El mundo siempre se ha acabado
«Que el mundo va a acabarse no es ninguna novedad para mí, no debería ser una novedad para nadie. De hecho se ha acabado en grande muchas veces, cuando alguien decidió que la historia volvería a dividirse y contarse desde un nuevo año cero. Se acabó en grande cuando la tierra dejó de ser el centro del universo y se convirtió en un pequeño rincón del cosmos infinito.» Hay finales en esta vida que son en si mismos el fin del un mundo.
ENTONCES, ME HA resultado al menos curioso esta cuestión de que el mundo vaya a acabarse a fin de año, o a principios del que viene, o en algún momento muy próximo que amenaza con borrar de un soplo energético a los qué, a los cuándo, a los dóndes y a los quiénes. Es al menos atendible, que no sólo aquellas cosas que no me resultan meramente atendibles, sino también seres humanos a los que respeto, he querido y aun quiero, me hablen del fin de este mundo, el del graznar de las palomas insoportables en las afueras de este comedor que también va a acabarse, éste comedor que me rodea, esta sala, esta silla, este libro de cuentos de Cortazar que me obsequiaron y todas estas notitas interminables que voy dejando por doquier. Todo, indefectiblemente, va a acabarse, en diciembre, en enero o febrero a mas tardar. O, por caso, cambiará la energía que circunda en el planeta y viviremos de manera distinta. Si algo cambia, lo que sea, ojalá sea el capitalismo.
De niño siempre me maravilló la magia, me sigue maravillando aun hoy a sabiendas de que no es posible. Mis padres una vez me regalaron una caja de magia que tenía innumerables objetos «mágicos» dentro de ella, con los cuales yo, sin tener nada de mago, podía hacer magia. Había una especie de palito de helado, era bastante simple y bastante obvio. Era una tablita de madera plana que tenía el dibujo de una galera de mago en uno de sus extremos, una galera negra típica con una cinta blanca. Si uno giraba rápidamente el palito, aparecía la otra cara, en la que de la misma galera sorprendentemente surgía un conejo amarillo. Uno podía pasarse horas haciendo «magia». Recuerdo las sonrisas de mis padres y de mi hermana menor al descubrir a ese conejo «mágico» «impensado», irrumpiendo el espacio de lo banal con su mágica aparición. Yo era consiente de mi incapacidad de hacer aparecer nada y mi familia también lo era, pero todos sonreíamos, incluso yo, el embaucador que giraba el palito, sonreía mostrando todos mis dientes faltantes y en crecimiento. Quizá resulte que muchas veces vemos las cosas como necesitamos verlas. Yo muchas veces necesité ser un mago pero jamás creí en la magia aunque actualmente me fascine ante aquellos que me engañan con trucos e ilusiones.
Que el mundo va a acabarse no es ninguna novedad para mí, no debería ser una novedad para nadie. El mundo, este de magos y cenicientas, de besos que se cuelan por los reveces de las lógicas gestuales, de letras que se rompen por maltrato y por ser incapaces de soportar sentimientos que no pueden contenerse en miles de idiomas; este mundo, de apuros para apurarse, de demoras para poder demorarse, de cajas parlantes y ensordecedoras, de gritos contenidos y de estupideces gritadas hasta el hartazgo; este mundo, de amores privados y obscenidades publicas, de semáforos, de plazas que se vacían de niños y se llenan de uniformados, de poesía de mensaje de texto, de modelos; este mundo, absurdo, filosófico, cristiano, matemático, tan falso como verdadero, tan lleno de todo como vacío de tanto. Este mundo que tiene de mágico quizá lo que tiene también de real y de monstruoso, esté mundo persiste en acabarse.
No puedo evitar recordar a mi hermana, pequeña, girando ese palito «mágico» y creyéndose aun su propio embauco, sonriendo porque aparecía un conejo amarillo alegre donde sólo había una galera, una galera negra y aburrida. La recuerdo como si fuera hoy con su vestido celeste y sus bucles castaño oscuro mostrando sus dientes pequeños de leche, abrumada con un palito de magia.
Que el mundo va a acabarse no es ninguna novedad para mí, no debería ser una novedad para nadie. De hecho se ha acabado en grande muchas veces, cuando alguien decidió que la historia volvería a dividirse y contarse desde un nuevo año cero. Se acabó en grande cuando la tierra dejó de ser el centro del universo y se convirtió en un pequeño rincón del cosmos infinito. También se acabó en grande cuando las cruzadas religiosas intentaron decirle al mundo cómo es que el mundo debía ser. Pero el mundo entiende nada de deberes y persiste en ser plural, en ser tan claro como obscuro y tan moral como trágico según las mentes que lo piensen. Se acabó en grande cuando le rotularon guerras a su nombre mientras un puñado de imbéciles jugaba a los soldaditos con sangre humana, que se derramaba por todos los bandos y era toda tan roja que no había diferencia. Se acaba todos los días para aquel que sólo tiene sueños, se acaba porque no puede dejar de hacerlo, porque este acabar(se) está en nosotros que lo miramos sin verlo.
Siempre se ha acabado el mundo, cada vez que hubo nacido, cada vez se hubo acabado. Porque «Él Mundo», es una categoría que inventamos para poder hablar de ello, pero no es ni por asomo, algo de lo cual podríamos esgrimir un comentario certero. Somos nosotros los mundos que se acaban, ineludiblemente, absurdamente, fisiológicamente, este y ningún otro, es el mundo que se acaba siempre, el mío, el único que tengo.~
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