La casa rota

EN LOS MISMOS días que el Papa visita España el destino y las ganas de caminar me traen al interior de esta antigua casa en la playa. Todo viaje es un viaje espiritual, toda vida lo es. En el cotidiano y entre las mil cosas y códigos que nos envuelven y protegen para poder seguir pareciera que a veces nos olvidamos del alma. El alma que nos ha sido dada a cada uno en este viaje, que nos une a los otros y a las cosas. El alma que es mucho más que estar en paz con uno mismo y el entorno. Aquello que no sabemos exactamente como es, para que está, ni que tenemos que hacer con ella. Esa cosa misteriosa que no para de sentir, que no le alcanzan nunca las palabras; que cambia todo el tiempo porque se deja tocar por todo. Por la belleza y por el dolor, por la verdad y la mentira.

Yo me he dejado llevar por el sentimiento, he dado la espalda a la romántica playa y a la arena; me llama esa antigua y pobre casita. Mientras voy llegando voy reconociendo la historia que la precede; el entorno de la Irlanda rural, la ovejas, la ruinas de la “famine house”[1] en el terreno, perenne, como una prueba de la importancia de la memoria. Dentro de la casa ya es otro tiempo, los muebles, las tazas del te, los pequeñas chimeneas en las habitaciones para quemar el turf (turbera), las lamparillas de gas, las pilas de agua en las habitaciones, la ausencia del baño en la casa. Es el siglo XX industrial que no se decide a llegar a todos lados, y otra vez el hambre, las maletas, la emigración, el desamparo.

Debería irme, porque no es mi casa, porque nadie me dió el derecho de develar esta intimidad, porque en estos tiempos toda propiedad es privada. Pero es tarde, ya no soy yo la intrusa, es la casa quien me ha invadido entregándome sus bellezas y sus dolores. Todo se vuelve presente, la dignidad del mantel sobre la mesa, los colores de las paredes manchados de miles de recuerdos, el amor por el hogar, esa obstinación de dejar la casa ordenada para volver cuando se sabe que jamás será posible volver. Y también están las imágenes, los cuadros de María y Jesús, la cruz de Santa Brígida; los elementos que inspiraron la fuerza espiritual de los irlandeses para resistir más de una hambruna, mas de una invasión, mas de una emigración obligada, el gran abrigo que no pesa en la maleta, la fe. La preocupación espiritual está presente en esta tierra desde sus primeros habitantes, la historia habla de los druidas y no olvida su importancia; tampoco los ignora la épica celta con su forma animal y su sabiduría sobrehumana, luego San Patricio y su místico viaje a través de la isla. Desde entonces la Irlanda católica y gaélica que guardó su identidad por siglos hasta su independencia; donde cristianismo, resistencia y libertad eran sinónimos.

Todo eso está en esta casa, todo lo que era, pero también lo que es hoy; y tal vez es ese el dolor secreto y privado del que no me atrevo a hablar. Las imágenes que se han dejado y que nadie se atreve a adorar hoy. El pecho de María abierto y su corazón a flor de piel no es más que la imagen de la herida hoy abierta en cada Irlandés. El informe Murphy[2] abrió el pecho de la Irlanda católica en dos, dejando el corazón al descubierto, agonizante. La daga de la traición se ha hecho visible, aquellos a los que se confió la luz de guía dejaron oscuridad a su paso. La casa está rota, tan rota que nadie sabe si se puede reparar. La fe ancestral, la fe que existe en esta tierra desde antes de llamarse católica guarda silencio y da la voz a las víctimas. Los miles de niños, hoy adultos, que fueron abusados sexual y moralmente por cientos de hermanos, sacerdotes y monjas son escuchados en todos los ámbitos. La vergüenza es casi infinita, el dolor casi irreparable. Algunos intentan asumir culpas ajenas, otros intentan no inferir culpas generales. Excepto Roma nadie se atreve a defender lo indefendible aquí.

Yo pienso en la verdadera víctima, en Irlanda, en el alma dolida que se ha quedado sin casa en donde refugiarse, en el golpe a la identidad cultural que esto significa, en los silencios individuales, en la hostia y la vergüenza que se comulga cada domingo en las pequeñas parroquias. El camino de la reconstrucción se adivina largo, pero la historia de la fe es aquí más vieja que un solo credo y aunque rota, la casa tiene cimientos fuertes. Se recorren caminos singulares hoy, cada uno cuestiona su fe en forma individual, y parece ser la hora del diálogo directo con la fe, la propia fe; no la heredada ni la social, la propia de cada uno.

Dejo esta casa para volver a la mía, busco noticias del mundo hispano en la TV y veo al hombre que preside la institución de la Iglesia Católica en el mundo caminar con zapatos rojos de Prada en el país del desempleo, él cree ir vestido de blanco y de santo pero para mi no lleva otro traje que la responsabilidad de haber escondido por decenas de años los cientos de abusos a niños, no predica mensajes de esperanza sino que pide perdón obligado y por una miserable carta que además de paupérrima llega más de 5 años tarde a destino, se cree popular y caritativo cuando ha hecho gastar cien millones de euros a un país en bancarrota; supone que ha venido a congregar a la juventud y los jóvenes no han hecho mas que enfrentarse entre ellos. Yo he visto ese desfile de trajes medievales por las calles de Madrid con mucha tristeza, me he preguntado si ese líder que suponemos tan bien elegido y respaldado por dos mil años de teología ayuda en algo en el viaje espiritual de vida, si está en concordancia con las necesidades profundas del hombre (y la mujer) del siglo XXI, si es un mensajero de la unión y la solidaridad entre los hombres.

Fotografía “La casa rota”, de Rafaela Calabrese.

 

Referencias

[1] Famine house: casas de piedra abandonadas en Irlanda que se conservan en el countryside como memoria de la hambruna de mediados del S XIX donde casi la mitad del país murió y/o emigró.
[2] Informe Murphy: nombre del reporte de investigación producido por la justicia irlandesa, hecho público en 2009 sobre los abusos sexuales a niños cometidos por sacerdotes miembros de la Archidiócesis de Dublín.