Una de malos con careta pero sin carne ni hueso
A mi abuela le enamoraba la cara de justo de Gary Cooper y sus ojos azul “decente”. Tenía una devoción inexplicable por las películas del oeste, por las fábulas de moraleja blandita. Viniendo de una de las dos Españas, distinguía fácilmente, sin pegar la oreja al suelo, a los pieles rojas de los nacionales y, a los rojos de piel dura, de tanto sheriff suelto. Los malos y los buenos, a pelo y sin montura. Sin matices, sin psicoanálisis, ni giro argumental. La historia la escriben los ganadores y los derechos de autor se tributaban a la arrogancia de estos colonos. Los indios eran calderilla y demasiada multitud para llevarse bien con ellos.
Unos malos, que sí daban susto, eran los que llevaban gafas redonditas de metal que brillaban en la oscuridad, el pelo amarillo en linea o batería, pero en perfecto orden, y pronunciaban una “r” “severra” y “crruel”. Había que buscar una esvástica, si te despistabas con tanto uniforme de color primario. Aun recuerdo a uno de ellos probar de su propia medicina forense y “derrrretirse” ante el Arca Perdida, a lo Caja de Pandora.
La Segunda Guerra Mundial ha dejado un socavón en cualquiera con dos dedos de alma. Los directores más grandes y tiernos no han podido prescindir de un solo plano detalle de la tragedia. Aunque la demencia ganase fuera de plató, los guiones se han encargado de inmortalizar a cada uno de esos millones de judíos. Su memoria no es la salvación, pero se le parece. A mi no se me olvida, y eso que no estuve allí, ni de lejos.
Con el Muro de Berlín enyesado, los uniformes en el contenedor de la ropa usada y las esvasticas en el de papel maché, comienza a estilarse, en el frío invierno, la gabardina de cuello alzado. Hay un género entero de espías soviétic@s y secuelas. Se utiliza la misma“r” “sonorra” y “alarrrgada”, pero el resto del look no es tan opresivo, porque se trata de pasar desapercibid@, y ser un@ más, en el lejano occidente. Así que la gama es amplia y variada; desde atractivas rubias de ondas marcadas, a señores gorditos y calvos que “siempre daban los buenos días”, pero con el requisito curricular imprescindible de un témpano por corazón.
Los responsables de los diferentes agentes 007, con licencia para matar y de conducir coches fantásticos, y más chulo que un 008, se esfuerzan tanto en delimitar las fuerzas del bien del lado oscuro, que los desacoplan, llegando a la fisura, la incoherencia y al chiste facilón. La franja nos da mucha risa y las aventuras de Bond son más “Aterriza como puedas” Style que algún pelo de thriller político. Y es que el cristal con que se miraba era de un grueso antibalas tan opaco como la miras de los viejos colonos. Más transparente, como el agua, era, y por tanto sigue siendo, el original y la adaptación estelar de Le Carré. El inglés, de apellido falso francés, como de doble agente cualquiera, ha vivido, muy digno, de los chivatazos de ingeniosos delatores hasta el día de hoy ,y sin tener que poner su pie diplomático en comisaría, ni pasar por ningún interrogatorio de luz cegadora, alternado con venda en los ojos. Hay quien asegura haber visto al agente Smiley merodear por el último Festival de Venecia, aunque puede que se trate, únicamente, de Gary Oldman o de un León de Oro dándose una vuelta.
Las Guerras del Golfo+la de Libia+ y un largo y salvaje etc… elevado al 11S+7J+11M = viraje de “malos”. La industria de caspa gorda toma como rehenes a los árabes, espléndidos y no tanto, y los pone a todos en el equipo más perdedor del mundo mundial, sin premio de consolación ni palmadita en la espalda. Sirven para un roto y un descosido. Un atentado sangriento o un hurto de pilas en el Mercadona. Rueda de reconocimiento: “el oscurito de ojos negros y barba frondosa a lo Whitman”. Alguna cultura -de igualdad de la mujer- que otra pendiente y el chirrido estridente que hacen los fanáticos, no ayudan a la justicia ni a hacerse con algo más que “un mismo saco”. Y “como tú me odias, pues anda que yo a ti”… Y en eso estamos y no acabamos. Esto está de un serio que aburre y exijo que se me devuelva el dinero de la entrada, o pongo una denuncia en la OCU* o en la ONU.
El número de calamidades es inacabable en pantalla. Desde torpes aprendices de Maquiavelo, hasta psicópatas sin niñez traumatizada. Ni olvido pero perdono a extraterrestres invasores nada E.T., a los padrinos sin bautizo de Coppola, a Gargamel y Azrael sin pitufo que llevarse a la boca, a las brujas y madrastras de Disney -aunque menos a su inspiradora misoginia -, a piratas feroces y sin mohines Sparrow…
Pero sé que estoy a salvo, y ando a todo riesgo, porque no hay un solo caso verídico y documentado, de salto, de uno de esos perversos, al patio de butacas, a lo Rosa Púrpura del Cairo. No es necesario. El mal original, el que sí duele, lo traemos de casa o está sentado a nuestro lado. El diablo anda ya suelto por el aforo o comprando palomitas, antes de que suene Movierecord.
Lo de mentira, con careta, y sin carne ni hueso, no da miedo de verdad. Disfrutemos de sus cuentos de terror, de amor, de misterio o de qué terror da el misterio del amor, y tengamos cuidado al salir del recinto, por si nos atracan una banda de pandilleros fornidos en 5D o nos cae algún pérfido especulador en la cabeza, y nos deje más desempleado todavía, y precario para el resto de nuestra vida.~
Y te faltaron los narcos colombianos malísimos de los 80-90’s. Buen artículo. Algo apresurado el cierre, pero que toca un tema importantísimo en términos del papel que los mass media tienen en la configuración del imaginario.