80P1VM/85: Kathmandú e Himalayas

#post_80P1VM/85 de 80 en 1 vuelta al mundo, de Humberto Bedolla

 

—EN LA ÚLTIMA semana del viaje, ¿nos quedamos en India o nos vamos a algún otro lugar?
—Nos vamos.
—…
—¿Katmandú?

Llegamos al aeropuerto; visa de una semana; intentos infructuosos para sacar dinero local; un taxi prepago y un hotel en medio de la ciudad.

—Vamos, a caminar.

Salimos en busca del durbar –el palacio real– de Katmandú. Y lo encontramos destrozado. Han pasado varios años desde el terremoto que todo lo destruyo, y aunque están trabajando en ello, los templos del palacio están en ruinas. Son polvo, como todo el país. Real y no metafóricamente hablando, todo Nepal es polvo.

Al llegar a Katmandú lo que se ve es polvo. Un polvo gris, como si fuera cemento; muy diferente a la arenosa zona del Rajastán, que es desierto. Y ese polvo estará en todos lados: las calles, casi todas sin pavimentar; los pueblos apartados y con capas de polvo; el Himalaya, polvo; los templos, en ruinas y más polvo; la selva, polvo. Todo es polvo.

Ver el durbar de Katmandú en ruinas oprime el corazón. Se siente –aún sin ser nepali– que algo se ha perdido. Arancha lloraba de tristeza, “está todo hecho polvo”, decía.

Mientras llorábamos la pérdida sentíamos la influencia de la montaña. En la ciudad hay solo tiendas de recuerdos y de artículos de montaña. Todos llegan a Katmandú para ver o escalar los Himalayas. Las Montañas, con mayúsculas. El techo del mundo, los ochomiles… esta vez, sin ser ni nepalí ni montañero, uno voltea a las montañas.

Nos fuimos a Nagarkot, un pueblo al norte de Katmandú que se puede decir es el inicio de la gran cordillera.

Llegas, haces un trekking y subes a un mirador. Ahí están, las montañas, todas las que se pueden ver, y hay más, muchas más. Ese pico, dice un local, es un ocho mil. Ese, un siete mil. Ese otro es pequeño, un seis mil. Y allá, ese pequeño triangulo, ¿lo ves?, pregunta. Ese es el Everest. Yo solo miro sin decir nada, tampoco sin pestañear. Los Himalaya, pienso, no sabía que eran así… creo que nadie lo sabe hasta que los ves de frente. Son imponentes, son demasiado imponentes. Sabía que eran grandes montañas pero no sabía que eran majestuosas.

Nos vamos, preguntó Arancha. Y yo no sabía si se refería a irnos del mirador, de Nagakor a Katmandú, o de Nepal. En cualquier caso respondí “No. Quedémonos un poquito más”.~