80P1VM/84: Jaisalmer, un safari y la Feria del desierto

#post_80P1VM/84 de 80 en 1 vuelta al mundo, de Humberto Bedolla

 

–AVISAME –LE DIGO a Arancha– cuando tenga que subir el límite de la negociación.
–Sí, sí. Tú muerde –me grita ella a mis espaldas.

Yo salgo corriendo y paro un tuc tuc. Le digo al conductor dónde quiero ir, cuántos kilómetros son y que quiero usar el taxímetro. Ellos, todos los indios, y en especial los conductores de tuc tuc, ríen. No, no, me dicen con la cabeza. En realidad es un gesto raro, como si fueran esos muñecos que tienen un resorte en la cabeza y que se agitan de un lado a otro pero que no dicen ni sí ni no. Le digo entonces lo que le quiero pagar. Y ellos vuelven a hacer ese gesto, ni sí ni no. Y ríen. Ríen muy fuerte. Y comenzamos la negociación. Somos turistas y nos ven como monederos andantes, así que si queremos pagar como locales hay que dedicar mucho tiempo a regatear, mucho y muy fuerte.

Arancha se acerca a mí y me dice:

–Sube el límite, que ya llevamos aquí 15 minutos.

Entonces yo suelto el brazo y le digo que le doy 10 o 20 rupias más. Y lo despacho.

–Vete. Vendrá otro que si quiera trabajar.

Y se va, y llega otro y volvemos a empezar.

La dinámica es dura, y si fuera una vez al día sería divertido, pero no lo es. Es cansada. Finalmente aflojo la mandíbula, y me limpio la sangre. Pero ya la probé, la sangre, y es adictiva. Así que entramos a un bazar, o a un café o a un hotel o a donde sea, en cualquier lugar que haya que hacer una transacción económica que son todos los lugares, y aprieto los dientes y gruño y luego muerdo. Y muerdo duro. ¡Sangre!, grito.

Arancha me pasa la mano por la espalda y me calma. Me avienta un dulce, o unas galletas, o me dice que nos dirigimos a algún restaurante y yo me calmo.

–Antes vamos a ver el fuerte –dice.

Porque en todas las ciudades del Rajastán hay fuertes. En Jaipur, en Jophpur, en  Jaisalmer, en Bikaner… y vamos a ver el fuerte del maharajá en cuestión. Pero en Jaisalmer hicimos cosas diferentes. En el extremo más occidental del Desierto del Thar, casi en la frontera con Pakistán, se celebra el Festival del desierto y se hacen safaris en camellos.

En el Festival vimos el concurso de los camellos mejor vestidos, vimos al ganador del mejor mostacho del desierto, hubo concurso de turbantes, vimos caballos, elefantes y militares como si estuviéramos en el siglo xviii.

Nos emocionó tanto que hicimos un safari en camello por el desierto: dos días andando sobre un bicho de estos mientras andamos y andamos y andamos por el desierto viendo dunas, carreteras que parece que no van a ningún lado, algunos otros camellos y molinos de vientos modernos, para generar electricidad. En la noche dormimos al lado de una fogata con una colcha que olía igual que yo, a camello. Y mientras dormíamos y olíamos a camellos vimos pasar las estrellas, escuchamos los ruidos del desierto y recordamos los mostachos y turbantes. Yo recordé a los conductores de tuc tuc y me di cuenta que llevaba varios días sin regatear ni morder, y me sorprendí pasándome la lengua por los labios como limpiándome la sangre. No, no echaba de menos el sabor de la sangre, solo las risas.~