La primera vez, otra vez

Hay unas experiencias que se te olvidan pero hay otras que no. «Esas primeras veces, esas sí que no se te van a olvidar.» Un texto de Nadia Orozco /ilustración Cristina Sánchez Reizábal

 

UN DÍA, LA vida se vuelve aburrida. No por algo en particular, sino por todo. Será sintomático de irse aproximando a los cuarenta, aunque digan que los cuarenta son los nuevos treinta, a mí que no me cuenten que una noche de reventón no es exactamente la misma noche de reventón de los veinte, de los treinta, de los treinta y tantos. Así pasa con todo. A menos que uno tenga espíritu aventurero y los medios para desentenderse de la vida, ésta comienza a ser La Vida, un día igual al anterior, una y otra vez, mes tras mes, año tras año.

Todo empieza a repetirse. Más exactamente, empiezas a darte cuenta de que se repite hace mucho tiempo: los mismos problemas familiares, el mismo el dinero que «no me alcanza», la misma cantaleta «no tengo tiempo para nada». Hasta las películas en el cine empiezan a parecer las mismas, y es que hasta a la industria cinematográfica, de un tiempo acá, produce la misma fórmula en la misma película, con los mismos actores, una y otra vez. Encender la tele no es mucho mejor, aunque la variante hispanoparlante de las mismas series estadounidenses repetidas una y otra vez es todavía peor.

Las amistades también se repiten: son las mismas charlas, las mismas jaulas mentales, las mismas dudas. Es el mismo lugar para tomar el mismo trago y escuchar la misma música que no deja oír la misma plática que siempre se repite. Es frecuentar los mismos cafés, leer a los mismos intelectuales en los mismos diarios que dicen las mismas cosas hace diez o veinte o treinta años: estuvimos, estamos, estaremos en la misma crisis. Pero nosotros, ¡ah!, nosotros no somos los mismos porque ahora nos hemos dado cuenta de esa repetición, repetición, repetición.

[pullquote]Las amistades también se repiten: son las mismas charlas, las mismas jaulas mentales, las mismas dudas.[/pullquote]

Y entonces, con la treintena, si tienes mucha, mucha, pero mucha suerte, si te diste la oportunidad,  si fuiste elegido más que elegir en realidad, si la vida te sonríe y la dejas, ocurre que, casi de pronto y casi en un abrir y cerrar de ojos de unas cuarenta semanas, tienes en tus brazos una pequeña versión de ti mismo. No es tú, ¡pero cómo se parece! Y además de tus manos y tus ojos, tiene eso que ya habías olvidado: el asombro en los ojos, la novedad en la punta de los dedos, y a sus pequeños pies todas esas primeras veces que ya se te habían olvidado.

Porque claro, tú ya no te acordabas que una vez hubo una primera vez en la que probaste un mango, en la que tus manos acariciaron un gato, en la que viste y sentiste y oliste la lluvia, y en la que inventaste el caminar mientras lo aprendías a tumbos y traspiés. Se te había olvidado lo que es emocionarte con una canción, con una palabra recién aprendida, con la hora de la merienda y las galletas y el té.

Y entonces empiezas otra vez a contar nuevas primeras veces: la primera vez que sonrió, la primera vez que gateó, la primera vez que dijo «mamá» o «papá» y eras tú. Y esas primeras veces, esas sí que no se te van a olvidar. Será porque la rutina, la repetición, la vida, se encargó de hacerte olvidar las tuyas, que estas, las primeras veces de tu pequeño o pequeña, se van a quedar contigo para siempre.~