Eran otros tiempos

La autora nos cuenta como el “Sexo, drogas y rock and roll” es más que uno de tantos eslóganes que escuchamos actualmente: fue la definición de toda una generación que a la postre sería la más poderosa e influyente del mundo.

 

Imagina que vas sobre un bote, en un río, con árboles de tangerina y cielos de mermelada. Se escucha la guitarra estridente de Jimmy, y Janis te mira tristona, mientras a Bob le tapa la sonrisa la armónica y los tiempos están cambiando. Aunque eran otros tiempos. Y es que siempre lo son.

Eran los tiempos del sexo, las drogas y el rock and roll. La generación de los Baby Boomers, nacida entre 1940 y 1960, protagonizó los cambios más radicales y acelerados de la historia de la humanidad, y bajo esa triada identificó sus luchas, sus esperanzas y sus desviaciones. Gracias al ánimo triunfalista del bloque occidental, más democrático, sobre los totalitarismos nazi y fascista, aunado a la popularización de los medios de comunicación masiva y a un estado de bienestar que permitió un auge económico sin precedentes, los Boomers fueron la generación que cambió el mundo, para bien y para siempre.

Mientras la Segunda Guerra Mundial abrió el mundo laboral para sus madres, fueron los Boomers los que capitalizaron el poder adquisitivo y de decisión de ellas para avanzar en conquistas sociales sin precedentes: por primera vez, el uso de la píldora anticonceptiva permitía a las mujeres una libertad sexual que sus madres y abuelas nunca conocerían, lo que les daba la posibilidad de tomar decisiones de vida distintas, como el número y el momento en el cual tener hijos. La lenta, pero segura, eliminación de tabús relacionados con el sexo permitía que las mujeres, y los hombres, tuvieran vidas sexuales más plenas e informadas. Y sobre todo, el empoderamiento de las mujeres permitió que, bajo el slogan de “lo privado también es público”, el movimiento feminista cobrara una gran fuerza, llevando temas como el maltrato familiar y la violencia al terreno de lo político. Las mujeres accedieron a la vida pública en tropel, configurando para sí mismas y para sus hijas y nietas un espacio público de aparición que ya será difícil perder.

Por otra parte, los medios masivos de comunicación permitieron, como nunca antes, la masificación de la cultura popular. La música dejó de ser territorio exclusivo de las salas de concierto, y salió a las calles, para mezclarse con los sonidos urbanos y los ritmos negros, dando lugar a géneros nuevos como el skiffle, el rythm and blues y el rock and roll. La guitarra eléctrica, que revolucionara primero el jazz, vino a ofrecer un icono característico para la cultura pop, que se identificaba con sus sonidos estridentes, metálicos e intensos. Del hombro de los Beatles, las guitarras y sus ritmos pegajosos contaminaron a toda una generación, llegando a niveles de manías histéricas que homologaron a la juventud Boomer, borrando las fronteras culturales y nacionales. La música, como nunca antes, unió a la juventud, y le sirvió para manifestar su descontento, su inconformidad y, en ocasiones, su rabia.

Y es que eran momentos duros. Los Boomers vivieron un intenso periodo de acomodo del poder mundial. La Guerra Fría fue el telón de fondo para dividir a las naciones entre buenos y malos, mientras que buena parte de la humanidad miraba horrorizada los asesinatos en masa de la guerra de Vietnam, la amenaza nuclear en Cuba, la segregación social de los afroamericanos en Estados Unidos, los asesinatos de los Kennedy y de Martin Luther King Jr. Muchos de los Boomers se agruparon en torno a causas sociales y políticas, y el avance de los derechos humanos de primera y segunda generación ocurrió gracias a que estos jóvenes activistas se atrevieron a salir a las calles y protestar, aunque en muchos lugares del mundo, no vivieron para contarlo. La lucha social y la conciencia de que ésta valía la pena la heredamos, sobre todo, de los Boomers.

Pero no todo fue activismo y libertad. También la evasión de la realidad a través de las drogas se hizo popular en esta etapa. El uso de drogas blandas como la mariguana se popularizó gracias a la promoción, intencional o no, que músicos y cantantes de rock como Bob Dylan y los Beatles hicieran de ellas. Las drogas duras también hicieron entrada a la cultura pop a través de la música, y la psicodelia y la moda hippie vieron su punto culmen en el Verano del Amor en 1967 cuando los Boomers se enfilaron hacia San Francisco para escuchar a Hendrix, a los Doors, a Janis Joplin y a los Byrds, haciendo evidente para el mundo que sus ideales de amor libre y comunidad estaban ahí para quedarse.

Eran otros tiempos. Eran los tiempos de nuestros padres. Eran los tiempos de las minifaldas, el pelo largo y el amor y paz. Tiempos sin internet y sin la masificación y mercadotecnización de la cultura popular. Tiempos en que la democracia institucionalizada era la única vía, y era suficiente y valía la pena. Tiempos más simples, tal vez, pero también intensos y maravillosos. De aquellos tiempos nos queda tal vez el cascarón, los meros clichés del sexo, las drogas y el rock and roll como símbolos vacíos de ese sentido de comunidad, de lucha social y de rebeldía que los Boomers le imprimieron.

Sexo, drogas y rock and roll, más que uno de tantos eslóganes que escuchamos actualmente, era la definición de toda una generación que a la postre sería la más poderosa e influyente del mundo, y que de nuevo se enfrenta a problemas sin precedentes: sus padres viven más tiempo, sus hijos se quedan más años en casa, sus planes de retiro están en peligro por la crisis mundial. Ese mundo de paz, amor y libertad que ellos soñaron, todavía se encuentra lejos de nosotros. Quizá el internet y el flujo más o menos libre de productos culturales ofrece hoy a la juventud un abanico muy amplio de opciones para definir su identidad, pero también ha resultado en la atomización de los grupos y las sociedades y los ha sumido en un individualismo tal que los aliena de toda responsabilidad colectiva y de todo sentido de pertenencia. Pero quizá #OccupyWallstreet nos está devolviendo la herencia de los Boomers: la identidad transcultural y transnacional, y la idea de que juntos somos más y podemos cambiar al mundo.~