Más que un entrenador
CORRÍA EL AÑO 1990, Barcelona organizaba los Juegos Olímpicos en los que la selección de fútbol (con Guardiola en el campo) se quedaría con la medalla de oro y la ciudad cambiaría para siempre. Para entonces, el Real Madrid tenía 25 títulos de Liga por apenas 10 de los catalanes, no había color entre unos y otros.
Pero por el banquillo azulgrana aparecía Johann Cruyff, que traía una nueva idea, una filosofía que se impondría definitivamente en el club, a fuerza de campeonatos. El fútbol total de la Naranja Mecánica se convertía en un fútbol alegre, ofensivo, abierto atrás, pero fantástico, brillante adelante.
En el medio era lento. En el medio ya no se corría, la “furia española” la reemplazaba Cruyff con un niño de 19 años que se la pasaba pensando. Recibía y buscaba el pase perfecto, no solo al compañero mejor ubicado, sino a aquel al que la jugada le daba más ventaja. A ese mismo chico, Cruyff lo tuvo que quitar del campo un día al grito de “hasta mi abuela corre más que tú!”.
Pero Cruyff sabía lo que hacía, sabía que no necesitaba un mediocampo que corriera, sino que jugara, que pensara, para correr ya tendría a los de arriba, y a los de abajo. En el medio que corriera el balón… Guardiola se hizo grande como jugador en ese Barcelona que ganó cuatro ligas consecutivas. Pero fue mucho más que eso, se convirtió en el líder, en el cerebro, no solo de un equipo, de una manera de ver el fútbol, de jugar, que perduraría durante años y de la que sería, 20 años después, el punto culminante.
Después del fenómeno de Cruyff pasaron varios entrenadores, que sin apartarse de la idea inicial, la que había triunfado, tenían estilos ligeramente distintos: Bobby Robson y Louis Van Gaal ganaron títulos pero apenas consiguieron mantener el estilo, sin depurarlo.
La llegada de Frank Rijkaard le dio el empuje definitivo, él no solo era holandés, como Van Gaal, sino que se afiliaba directamente a las ideas del gran Johann. A pesar de un comienzo nefasto, el respaldo del club le permitió a Rijkaard armar un equipo sensacional, donde brillaba Ronaldinho con estrella propia, donde aparecía el pequeño Messi.
La clave ya estaba en el medio, allí Deco y, fundamentalmente, Xavi, hacían gala de la mejor virtud de un mediocentro, hacían correr el balón, corriendo muy poquito. Todo estaba listo para el toque final, para llegar a convertir al Barcelona en el mejor equipo de la historia del fútbol, y el toque final sería el de aquel chico (ya hombre) que pensaba para que los demás corrieran.
El 3 de Mayo de 2008 el presidente Laporta anunció la contratación de Josep Guardiola como nuevo entrenador del Barcelona. La apuesta era fuerte, Pep solo había dirigido al Barcelona B en la cuarta categoría española. Los que recordaban su paso por el Camp Nou sabían que no, que su carácter y conocimiento del juego estaba asegurado.
El primer partido oficial fue derrota contra el Numancia. Después no perdió nunca más, o muy pocas veces más, solo 10 partidos de Liga en 4 años, una locura. Y, a pesar de eso, nos atrevemos a decir que esto no es lo importante del legado de Guardiola, los números van y vienen, lo que queda es un estilo de juego que transformó al Barcelona en el mejor equipo de la historia, sin discusiones, o con las discusiones eternas que permite el fútbol.
Tuvo su símil en el mediocampo: Xavi Hernández, el hombre pegado al balón, rodeado magníficamente por Iniesta, un talento de simpleza e imaginación frontal. Y, sobre todo, tuvo a Lionel Messi, el mejor jugador del mundo en el mejor equipo del mundo, una perogrullada para disfrutar por siempre. También supo cambiar para que nada cambie, Eto’o fue el máximo goleador en la primera temporada, pero lo dejó fuera porque no había “feeling” con el “que corría como negro para vivir como blanco”. Su reemplazante, Zlatan Ibrahimovic, le volvió a fallar en el mismo punto. Finalmente, ha sido Alexis Sánchez el elegido para desequilibrar adelante, un jugador que a la enorme calidad que atesoran sus pies, le agrega una dosis de sacrificio que se hacía necesaria para complementar tanto cerebro pensante.
Desde el banquillo, Pep les exigió que cuidaran la pelota, que la tuvieran siempre; desde las ruedas de prensa, les inculcó una manera de ser y jugar que contrastaba diametralmente con la que imponía Mourinho en el Real Madrid. El fútbol del Barça era serio pero alegre, exigente pero natural. Y esa grandeza, fácil de reconocer en las victorias, brilló como nunca a la hora de las derrotas.
La síntesis final fue la de todos los jugadores tomados de la mano en el centro del Camp Nou, celebrando la despedida, a pesar de las derrotas, a pesar de que ninguno de los dos objetivos grandes de la temporada se habían alcanzado, disfrutando del juego, del fútbol, despidiendo como Campeón al más Campeón de todos. Deja al Barcelona con 21 títulos de Liga, por 32 de los del Madrid, y con dos Copas de Europa más. También deja la escuela en su máximo esplendor, y quedará su segundo, Tito Vilanova, con la responsabilidad de darle continuidad al estilo.
Pero no será lo mismo, es imposible repetir la autoridad y la sapiencia del chico que nació mandando en el club, en ese mediocampo en el que se plantaba para mandar correr a los que tenía a su lado. El Barcelona seguirá jugando bien, Messi seguirá brillando, Villa marcando, y Cesc llegando, pero ya no será lo mismo. Puyol y Xavi ya están anunciando el adiós, quizás entonces, cuando pasen unos años, y el mediocentro actual sea el entrenador del futuro, la historia se repita. Ojalá.
Guardiola fue Campeón por todos los títulos que ha conseguido como entrenador del Barcelona, eso es inobjetable. Pero si fuese solo eso, no sería su imagen tan grande, su despedida tan emocionante, las lágrimas de Puyol tan profundas. Las millones de pancartas que desplegaba la afición el día de la despedida se repetían unas a otras, la mayoría ponía “Gracies, Pep!”, pero había una entre todas que resumía perfectamente el concepto y que a Guardiola le hubiese encantado divisar desde el terreno de juego, ponía: “Pep, ens has fet a tots mes humans” (“Pep, nos has hecho a todos más humanos”).~
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