estadísticas oficiales, ni eleva la productividad y el ingreso per capita en corto. La sed por los libros debe ser auténtica, como lo es el deseo de escuchar una canción una y otra vez. Y esa sed requiere de reconocerla, de apaciguarla a paladas de aventuras inciertas entre palabras.

LA IDEA DEL «libro de texto» es una de las más extendidas dentro de los modelos de educación a partir de la modernidad. Existe en las librerías incluso una sección que se dedica a la exposición y venta de estos materiales. ¿Qué es el «libro de texto»? Un material didáctico diseñado por una persona para intentar que el usuario aprenda algo o desarrolle una determinada habilidad. Suena aburridísimo, casi robótico.

Esas ideas rondaban mi cabeza cuando inicié con la lectura de Leo, luego escribo: ideas para disfrutar la lectura (Lectorum, 2013) de Mónica Lavín (Ciudad de México, 1955). Sin embargo, mis expectativas prejuiciosas fueron traicionadas. Con un propósito didáctico claro, el libro deriva en un discurso y una forma distinta de lo común en lo que respecta a este tipo de textos. Hay una serie de registros que mezcla por igual el ensayo, la autobiografía, la teoría narrativa básica y la antología.

Por una parte nos encontramos con una defensa apasionada de los libros y de lo que representan históricamente. Hay una pasión evidente que se mezcla con ejemplificaciones de textos clásicos, como el Quijote, discursos emitidos por escritores variados, rarezas o anécdotas biográficas que hacen parecer a la literatura y sus productos como algo cercano a la magia; magia que ocurre en el intelecto y en el corazón.

Aunado a esto, nos hallamos ante la narración de pasajes de la vida cotidiana de la autora (su hija y ella escuchando «(I can’t get no) Satisfaction», por ejemplo) que sirven para mostrarnos la manera en cómo la lectura y los libros se permean y mezclan de manera indeleble con la vida. El mundo, para un lector, siempre es un ente en movimiento, transformándose continuamente.

Al mismo tiempo, acudimos a una exposición didáctica y entretenida de los elementos que conforman el relato: la trama, los personajes, la perspectiva, los tipos de narrador. No hay prescripción en estas exposiciones y eso se agradece. Hay, en todo caso, la analogía entre esos términos técnicos y la forma en cómo operan en la vida real y en relatos a los que nos enfrentamos de manera cotidiana.

Una de las cosas más valiosas es la curaduría de los cuentos incluidos en el libro. Funcionan como ejemplo de los términos expuestos pero, al mismo tiempo, son caballos de Troya que incitan a la curiosidad por determinado autor y su obra. Los cuentos antologados comienzan con obras recurrentes en otros compilados, como «El corazón delator» de Allan Poe o «El almohadón de plumas» de Horacio Quiroga; pero después viene una serie de relatos que van creciento en cuanto a elementos de sorpresa: «El collar» de Guy de Maupassant, «El enemigo» de Chéjov, el hermoso «Olaff oye tocar a Rachmaninoff» de Cary Kerner, el evocador «El faro» de Arturo Vivante, «Lucy y el monstruo» de Ricardo Bernal y el casi perfecto «Un largo paseo hasta siempre» de Kurt Vonnegut.

Hay, al final, una serie de ejercicios que pueden funcional muy bien para un taller de escritura creativa y que parten de replantear lo leído en los relatos antologados.

Disfrazado con un aspecto similar al de un «libro de texto» más, esta obra es una sorpresa dentro del universo de muchos de esos aburridos manuales. Puede resultar muy útil para profesores de Lengua y coordinadores de talleres de creación a nivel básico. Pero también puede ser una compañía agradable para una tarde sin más pretensiones que disfrutar de una lectura interesante.~