Polonia vive en la Eurocopa | Blog vozed

Varsovia, la superviviente, una y mil veces destruida y reconstruida, la última vez después de la Segunda Guerra Mundial, a imagen y semejanza de lo que era en el Siglo XVIII, ha levantado un Estadio maravilloso que desde la Plaza del Castillo, reclama la atención del otro lado del río Vístula. Luego adornada con tremendos bloques comunistas, el más alto, el PKIN (Palacio de la Cultura y las Ciencias), donde se ha montado la Fan Zone; ahora con edificios modernos, ascensores a la vista y carteles de las empresas que dominan el mundo entero, todo ello construido sobre las ruinas de lo que alguna vez fue el barrio judío y el gueto de Varsovia (no se puede dejar de volver a ver “El Pianista” para hacerse una idea de lo que pasó y cómo quedó la ciudad en 1945). Los polacos han decorado sus coches con banderitas y cubre-espejos blancos y rojos (bialo y czerwone), y conquistado a todos los hinchas europeos (con la triste excepción de los rusos) con su silenciosa, amable y apacible hospitalidad, la belleza de sus mujeres y ese cántico que repiten nacionales y extranjeros con la misma energía: «Polska, bialo czerwone…Polska, bialo chzerwone!».

Cracovia mira de reojo la fiesta que tiene la bendición de la Iglesia Polaca, aquí los campos se reemplazan por iglesias y palacios, y el olvido de los judíos de la capital exterminados en Treblinka por el pintoresco barrio de Kazimierz y, fundamentalmente, por el cercano Auschwitz. Allí, el tamaño del genocidio, el horror y el espanto, se respira en el espacio que se recorre entre alambradas y las vías de los trenes de la muerte. Es importante que esté Auschwitz en el corazón de la Eurocopa, justo cuando la crisis del euro nos vuelve a poner cara a cara con un momento peligrosamente similar. Es difícil comprender lo que ocurrió aquí, 1.100.000 personas fríamente asesinadas (con el récord para los judíos húngaros, que fueron más 400.000 en menos de 3 meses). El cartel que da la bienvenida al espanto «Arbeit macht frei» (el trabajo os hará libres), y la destrucción completa de todos los campos (en Auschwitz no llegaron a completar el trabajo), habla aún peor, si es posible, de la atrocidad cometida por la Alemania nazi y consentida por millones de personas.

Camino a Gdansk, donde juega España, visitamos la Basílica de Jasna Gora, en Czestochowa, el santuario de la Iglesia Polaca, donde Juan Pablo II está omnipresente, como en Cracovia, como en toda Polonia. En la antigua Dánzig alemana, la Eurocopa tiene la ciudad tomada como en ningún otro sitio. La naturaleza de Gdansk, una pequeña ciudad de chocolate, y el partido de los irlandeses, fervientes seguidores de su selección, contra los Campeones del Mundo, hace que bares y restaurantes estén repletos de un ambiente de algarabía futbolística que debería servir de ejemplo para las hinchadas sudamericanas.

Gdansk no solo es una preciosa ciudad muy visitada por los turistas alemanes y escandinavos; en la Perla del Báltico es donde el sindicato (Solidarnosc) liderado por Lech Walesa paró los astilleros en pleno régimen comunista, al que acabó volteando gracias a un apoyo popular singular. Ya queda poco de los astilleros y Walesa tiene una oficina en la Puerta Verde, frente al Motlava. Lo que han construido ahora es un bonito estadio que recuerda, a menor escala, al Soccer City de Johannesburgo, y que es mucho más hermoso de noche, cuando se ilumina con el color ámbar, la piedra preciosa símbolo de la ciudad.

España no deja dudas de que vale la pena venir hasta aquí para ver su fútbol, incontrolable para la voluntariosa Irlanda, que se conforma con ser mayoría en las tribunas. Incluso allí, lo que se oye es el «olé, olé, olééé…» de los españoles cuando Xavi gira y toca para Iniesta, que pasa entre dos camisetas verdes como si de guardaespaldas se tratase, y toca para Silva. Hasta el Niño Torres se contagia, mete un golazo, define perfectamente un mano a mano y se convierte en la figura del partido sorprendiendo incluso a sí mismo. La fiesta es completa, marca Silva, y Cesc hace un golazo apenas entra al campo; y puede marcar cualquiera, rematan Piqué, Busquets, el rapidísimo Jordi Alba. Hasta le permiten llegar a Irlanda una vez para que se luzca Iker, sacando una mano prodigiosa. Este es el fútbol que enamora a Europa y al mundo entero. Es cierto que todavía hay que sacar el partido contra Croacia. Es cierto que contra Francia o Alemania se augura que las dificultades serán otras. Pero a este equipo español es una delicia verlo jugar, y no defrauda nunca, puedes hacer 3.000 kilómetros con la seguridad de que van a tratar el balón con el respeto que tu viaje lo merece.