Apología a los tacones
Un texto de Alicia González
LA SATISFACCIÓN DE quitarse los tacones apenas tocando el piso de la casa es gratificante, como si todo ese esfuerzo por mantener los pies inclinados, a veces hasta comprimirlos en una asfixia involuntaria por simular una altura que no se tiene, libera de una prisión en la que la vanidad o ser arte itinerante, puede más que los dotes de la comodidad.
Desplazarse por los extremos de la ciudad a fuerza de tacones y con la musicalidad del tronido de dedos a causa de la prisa, es el deporte olímpico para algunos que consideran prioritaria la exhibición de su esencia, como si fueran creaciones artísticas dignas de apreciar por si mismas y por todos los ojos que la rodean.
Los centímetros a algunos importa, pero en realidad la magia de los tacones es la forma que le da a la silueta, ese arqueo de espalda que mujeres como Marilyn Monroe, en algún momento agradecieron por la invención de esta clase de calzado que se distingue por elevar el talón sobre la altura de los dedos de los pies femeninos.
Para algunos caminar con ellos, es equivalente a demencia, en especial si aprieta en la parte frontal del pie o estresa a las rotulas y desgasta el cartílago. Todo sea por la belleza dice el vox populli.
A pesar de la belleza que proclama con su sacrificado andar de soportar el propio peso, hay diseñadores que defienden la causa y hasta clasifica a los tacones de acuerdo a los centímetros que goza.
El diseñador Christian Louboutin, expresa que los tacones son un doloroso placer, aquel que causa un impacto de la psique sobre la imagen de quien los usa, como si se colocara un sombrero y toda la programación de pensamientos cambiara en automático con tan solo caminar con ellos con una seguridad adicional o incluso una sensualidad implícita que obliga a las miradas ajenas a reaccionar por inercia al escuchar su caminar o tan solo mirar a quien los usa.
Desafío a la gravedad en cada paso que exhibe y proclama una de las máximas de la escritora brasileña Clarisse Lispector: Las mujeres quieren sentirse guapas para sentirse amadas.
Y querer sentirse amada no es un frivolidad, aunque haya quien considere que usar tacones es solo para superficiales que quieren lucir bien o llamar la atención, cuando se sabe que hay un universo mas allá, comenzando por la construcción de la vestidura que se va a usar y resolver la incógnita de con que zapatos la va a combinar y que clase de magia hará con sus pies para adaptarlo a esos pasos, que a veces están a punto de colapsarse cuando los pies se van hacha los lados y tiemblan como si hubiera un sismo corporal de aguantar el propio peso.
Sucumbir ante las formas y telas para tejerse en los hilos de seducción, imposición de la propia presencia o narcisismo. Mira, que gastar buena parte del salario en imagen, cuando la dromomania y supervivencia, son prioridad, hablando de la doble moral en estos días.~
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