Confesión | Blog Vozed

«Lo confieso: a mí nunca me había interesado la política. Siempre he sido más de libros que de periódicos y soy más de charlar a la hora de la comida que de ver la televisión» Una opinión y confesión acerca de la política

Lo confieso: a mí nunca me había interesado la política. Siempre he sido más de libros que de periódicos y soy más de charlar a la hora de la comida que de ver la televisión. Hasta hace relativamente poco, desconocía por completo quienes eran nuestros gobernantes. Iba a votar, eso sí, puntualmente cada cuatro años [en España]. Lo hacía desde el desconocimiento. Sin haberme leído ni un solo programa electoral, sin saber que rostros se ocultaban tras esos nombres que tan aleatoriamente introducía en el sobre antes de introducirlo en la urna. Carecía por completo de ideología política.

Reconozco que no me siento orgullosa de ello. Mi desinterés constituía una completa falta de respeto hacía la democracia pero, por supuesto, yo aquello no lo sabía entonces. Había nacido y crecido en democracia. Asumía que cada uno de los derechos de los que disfrutaba había estado siempre ahí. Yo jamás había tenido que luchar por nada. La democracia para mí no era un logro conseguido tras años de lucha. La democracia, a mis ojos, era el estado natural de las cosas.

Pero me equivocaba, obviamente. Lo bueno de la ignorancia es que te evita preocupaciones. Lo malo es que, cuando el velo que pone ante tus ojos cae, la información puede resultar abrumadora.

Algo así me sucedió a mí. No sé exactamente qué impulsó el cambio, supongo que fue simplemente la edad. A medida que adquiría nuevas responsabilidades, mis inquietudes cambiaban. Empecé a ver que había cosas a mi alrededor que no estaban bien. Pasé de detestar los periódicos a devorarlos. Todos los días leía los diarios de mayor tirada nacional en busca de respuestas. Quería saber qué sucedía en el mundo, qué sucedía en mí país. Porqué las cosas estaban como estaban. Cuál era la verdad sobre la crisis.

Pero, para mí sorpresa, la verdad no era algo absoluto. Una misma historia contada de dos formas diferentes podía dar a entender algo completamente opuesto. Aquello me hizo comprender que, en contra de lo que yo siempre había creído, la prensa no era imparcial. La prensa era una herramienta más de los políticos para influir en los votantes.

Descubrir que los periódicos respondían a una ideología me hizo abrir mucho los ojos. Empecé a observar entonces que aquellas ideologías eran fácilmente identificables en programas de televisión o en simples conversaciones de sobremesa. Todo el mundo parecía tener una postura, haberse situado a un extremo de la línea. Yo, sin embargo, seguía en el centro, incapaz de decidir.

No sé si porque llegué tarde o porque nunca he sido capaz de tomar decisiones radicales, yo no tenía una ideología. No tenía una creencia firme sobre quienes eran los buenos y quienes eran los malos. Para mí, todos eran malos. No sentía que los políticos gobernaran para nosotros, que velaran por nuestros intereses. Cuánto más sabía sobre política, más crecía en mí la impresión de que los partidos solo se protegían a sí mismos.

Yo creía sinceramente que estaba sola en mi búsqueda. Me sentía como una paria y no me atrevía a hablar con nadie de política porque, cada vez que lo intentaba, mis interlocutores se mostraban confusos sobre mis intenciones. La gente asume que si criticas a un partido, eres del otro. Y, cuando criticas a ambos, se muestran desorientados. Como si fueran tan completamente distintos entre sí que odiar a uno implicara amar al otro.

Entonces apareció el movimiento 15M. La gente llenó las plazas reclamando una democracia real, un cambio. Ellos también estaban desorientados. Toda aquella gente había perdido su punto de referencia en la línea imaginaria de la política. Ver a toda esa gente tan perdida como yo, me hizo comprender que el problema no era mío: el problema era del sistema político. Era obvio que ya no funcionaba. La política ya no obedecía a los intereses de la democracia, velaba por los intereses de los poderosos. Personas que, en su ansía de poder, habían olvidado quienes les habían puesto ahí y para qué. La democracia, no lo olvidemos, es el predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado. Aquel 15 de Mayo, en la madrileña plaza de Sol, miles de personas se reunieron para recordarlo.

Hay quienes dicen que el 15M no consiguió ni conseguirá nada. Yo discrepo. Creo que aquel día muchas mentes que habían estado adormiladas hasta entonces, despertaron. Las personas como yo, que no hablaban de política ni se interesaban por ella, empezaron a hacerlo. Comprendieron que la política no es una ideología o una doctrina de partido. La política no es decir que sí a todo lo que digan los tuyos y rechazar todo lo que proponga otro. La política es debatir, argumentar, defender tus ideas. La política es buscar el bienestar general por encima del propio. La política es el medio que la democracia utiliza para garantizar el «predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado». El pueblo elige a los políticos en representación suya, no en sustitución. Un político no puede, ni debe, elevar su voz por encima de la de sus votantes. Un político es, simplemente, un empleado de la democracia.

El 15M ha traído la política a las plazas, a las oficinas, a las sobremesas… Ya no hay silencios incómodos ni miradas desconcertadas ante opiniones contrarias. Ahora hay diálogo, hay debate. La gente tiene ideas propias y las defiende. Ya no tienen miedo de pedir, de proponer, de exigir lo que consideran justo, de denunciar lo que creen inadmisible. Ya no somos indiferentes a nuestra democracia. Hemos descubierto que nuestro futuro esta intrínsicamente ligado al del país, que nuestra nación está formada por quienes aquí habitamos. Queremos luchar por él. Queremos defenderlo. Hemos abierto los ojos. Ahora, por fin, nos toca hacer política a nosotros.~