Tratado sobre la Complicidad

En mi arrebato me lanzo a escribir sobre la complicidad sin tener la deferencia de verificar cual es el Real significado que le da la Academia Española, pero como de la complicidad de la que tratamos es de la que somos cómplices tú, yo, vosotros, entonces sabemos de que estamos hablando, y estamos hablando de eso, de nuestra complicidad y no de la que viene en el gran libro; y si empezamos por ser cómplices diremos que de momento hay una complicidad inherente entre nosotros.

Complicidad es el sustantivo, la palabra madre; sin embargo, cómplices, por ser el adjetivo calificativo de todas las personas del plural, y por ser la complicidad una palabra eminentemente pluralista, pasa a ser cómplices la palabra con más fuerza de la familia. No sólo es la más fuerte sino la que nosotros, es decir vosotros, mis “compinches”, y yo, más utilizamos. Incluso me permito recordar la existencia de una película titulada “Cómplices” y aunque mi modesta cultura cinéfila no me deja recordar de qué trataba, todos lo empezamos a intuir.

¿Lo intuímos? Cómplices pueden ser muchos, pero lo mínimo que necesitamos son 2 (dos) y, sorprendentemente, nos encontramos con que dos cómplices parecen ser más cómplices entre sí que tres cómplices, y así sucesivamente. De ello deducimos que la mejor complicidad es la que hay entre dos, y que cuando se habla de cómplices inicialmente pensamos en ese número.

Ahora bien, tiene esta palabra otra característica igualmente importante: la equidad de la calificación del adjetivo. Cuando hay cómplices, un cómplice es tan cómplice como el otro. Ahondando más en la palabra descubrimos que los cómplices, es decir, la complicidad, tienen que tener un fin. La complicidad pasa a ser un acuerdo tácito e implícito alcanzado en pos de ese fin.

Nuestros cómplices favoritos, y creo que tendría muchas chances de ganar si apostara que por aquí venía aquello de la película, son los que se ponen de acuerdo para cometer un robo. En este caso, el fin es el robo, una ventaja que podría ser para ambos o para uno de los dos, y la complicidad estaría dada por una serie de planes, acciones y ocultamientos previamente acordados. Aquí notamos que si bien la complicidad es equitativa, la ganancia que de ella se obtiene no tiene por qué serlo. Se puede ayudar a alguien a ganar una carrera y no ganar nada siendo cómplice del ganador.

Como temo que se haya perdido el hilo de la cuestión que aquí nos compete volvamos a ella, y a un detalle interesante, la temporalidad de la complicidad. Acaso cuando hay cómplices esa complicidad es para siempre? En el caso del robo parece evidente, los ladrones quedan presos de esta complicidad. Pero qué pasa cuando el fin es menor y, por cierto, la complicidad no es tan fuerte. Por ejemplo, dos personas que se complotan en una reunión para obtener la resolución que les conviene. Parece ahora que en la siguiente reunión el complot puede variar y haber distintos cómplices.

Visto de este modo nos vemos obligados a hablar de la complicidad como una situación momentánea que puede durar más o menos tiempo. Lo inherente a esto es que al cambiar los cómplices, los antiguos cómplices pueden seguir creyendo en una “falsa complicidad”, es decir, pueden creer que son cómplices y no serlo. En este caso, parece ser que una persona puede actuar como cómplice sin ser correspondido en sus acciones. Y como la complicidad está basada en un acuerdo implícito no parecería tener mayores derechos a quejarse de esta situación.

Esto nos demuestra que para que haya complicidad se hace necesaria una confianza y un conocimiento a priori de las acciones que van a ser tomadas por su cómplice. Esa confianza y ese convencimiento de que actuará según lo previsto es lo que convierte a la complicidad en un acuerdo tácito fácil de alcanzar pero muy difícil de mantener con el transcurso del tiempo.

Esta complicidad es más fácil de sostener cuando el fin es muy importante para los cómplices o cuando estos tienen comportamientos y culturas muy similares. En el primero de los casos porque no se dudará en cumplir con su parte del “contrato”, en el segundo porque se tiene un alto conocimiento de las posibles acciones y actitudes del cómplice. Particularizando en el segundo punto, es evidente que cuanto más disímiles sean las formas de actuar y las culturas particulares de los cómplices más difícil se hará mantener la complicidad debido a la inseguridad sobre el comportamiento del otro en los diferentes actos venideros.

Alguna vez me preguntaron si éramos cómplices. Pude responder que sí pero decidí responder que no; la respuesta nunca pudo ser definitiva, en todo caso siempre dependerá del momento, de la situación y del fin. Más aún, recuerda que si respondes afirmativamente a esta pregunta pones en situación de cómplice a tu interlocutor, y se obligan tácitamente a seguir una conducta preconcebida.

Pero la característica fundamental de esta pregunta es la pregunta en sí misma. Se habló aquí de que la complicidad exige un convencimiento sobre el comportamiento de los cómplices, en este caso, la simple pregunta, la duda, rompe la posible complicidad. El intento por verificar un acuerdo tácito principia por romper ese acuerdo en un intento de convertirlo en un contrato. Por eso, si vuestro cómplice os pregunta: ¿SOMOS CÓMPLICES? Desconfíen de esa complicidad.~